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España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
3
Intriga. Thriller Diez personas son invitadas a una lujosa y aislada mansión por un desconocido en Iran. En cuanto llegan, se cierran los accesos a la casa y una voz grabada acusa a cada uno de ellos de un crimen que ha quedado impune y por el que ahora tendrán que pagar. (FILMAFFINITY)
2 de septiembre de 2019
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Peter Collinson ganó la Concha de Oro de San Sebastián con su tercer largo, Todo un día para morir, y enseguida empezó a hacer tonterías y a malgastar las loas recibidas. Si Un trabajo en Italia siempre será una película simpática y entretenida (perpetraron un remake espantoso), lo que llegó después había que cogerlo con papel de fumar. Además de una nauseabunda versión de la magistral La escalera de caracol, Collinson fue el elegido para infligirnos la peor versión de Diez negritos jamás filmada. Si la de René Clair es la canónica, indispensable en cualquier dvdteca (perdón por el barbarismo), y la de George Pollock es anodina pero artesanal, con la aparición de bellezones como Shirley Eaton y la sin par Daliah Lavi, el engendro de Peter Collinson es una extrañísima co-producción de seis países seis, incluido Irán, donde se filmó, el Irán anterior al ayatolá Jiménez, of course, y que contiene en su versión española una trama colateral que ha desaparecido de las copias existentes en otros países, y que no aparece en la obra original de tía Agatha, Pese a su risible inanidad, agradecí ver a una Teresa Gimpera que estaba para comérsela de arriba abajo y vuelta a empezar. Como todo el mundo sabe de qué va Diez negritos y no quiero incurrir en spoiler, me limitaré a señalar que el montaje es caótico, descerebrado y desconcertante. Que la banda sonora que se oye es de Bruno Nicolai, pero en realidad viene firmada por Carlo Rustichelli. Que la dirección de fotografía es desesperante, supongo que por imposiciones del director, que quería rodar bonitas postales cuando la cámara salía del hotel donde se reúnen los diez. Y que las interpretaciones me permitieron reír a mandíbula batiente durante casi toda la sesión. Tenemos a Charles Aznavour en plan dipsómano, faltal, pobre hombre, y que canta al piano, pero se oye una batería de fondo. La maravillosamente viciosa Stéphane Audran pasea por el set con cara de asco y ni se despeina. Adolfo Celi y Gert Fröbe, ambos malvadísimos de James Bond, desaparecen puntualmente y cobran el talón. Alberto de Mendoza está simplemente grotesco. Richard Attenborough aceptó el papel para recaudar dinero con vistas a su posterior Gandhi, y Herbert Lom es el único que se toma en serio el asunto. Lo peor está por llegar: Elke Sommer, hermosa ella, curvilínea ella, no sabe qué hacer con sus diálogos (no me extraña) y Oliver Reed no para de hacer tontadas todo el rato, moviendo los brazos de manera exagerada, y tratando de meter mano a Elke, que bien se lo merecía. Todo acaba como el rosario de la aurora, en la versión más infiel a tía Agatha de todas las realizadas. ¿Por qué la vi? Por el reparto, hombre, vaya pregunta. Para amantes de rarezas y fanáticos de la Christie.
Eduardo
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