Pepe vuelve a realizar una actuación antológica en esta pelicula de Ferreri, que narra las peripecias de un viejo que desea, por todos los medios, conseguir un cochecito de invalido, para poder rular con libertad por la ciudad y sus alrededores, participar en furiosas carreras ilegales callejeras, controlar el barrio con sus compinches, y, en definitiva, volver a sentirse, aunque sea por unos miseros instantes, joven otra vez, mientras el viento golpea su cara y la velocidad corre por sus venas.
Como toda historia sobre la vejez, es una historia trágica, pues el inexorable paso del tiempo resulta ser una de las mayores tragedias de nuestra vida. El alma se nos resquebraja mientras vamos observando como lentamente perdemos nuestro mayor tesoro, nuestra sagrada imagen, nuestros atractivos cuerpos juveniles, a la vez que las fuerzas y el aplomo nos abandonan, dejándonos a merced del cuidado de frívolos hijos y mezquinos familiares, atrapados en una sociedad para la que solo somos una carga. Es un peso difícil de soportar, y muchos ancianos pierden la cabeza debido a esta duras condiciones, convirtiéndose en seres cascarrabias y desagradables, anclados a la queja y el malestar. ¿Quien podría culparlos? Yo no, pero aun así, ¿Como convivir con ellos? No se puede, y, quizás la solución sea establecer algún tipo de edad limite de vida, forzar la naturaleza a nuestros deseos, disminuyendo nuestro sufrimiento, el de los jóvenes, y el suyo, el de los viejos.