Una de las escasas ocasiones en las que Allen se ha apartado de la comedia y una de sus obras más logradas. De hecho, no parece suya. Si esto viniera firmado por cualquier desconocido, nadie hubiera rastreado el estilo del clarinetista en la película, a no ser el mínimo (afortunadamente) recurso que aquí se hace a la voz en off. El paralelismo que establece entre la ardua existencia humana y un partido de tenis queda perfectamente ejemplificado en el personaje de Rhys Meyers. A la película sólo le encuentro un defecto, el momento aparición fantasmagórica y algún que otro subrayado sobre su raíz dramática clásica. Lo mejor, la Johanson, que da credibilidad a las múltiples facetas de su complicado personaje: actriz frustrada, alcohólica ocasional, enamorada obnubilada, mujer fatal y objeto erótico de primera.

La realidad demuestra constantemente que aquel aforismo clásico que dice que la fortuna ayuda a los audaces se queda corto; es evidente que también ayuda a los hijos de puta.