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Polonia Polonia · Terrassa
Voto de Taylor:
7
Comedia Un infeliz gendarme, fiel cumplidor de su trabajo, se enamora perdidamente de una prostituta a la que detiene en una redada. Por ella dejará su trabajo, se enfrentará al chulo que la explota y, gracias a un golpe de suerte, se convertirá en el nuevo matón del pintoresco barrio de "Les Halles", el mercado de abastos de París. A partir de ese momento, aunque con ciertos escrúpulos, vive de la chica, que lo considera su nuevo protector, y ... [+]
4 de diciembre de 2011
30 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podría decir de “Irma, la dulce” que es divertida, ingeniosa, entrañable… Que Lemmon y McLaine están espléndidos. Que el personaje de Moustache es genial. Pero no, eso ya lo han dicho otros. Y yo prefiero explicaros que ocurrió el día que me fui de putas.

Así pues, a riesgo de quedar como un pardillo, he de confesar —en primer lugar— que jamás he follado con una puta. Profesional, por supuesto. Pero eso no significa, ni mucho menos, que no haya tenido ninguna experiencia con alguna de ellas. La mía, concretamente, se remonta al año 1993. Por aquellos entonces no tenía novia “estable” y, con un amiguete, decidimos darnos una vuelta por Barcelona para constatar en carne propia cómo y de qué manera funcionaba un puticlub.

Estuvimos en dos. En el primero de ellos, un grupito de cinco o seis pilinguis de diferentes nacionalidades nos rodearon, en el mismo momento en el que cruzamos la puerta, con objeto de disputarse entre ellas —si no nuestros cuerpos— sí, por descontado, nuestras carteras. Sin tiempo a reaccionar, una cincuentona con exceso de maquillaje y silicona acudió a rescatarnos. Se trataba, obviamente, de la “madam”. Y ella misma, con sumo respeto y cortesía, fue la que nos mostró las instalaciones y nos informó de la tarifa de precios.

Cinco minutos después, estábamos en la calle. El tiempo que tardamos en liquidarnos una coca-cola en dos tragos y pagar las mil cucas que nos soplaron por ella. Estaba claro que nuestra primera tentativa había fracasado. Aún así, lejos de claudicar en nuestro propósito, decidimos volver a intentarlo. Al fin y al cabo, lo único que buscábamos era tomarnos un par de copas con alguna de aquellas mujeres y jugar a dejarnos seducir un poquito como si fuéramos los verdaderos protas de un thriller o de una peli de cine negro. Algo que sí conseguimos materializar en el segundo, y último, burdel que visitamos. Un puticlub de ambiente tropical en el que —mientras mi colega departía con una joven oriental— pude platicar durante un buen rato, por fin, con una ceñida y espectacular mulata dominicana que me contó su vida. Una vida, si no trágica, dramática. Narrada con una sinceridad abrumadora. Al borde del llanto. Como si mi extraña presencia le hubiera dado pie a relatármela con total libertad y confianza. Con toda la libertad y confianza que puede ofrecer, por supuesto, un perfecto desconocido con más ganas de hablar que de follar.

Enamorarme, no, pero sí debo reconocer que me encapriché con ella. Hasta el punto de recorrerme un sábado por la mañana toda la calle Tallers (dónde me dijo que vivía) con la vana esperanza de forzar un “fortuito” reencuentro que, por suerte o por desgracia, nunca se produjo. Ni en esa calle, ni en el local donde la había conocido. Obviamente, acabé olvidándola. Pero esa chica —de la cual no recuerdo ni tan siquiera el nombre— es, sin lugar a dudas, lo más parecido a la dulce Irma que he conocido en mi vida.
Taylor
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