No se me ocurre otro actor que pudiera hacer mejor de repartidor de cartas en este tren, con esas interminables cejas y su mirada impenetrable. El nombre de Cushing va asociado sí o sí al género que nos ocupa, y tal y como su título indica, la cosa aquí va de terror clásico, terror del bueno. Los fieles seguidores de este tipo de cine han pasado por aquí mil veces antes que yo, y dicho por ellos como grandes entendidos se trata de una verdadera película de culto.

Lo mejor que puedo asegurar es que se trata de una gran película en conjunto, con una primera historia excepcional, algún pequeño bache pasando por el vudú y un remate final enorme. Todos los personajes implicados en la desventura de tener que compartir espacio con Cushing son portadores de un futuro fatal, cinco historias a la altura de una ambientación única. El terror clásico ha de verse con esa distancia, más por la certeza de su originalidad que por los resultados reales de producir miedo en el espectador. Cincuenta años después de una película así es difícil sorprender y lo que vemos aquí no es una bofetada sino cinco por el mismo precio.

Es admirable el cine que se hacía antes, siempre lo diré, cualquier cosa que se haga hoy huele a que se ha visto antes, en forma de mano cercenada, en forma de vampiro... en forma de muerte. Enorme Cushing, alguien único.