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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
8
7,8
1.665
Documental Documental sobre la banda Pearl Jam en el vigésimo aniversario de su fundación (2011). (FILMAFFINITY)
19 de enero de 2012
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mundo, de pronto, se volvió un lugar frío y oscuro. Un furioso viento venido del norte hizo aullar a los árboles. El cielo se cubrió de negros nubarrones y una lluvia helada empezó a barrer sin descanso las doradas playas de California. Muchos, con los ojos llenos de arena y calados hasta los huesos, salieron huyendo, poseídos por el pánico. Nunca habían visto una tormenta como aquella. Encerrados a oscuras en su habitación, tiritando bajo mantas viejas y malolientes, miraron a través de la ventana y supieron, de algún modo, que aquello significaba algo más que el final del verano. El sol, a partir de entonces, sería un agujero negro desprovisto de calor. El aire sería siempre irrespirable. Los árboles nunca dejarían de aullar. La lluvia duraría hasta el día de su muerte.

Sé de alguien que vivió aquellos días, alguien a quien llevo años obligado a tratar a diario. Sé, porque a veces se empeña en recordármelo, que aquello ocurrió al morir Andy Wood, la última estrella del rock a la antigua usanza que habría podido dar Seattle. “Fue entonces”, dice mi viejo amigo sin nombre, “cuando nuestros padres empezaron a hablar otro idioma. A mentirnos. A abusar de nosotros. A ignorarnos. A abandonarnos. Tiramos a la basura nuestros posters de Mötley Crüe. Cambiamos nuestras chaquetas de cuero por raídas camisas de leñador. Rociamos con lejía nuestras camisetas de Jack Daniel’s. Empezamos a fantasear con la idea de dejarnos morir de hambre, de saltar al vacío, de volarnos la cabeza ante nuestros compañeros de clase.” Fue entonces, hace ya más de veinte años, cuando Pearl Jam grabaron “Ten”.

“Pearl Jam Twenty” documenta aquellos días, los días en que toda una generación perdió para siempre la inocencia y no veía en el futuro sino un pozo negro en que ahogarse. El Rock era ahora un arrebato emocional, un grito de frustración que, paradójicamente, exponía también a sus autores, al ser coreado y amplificado, a las servidumbres de la fama y el éxito masivo, al fanatismo ciego, la crítica, la copia, la burla o la caricatura. “Otros no lo soportaron y se arrojaron al pozo”, parece decir Crowe, “y vosotros no. Habéis sobrevivido. Felicidades.” “Sí, mucha palmadita en la espalda, pero tal vez le ha faltado preguntar”, añade mi viejo conocido, “cuál es el precio de seguir con vida, a qué hubo que renunciar”. Él, todo hay que decirlo, siempre está poniendo peros.

Mi amigo, lo sé, sigue escuchando los primeros discos de Pearl Jam, aunque no a solas y en la oscuridad de una habitación, sino en un confortable salón y con niños revoloteando a su alrededor. Hoy mismo (me lo acaba de decir) ha escuchado “Ten” y el disco de Temple of the Dog. Y me ha confesado que al salir a la calle, a pesar de la niebla invernal, no ha podido evitar mirar hacia el cielo y desear que de pronto apareciera en él un avión, el mismo que le arrancó un día del hermoso y remoto valle de Shangri-La. Como si yo no supiera que el muy infeliz lo hace cada día, desde hace más de veinte años.
Normelvis Bates
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