No es la primera vez que sucede. Tomas todos los elementos que hicieron triunfar (más o menos) una primera parte, los refuerzas y el resultado no está a la altura en una transposición al mundo cinematográfico de la máxima bursátil «rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras». Cuando reseñé, hace la friolera de diez años, la primera parte, el eje de la crítica pivotaba sobre el concepto de las sinergias y de que el resultado final de la película era muy superior a la suma de las aportaciones individuales de interpretaciones+dirección+música+guión+efectos especiales y que ese resultado final tenía mucho que ver con la cobertura literaria que la inmortal obra de Julio Verne proporcionaba a la película.

Una cobertura de la que carece esta secuela que simplemente toma a varios de los protagonistas de su precedesora y los mete en una serie de aventuras de lo que alguien habrá pensado que podría haber tenido en mente Julio Verne si Julio Verne anduviera escaso de ideas y tuviese la necesidad de estirar el chicle y hacer caja con poco esfuerzo. Se piensa el ladrón etc, etc… Verne andaba sobrado de fantasía para desarrollar aventuras en cualquier lugar y tiempo y seguro, que, de verlo muy claro, se habría currado un escenario y una base científica mucho mejores que las de esta película. O, como mínimo, existentes. “Viaje al centro de la Tierra 2” abusa de la cojonitis de unos guionistas y productores que se inventan una isla misteriosa por sus cojones, a la que sólo se puede acceder por sus cojones cuando a ellos les salga de ahí, de sus cojones, sí. Plagada de los seres fantasticos y peligrosos que les salen de etc, etc, con unas reglas físicas que salen de etc, etc y entonces se inventan etc, etc…

Vale que han mejorado el reparto, los efectos especiales y han puesto muchas ganas en que el público amortice la entrada con un espectáculo de larga duración y alta intensidad. Pero la película se arrastra sin alma de chiste malo en chiste peor y escena de acción sin sentido a escena de acción inexplicable. Cuesta empatizar con una aventura en la que todo puede suceder en cualquier momento sin seguir reglas o patrones y todo depende de hacer caso al tío cachas. Puede tener un pase para niños ni muy pequeños como para no entender nada ni muy grandes como para ser conscientes de que no hay nada detrás de tanto color y tanto golpe. Hay cosas que ni Dwayne Johnson ni Michael Caine pueden levantar y esta es una de ellas.