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España España · Madrid
Voto de OsitoF:
5
Drama Australia, 1926. Un bote encalla en una isla remota y a su encuentro acuden el farero Tom Sherbourne y su joven esposa Isabel. En el interior del bote yacen un hombre muerto y un bebé que llora con desesperación. Tom e Isabel adoptan al niño y deciden criarlo sin informar a las autoridades. Todo se complica cuando descubren que la madre biológica del bebé está viva. (FILMAFFINITY)
27 de julio de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A los amantes del drama sin contemplaciones, sin remordimientos, sin paños calientes se les apareció la Virgen atada a un árbol con “La luz entre los océanos”, la – para mí- historia más dolorosa jamás contada en el cine, en el ambiente más triste posible con tres de los actores europeos más intensos que puedes juntar hoy en día. El conjunto es una gran película capaz de emocionar o amargar el día, según el grado de sensibilidad de cada uno.

Digo lo de ‘gran película’ porque ejecuta con una profesionalidad académica, casi impersonal, que no recurre a trucos lacrimógenos baratos, el rodaje de una historia de soledad, frustración, esperanzas rotas, sueños truncados, infertilidad y pérdida en el incomparable marco de un faro dejado de la mano de Dios en los mares australianos, al que sólo acude periódicamente el barco que aprovisiona a la pareja que mantiene operativa la luz de la torre. Yo creo que hay dos cosas a destacar. La primera, que la dirección es honesta y no trata de que empaticemos, de que nos pongamos en la piel de la pareja y suframos con ellos, sino hacernos partícipes, como testigos omniscentes, de lo que era ser en el siglo pasado un matrimonio que se ve obligado a aceptar un trabajo tan exigente en lo físico y lo mental como ese, capaz de desgastar a la persona más psicológicamente estable o al matrimonio mejor avenido.

La segunda, que durante gran parte de la película la evolución que se describe en los personajes y los golpes del destino que sufren son perfectamente creíbles, no es la típica película que se dedica a hacer sufrir a los protagonistas acumulando infortunio sobre infortunio, sino que, por un lado, las desgracias están compensadas y siguen una escala temporal lógica y plausible y, por otro lado, hay un cambio en los personajes donde se empieza mostrando que la que la vida de aislamiento ofrece buenos ratos de recogimiento personal, de introspección, de llenar los tiempos muertos con algún proyecto vital en medio del aislamiento– al fin y al cabo, en aquella época no había TV ni Wifi, así que se puede pensar que lo mismo daba morirse de asco y aburrimiento en alguna ciudad de mala muerte, que en un remoto faro – para luego acabar poco a poco royendo la moral del más fuerte con la rutina y soledad.

En el lado negativo, el final. El entramado final. En mi opinión, aunque los adictos al sufrimiento gratuito no estarán de acuerdo, sobra el final. Sobra todo el final que transcurre en tierra firme. No es que esté mal hecho o sea más o menos triste o más o menos alegre. Es que es artificioso y forzado. Mucho de lo que había hasta ese momento de drama natural, fluido se pierde a cambio de añadir elementos de remordimiento, de culpa, de debate interior a la amplia lista de conceptos dramáticos que traíamos acumulada. Y pasa lo que suele pasar en estos casos, que cuando llenas demasiado el vaso de la tragedia, se te puede convertir en parodia, en meme. Quizá no sea el caso y la impecable factura y la convicción de las interpretaciones mantengan el tipo, pero la película se resiente ya que ese final no está integrado y cuelga como un apéndice extraño.

En lo técnico, la parte visual, la fotografía y la escenografía son espectaculares. También las interpretaciones son más que correctas, hay actores como Vikander o Fassbender que bordan el drama y el llanto. Rachel Weisz no tanto, pero sabe estar a la altura. En total, “La luz entre los océanos” es la típica buena película que luego puede gustar más o menos por motivos emocionales.
OsitoF
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