"Hasta donde los pies me lleven" esconde una certeza detrás de la inverosímil aventura de su protagonista, o al menos es lo que me ha acabado convenciendo a mí, con independencia del drama individual del protagonista y la letra gruesa de su epopeya: esa certeza es que no hay bandera que valga cuando la ruindad del ser humano entra en escena. No le quito mérito a la idea de llevar a un prisionero alemán a miles de kilómetros de su patria, condenado a morir trabajando, y ponerlo a caminar dentro de los muros que supone la dictadura soviética para intentar sobrevivir y volver a casa.

Tiene mérito aunque sea inverosímil, sí, pero me atrae más lo que esa aventura esconde, y es que en cualquier lugar tanto puedes encontrar malas personas como quienes ofrecen ayuda con independencia del credo, de la raza, del color de la piel, la religión o las banderas. El que es malo lo es siendo judío, bolchevique o alemán nazi. O dicho de otra manera, no todos los alemanes fueron nazis malotes (la película es alemana, queda claro) ni todos los judíos iban a ser a partir de la cruel guerra antialemanes.

Quien queda peor caricaturizado es el comandante soviético, de acuerdo, la película no es perfecta, pero alguien con esa mala leche era imprescindible para enseñarnos la ausencia de cordura del ser humano, sin moral, sin ética, deshumanizado por completo. Apelo a la condición humana, por su defecto o no, para evaluar una película que queda algo encorsetada por su aspecto televisivo, pero que a mí me ha convencido incluso pese a su larga duración.

No hay lugar para el descanso y cualquier cosa sirve con tal de sobrevivir. Él no se fía de nadie, ¿por qué iba a hacerlo?; le parece increíble que haya alguien que pudiera ayudarle sin recibir nada a cambio.. Y sin embargo sí existen esas personas...