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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama Estados Unidos, en plena época de la Gran Depresión. En medio de un ambiente de terrible miseria, gentes desesperadas, de toda edad y condición, se apuntan a una maratón de baile con la esperanza de ganar el premio final de 1500 dólares de plata y encontrar, al menos, un sitio donde dormir y comer. Mientras los concursantes fuerzan los límites de su resistencia física y psíquica, una multitud morbosa se divierte contemplando su ... [+]
2 de enero de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por la concurrencia de una sociedad crítica y madura (no como la actual, superficial, optimista de Mr. Wonderful y anestesiada), determinados genios coetáneos y circunstancias concretas quizás irrepetibles, el cine de Hollywood vivió en la década de los 70 un raro y pasajero momento de madurez creativa y de propuestas de extrema calidad, decidió dejarse de palomitas e infantes y vestirse de dureza adulta, normalmente haciendo cine ambientado en la Gran Depresión o sus aledaños, que fue definitivamente enterrado por desgracia en los nefastos 80.

Fue el momento de Francis Ford Coppola, Arthur Penn, Stanley Kubrick, Peter Bogdanovich, Martin Scorsese, Sergio Leone, Bernardo Bertolucci, Woody Allen, Roman Polanski, Michael Cimino, George Roy Hill, Bob Fosse, Alan J. Pakula, Milos Forman, John Cassavetes, Terrence Malick, Robert Altman y, por supuesto, el caso de Sydney Pollack con su “Danzad, danzad, malditos”. Por eso los 70 son mi década dorada de la historia del cine.

Pocas veces la descripción del argumento de un film dice tan poco del mismo: es la narración, en prácticamente solo dos escenarios, de un concurso de baile, bastante habituales tras el crack de 1929, donde gana la pareja que más horas logra pasar bailando ininterrumpidamente, mientras que las demás van cayendo literalmente desfallecidas, para deleite del espectador embrutecido que paga para ver un espectáculo descarnado y sangriento y lograr así sentirse mejor viendo cómo los concursantes tienen unas vidas incluso peores que las suyas.

En realidad, la cinta es una de las críticas más mordaces, ácidas y duras que se hayan rodado nunca contra el “American Dream” y contra los espectáculos para masas descerebradas y sórdidas. Y no deja títere sin cabeza en su empeño Sydney Pollack, que no se corta ni un pelo en el intento. Entonces la sociedad era bien distinta y prefería ser adulta consciente de la cruda realidad que anestesiada con mentiras prefabricadas de ricos y guapos, como por desgracia es la actual, profundamente inferior.

Nos muestra la desesperación de decenas de seres humanos que vagaban de concurso en concurso por no tener ni para comer ni un techo donde caerse muertos; eran humillados con condiciones leoninas mientras que, si como de monos de feria se tratasen, si hacían alguna gracia que gustase al respetable, les lanzaban monedas por ello; gente que no tenía nada que perder, se jugaba su equilibrio físico y mental por servir de entretenimiento a presuntos seres humanos que nada tenían en su cabeza.

Pocos retratos más directos y audaces de lo peor y más siniestro del capitalismo, devorador de los cuerpos y las almas de los más débiles sin piedad para solaz de los poderosos. Y Pollack no puede ser más valiente en un retrato contra el vacío intelectual de los “reality shows” que viven de la miseria de los demás, paradójicamente rodado en 1969.

Una obra maestra dura y difícil de ver, que esconde un golpe en el estómago en su final realmente demoledor, que te reconcilia con el mejor cine jamás hecho, el de esa mágica etapa de los 70. Obra maestra imprescindible.
Sergio Berbel
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