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España España · Madrid
Voto de OsitoF:
7
Drama En 1865, tras el asesinato de Abraham Lincoln, ocho personas son detenidas y acusadas de conspirar para matar al presidente, al vicepresidente y al secretario de Estado. Entre ellas está Mary Surratt (Robyn Wright), la dueña de una pensión, donde John Wilkes Booth (Toby Kebbell), el autor material del magnicidio, y sus cómplices se reunieron y planearon el atentado. Mientras el resentimiento contra el Sur domina a las autoridades de ... [+]
14 de diciembre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los actores metidos a director suelen empezar su carrera tras las cámaras con propuestas conservadoras, de riesgo cero, con el evidente objetivo de no cagarla y dar pie a sus haters a decir las crueldades habituales de «zapatero a tus zapatos» o «ya te han consentido tu capricho, vuelve a lo que sabes hacer». Luego, si realmente le han cogido el gustillo a manejar el cotarro, lo normal es que se vayan soltando a medida que desarrollan un estilo propio. No es el caso de Robert Redford, cuyo cine tras las cámaras sigue siendo igual de, digamos, descriptivo que el primer día. Siempre fue un actor que basó su éxito en la contención y en su carisma, en su idilio con la cámara y los primeros planos, alejado de exhibiciones gestuales o físicas y, en cierto modo, su obra como director es un reflejo de esa forma de ser: selección de una historia interesante y planificación milimétrica de la escena y ejecución del guion al pie de la letra, sin concesiones a la improvisación técnica o artística. Cada encuadre, cada movimiento de cámara, cada plano, representan la forma más eficiente de llevar a la pantalla la historia que ha elegido negro sobre blanco, sin trucos narrativos, sin flashbacks, sin saltos en el tiempo, sin juegos de pistas con el espectador.

Así las cosas, el cine de Redford, desapasionado y frío como él solo, no es precisamente de los que despiertan furor por comprar las entradas con antelación ni de los que llenan salas. Y además tiene una enorme dependencia con la verosimilitud de la historia que quiere contar: puede funcionar cuando cuenta cosas basadas en hechos reales o ficciona hechos que podrían haber sucedido, pero se ha revelado como tosco e infantil cuando se ha salido de esa línea. Afortunadamente “La conspiración” entra dentro de la primera tipología con una propuesta que no está nada mal, un ejercicio de revisionismo histórico sobre los juicios a los presuntos cómplices de John Wilkes Booth, asesino de Lincoln, poco después del magnicidio, especialmente en lo tocante a Mary Surratt, la dueña de la pensión en la que Booth y compañía se alojaron y reunieron antes de los hechos. Se trata pues de una historia funcional donde puntos fuertes de Redford como el detallismo y la ambientación aportan valor a la película.

Además, la propia secuencia de acontecimientos introduce elementos de drama, emoción y reflexión, al llevarnos a una época donde derechos como el derecho a la vida, a la presunción de inocencia o la tutela judicial efectiva eran todavía esbozos de ideas por consolidar en la mente de los juristas y filósofos más vanguardistas. Y, obviamente, no había mucha intención de desarrollarlos por parte de una sociedad norteamericana en estado de shock tras la muerte de uno de sus mejores presidentes. “La conspiración” muestra, con escalofriante rigor, cómo el sistema judicial puede acobardarse o ser manipulado para aplacar a la sociedad, cuando esta se ha convertido en una turba que demanda su propia justicia, lo que no deja de tener su reflejo en la época actual, con sentencias que todos tenemos en mente que se han visto influenciadas por clamores populares y mediáticos.

“La conspiración” es lenta y hasta cierto punto pesada. Pero trata de que empaticemos con gente relacionada sólo tangencialmente con un crimen y hace pensar en lo peligroso que es quedarse en manos de la justicia en según qué circunstancias (y por extensión en lo frágil que puede ser un sistema judicial permeable a conceptos extrajudiciales). Ni en lo técnico, ni en ambientación, ni en rigor histórico ni en interpretaciones admite un reproche. Un acierto de Redford y su estilo, siempre hay un roto para un descosido.
OsitoF
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