Ya con cuatro largometrajes en su carrera como director, Ben Affleck se ha posicionado como uno de los mejores de su generación, gustoso de la escuela clásica que le ha valido ese bien ganado respeto como realizador, ahora con su nueva película entrega quizá su filme menos logrado pero no por ello despreciable.

La historia que narra ahora es una plagada de detalles que cuenta como un hombre logra escalar lo más alto dentro del mundo del crimen organizado en la época de la prohibición, la que el mismo protagoniza, además de dirigir, producir y escribir.

Joe Coughlin (Affleck) empieza como un ladrón que por venganza decide introducirse en la mafia italiana que lo comisiona para introducir la venta de ron en la península de la Florida, allí conocerá a quien será su esposa y muchos otros contratiempos que lo harán tropezar en su escalada hacia el poder.

Si bien Affleck ha demostrado de manera bastante sólida ser un gran narrador en sus tres anteriores filmes, en este nuevo proyecto se topa con un guión bastante complejo y pretencioso, lleno de subtramas y personajes que aparecen para después escabullirse durante un buen rato, lo que termina restando en el resultado final.

Affleck logra ensamblar un gran elenco y sacar de ellos notables actuaciones, sin embargo es la historia que tropieza en sus excesos y un segundo acto donde no se tiene claro que es lo primordial que se quiere contar, lo que termina por empañar a una película que por momentos parece levantar el vuelo pero que nunca lo consigue del todo.

Entre el reparto se destacan bastante en el primer acto al enorme Brendan Gleeson en una breve aparición, y en la segunda mitad a un Chris Cooper que termina siendo desaprovechado, producto de un guión al que le faltó afinación y le sobró ambición, que da forma a una irregular película pero que confirma el innegable talento de Affleck como director.


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