Me falta poco para sufrir "infoestrés", ese problema de nuestros días de sentir vértigo ante la cantidad de información recibida y la imposibilidad de digerirla correctamente. Creo que mantengo la cordura, aunque películas como ésta me reten cara a cara a ser capaz de asimilar esa rapidez con la que cambia el mundo, esto es, cinco veces por segundo. Durante la primera media hora me siento descolocado, con la pesadumbre de sospechar que mi generación ya se ha quedado atrás.

Intentar comprender el mundo, aunque sea sólo desde mi limitada percepción, es ya casi una cuestión de orgullo, así que acepto la endiablada carrera que me proponen unos actores que no superan los 25 años y un equipo artístico con una media de 35. Creo que al final llego a la meta a la vez que ellos. Entre otras cosas, porque comparto sus referencias culturales: he jugado a videojuegos, escucho esos discos de Beck y Nigel Godrich que mezclan rock indie y ruido de maquinitas, y siento un gran aprecio por Roahl Dahl. La influencia del escritor en personajes, estructura narrativa y espíritu está sepultada bajo una estética rompedora y la condición de no dar jamás explicaciones por sus extravagancias.

En algún momento incluso intento descifrar cómo será el cine dentro de 20 o 30 años, cuando otra generación completamente nueva haya tomado los mandos de Hollywood, pero eso ya me supera. Consejo para nostálgicos: pasen olímpicamente de esta película. Yo, como el capitán Jack Aubrey en "Master & Commander", miro la pantalla absorto y no dejo de pensar que vivimos tiempos fascinantes.