Confieso haber llegado por casualidad a "Yakuza" y haberme puesto delante de la película sin demasiadas ganas, sin esperanzas de encontrar nada sugerente y mucho menos descubrir una gran película. Es por ello que tropiezos que acaban resultando tan positivos, por ser inesperados, merecen una consideración especial. Los nombres de Sydney Pollack y Robert Mitchum han sido el anzuelo, pero una vez delante es justo valorar su contenido como lo que es, un producto elaborado a fuego lento y lleno de interés. En "Yakuza" hay hechos y hay un fondo, hay un mensaje que es la base, y unos condimentos que Pollack cocina de forma adecuada para que el producto acabe siendo tan exquisito. Tanto, que aún ni me lo creo.

Hay cosas previsibles, que nadie espere encontrar a un Mitchum diferente del más predecible, llega a los 70 siendo un actor esencialmente duro y en Japón lo sigue siendo, pese a estar entrado en años. Y a mí, eso, su encasillamiento, me produce nostalgia sana, porque además la historia que vive tiene que ver con su pasado, de manera que todo queda finalmente resuelto tras años y años de espera. Hay acción, cuando menos te lo esperas y de la buena, titulándose "Yakuza" era también previsible la presencia indómita de más de una katana, rajando ahora aquí, después allá. Bienvenidas katanas cuando imponen su poderío.

Y también hay sentimiento humano, que es lo que me ha ganado del todo y lo que quería resaltar como mayor virtud de la película. El sentimiento más noble, lo que nos hace humanos, la conciencia emocional igual en USA que en Japón, ahondando en la relación entre quienes se deben algo: pedir perdón con humildad a quien se ha hecho una afrenta, un agravio que debe corregirse.

"Yakuza" va de katanazos pero sobre todo de dignidad, la que uno tiene por naturaleza, y el valor que hay que sacar de donde sea para ejercerla con todas las consecuencias. En "Yakuza" hay amor y amistad... realmente, poco más se le puede pedir.