La segunda de las Crónicas de Narnia apareció por sorpresa, sin apenas campaña de propaganda, con cierto aire lánguido, de tristeza, propio de películas que se hacen más por obligación que por convicción. Disney siguió sin escatimar presupuesto consciente de que el retorno de la inversión estaba más que asegurado, pero no movió un dedo en promoción ni en poner de manifiesto su relación con la película.

De nuevo su talón de Aquiles es el de no esconder el hecho de tratarse de una película de fantasía extrema, donde cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento, en un mundo que no obedece a ninguna regla más que las de la Magia, y esas solo las conoce el león que habla y se las va inventando sobre la marcha a su conveniencia. Me gusta la ciencia-ficción em el cine y que haya un cierto compromiso, un cierto rigor, en que las cosas que cuenta la película no tengan que ser reales pero que si lo fuesen, me pudiera creer que serían como las cuenta la película – lo que sería la componente ‘ciencia’ del binomio ‘ciencia-ficción’-. Luego podemos ir un paso más allá y relajar ese rigor, ese compromiso, y que la película sea de ‘fantasía’… y luego podemos seguir caminando más allá y meternos en ese mundo de ‘extreme-fantasy’ que es Narnia. De este modo, los niños de la primera parte vuelven a Narnia al cabo de unas semanas y han pasado 10.000 años narnienses porque así se le antojó a los cojones de alguien. Todo el universo de la primera parte se ha perdido y se hace tabla rasa, salvo en personajes que conviene mantener y se mantienen porque sí. Todo tan oportuno como anticlimático.

En el lado argumental, la trama se simplifica a peor. Una nación de soldados morenos, barbudos, mugrosos, que visten como conquistadores españoles se dispone a invadir Narnia y los cuatro hermanos Pevensie tendrán que detenerles con la ayuda del príncipe Caspian, interpretado por uno de los actores menos carismáticos que conozco que baja la temperatura en pantalla cada vez que aparece. La película ya no es una espiral de sorpresas sino un aburrido relleno de hora y media de gente yendo de un lado a otro para preparar una megabatalla final que no decepciona en espectacularidad, pero sí en previsibilidad.

Es interesante, es vistosa y se deja ver al menos una vez, pero no hay intensidad en ninguno de los niveles, ni narrativo ni interpretativo. Gustó bastante a la crítica pero, curiosamente, conozco pocos críos que digan que la han visto hasta el final y ninguno que diga que le ha gustado.