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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
9
Comedia Huyendo sin un céntimo y sin siquiera su equipaje, la estadounidense Eve Peabody (Claudette Colbert), llega a París en plan de hacerse con un nuevo futuro, y de inmediato, se propone buscar empleo... con tan buena suerte que enseguida encuentra a un afable taxista, Tibor Czerny (Don Ameche) quien decidirá transportarla por la admiración que le despierta, más que porque piense que ella pueda pagarle. Así comienza una historia de amor repleta de sorpresas. [+]
20 de noviembre de 2011
24 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Era de noche y estaba lloviendo cuando Cenicienta llegó a París. Bruscamente arrancada de un sueño en el que hacía saltar la banca de todos los casinos de Montecarlo, Cenicienta, envuelta en su hermoso vestido de noche de lamé dorado, se asomó a la inhóspita noche parisina y se dijo que aquello no era muy distinto de Kokomo, Indiana. También allí se ponía el sol, también allí llovía. Cenicienta recordó entonces que el final de su sueño eran veinticinco céntimos y el boleto de una casa de empeños, y supo que ningún apuesto príncipe sería tan idiota como para estar esperándola bajo la lluvia, ni allí ni en ningún puente sobre el Sena. Si de algo podía estar segura era de que ningún hechizo mágico iba a darle techo y comida y de que, aunque así fuera, a toda Cenicienta le llega siempre su medianoche. Bajó del tren, apretó con fuerza la moneda y echó a correr. A lo lejos, entre la lluvia, había creído ver algo parecido a una carroza.

Había nevado y era de noche cuando Billy Wilder llegó a Nueva York en enero de 1934 con tan sólo 11 dólares en el bolsillo. Cinco años más tarde, en compañía de Charles Brackett, escribió el primer gran guión de su carrera, una historia cuyo punto de partida está inevitablemente ligado a su propia experiencia vital y que contiene, en germen, buena parte de las recurrencias de sus obras maestras futuras: el mismo París irreal e idealizado de “Ariane”, “Sabrina” o “Irma la Dulce”, su afición a las estaciones de tren, su amor por la farsa y el fingimiento, por los cambios de identidad y las suplantaciones, por los romances envenenados con negro cinismo y maliciosa ironía.

Si alguna vez se acuñaron expresiones hoy día tan devaluadas como “deliciosa comedia romántica” o “chispeantes diálogos rebosantes de ingenio” fue, en gran medida, gracias a películas como esta, en la que el descomunal talento de Wilder y Brackett para hilvanar y ensamblar a la perfección un sinfín de equívocos, casualidades y situaciones delirantes se combinó con el no menor talento como director y diseñador artístico de Mitchell Leisen, uno de los reyes indiscutibles de la sofisticación y la elegancia y a quien debemos, en buena parte, que Wilder acabara dando el salto a la dirección, harto (son sus palabras) de que aquel mariposón hablara más con sus sastres que con sus guionistas y se pasara el día cortando las jodidas líneas de sus textos.

Lo cierto es que “Medianoche” es una de las mejores y más divertidas comedias que dio Hollywood en los años dorados del género, cuando la nostalgia no era excusa para el empalago y los cuentos de hadas podían servirse sin mucho azúcar y con doble ración de arsénico. Y aunque corran tiempos desmemoriados y arrogantes en los que todo se da por sabido aun sin haberse conocido, siempre quedará alguien dispuesto a jurar que aquella Edad de Oro, muerta y enterrada hace mucho, existió en realidad y no en la imaginación de nadie y que hay motivos de sobra para recordarla y, también, para echarla de menos.
Normelvis Bates
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