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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Drama. Romance En el Londres de la posguerra, en 1950, el famoso modisto Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) y su hermana Cyril (Lesley Manville) están a la cabeza de la moda británica, vistiendo a la realeza y a toda mujer elegante de la época. Un día, el soltero Reynolds conoce a Alma (Vicky Krieps), una dulce joven que pronto se convierte en su musa y amante. Y su vida, hasta entonces cuidadosamente controlada y planificada, se ve alterada por la ... [+]
23 de marzo de 2018
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca existirá mayor amor que el que uno mismo se pueda dar.
La rutina de Reynolds Woodcock así lo confirma: doble peine cuidando sus plateados cabellos, manos precisas abotonando su atuendo, milimétrico mimo sobre el tejido.
Los animales más temidos, de hecho, no lo son por caóticos y desordenados, pues en ellos existe un propósito, un método, ante el que todos los demás se someten, asustados.

‘El Hilo Invisible’ transcurre tras una bomba que ya ha caído.
Una bomba llamada Reynolds Woodcock, que ha reconstruido la particular casa de muñecas a su imagen y semejanza, encontrando nula resistencia y reclamando un trono que exige ser gobernado.
La moda es su territorio, y sus clientes los invitados: adinerados con nombre que gozan de las maravillas de su reino, disfrutando de la tonta perspectiva de que, por una vez, alguien manda más que ellos.
Nada cambia en este entorno, porque el dios de la aguja y el hilo no quiere que así sea.
(Y si así lo quiere, más vale que la última ilusa se vaya, y rapidito)

Nosotros no somos conscientes de esta realidad: Woodcock es un profesional, puede y debe permitirse su voluntad.
Por eso su nuevo cortejo entra ante nuestros ojos con facilidad, con una música que Johnny Greenwood siempre disfraza de arrebatadora balada romántica.
Alma llega con su aire inocente para transformar a la bestia en un hombre de verdad… y el primer cuchillazo es autoritario, letal: “tendrás tetas si yo quiero, tú no serás mujer de verdad”.

¿Es el amor un juego de perder, de perdonar?
La pregunta ahí queda, y nada de lo que hagan Alma o Reynolds lo va a cambiar.
Él sólo estará accesible en sus delirios, en sus fallos, en sus bajezas, cuando en su reino la corte no le espere. Todo lo demás, las miradas de Alma, los intentos de seducción, las travesuras ocultas a plena vista… son tonterías de niña pequeña, ilusiones de un amor que se considera malgastado fuera de los tejidos.
Dios sólo permitirá que se le cuide cuando no le importe ser adorado.

Claro que todo dios tuvo que aprender a ser hombre, y así lo señalan esos detalles entretejidos en las telas, pequeñas palabras que un día estuvieron llenas del cariño que les correspondía.
Fantasmas pueblan la casa de Woodcock, almas en pena pertenecientes a un momento en el que disfrutaba de ser sencillo, y no tener que forjar/tejer la armadura de ser poderoso.
Momentos que, pese a que le cueste aceptarlo, viven en las cariñosas atenciones de una Alma que va afilando las garras que le llevarán a su corazón.

“Estar enamorada de él hace que la vida no tenga misterio”.
Quizá sea eso.
Rendirse a la certidumbre, amansarse y renunciar a los arrebatos de carácter que todos ya nos conocían.
Morir un poquito en pareja, porque ese alguien ya nos amenaza como mejor nos gusta, y no nos hace falta buscarlo en otro lado.

(Entonces, me di cuenta de que la melodía de Johnny Greenwood no era una balada: era un esplendoroso réquiem)
Charles
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