Pese a que el episodio piloto dirigido por Darabont prometía, y mucho, debo reconocer que “The walking dead” no es la serie que me esperaba. En parte, por estrujar un poquito más, si cabe, los típicos y tópicos esquemas zombie-apocalípticos de toda la vida. Y, en parte, porque resulta del todo imposible —por muy condescendiente que uno pretenda ser— no reparar en el exiguo calado de sus personajes ni en las escandalosas incongruencias de ciertas situaciones que no se las cree ni el tato.

Aún así, tampoco nos pasemos, joer, porque la serie mala, mala, no es. La trama, pese a las susodichas incongruencias, resulta bastante entretenida y los zombies —aunque aparezcan en cuentagotas— me parecen lo suficientemente creíbles y sanguinarios para generar, como poco, cierto clima de canguelo y aprensión cada vez que salen a la palestra. Y eso, hoy por hoy y en la tele, ya es mucho.

Seis putrefactas estrellitas, pues, para una serie que —sin ser la octava maravilla de la pequeña pantalla— sí satisfará a los que, como yo, nos conformamos con poco.