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Voto de Diego Rufo:
6
Drama Natalia y Carlos son dos jóvenes veinteañeros enamorados que luchan por sobrevivir en la España de la crisis. Sus limitados recursos les impiden satisfacer sus deseos y su progreso vital. No tienen grandes ambiciones porque no albergan grandes esperanzas. Para ganar dinero deciden rodar una película porno amateur.
16 de junio de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Crítica originalmente publicada en MagaZinema: http://www.magazinema.es/hermosa-juventud-jaime-rosales-2014/

El concepto de “retrato generacional” es, sin duda, el término que más resuena en las críticas y comentarios acerca de esta historia sobre las vicisitudes de Natalia (Ingrid García Jonnson) y Carlos (Carlos Rodríguez), una pareja de veinteañeros españoles desencantados que viven en los barrios bajos de Madrid y que se encuentran en la difícil situación de tener que criar a un hijo estando los dos en paro y contando con el escaso apoyo de unas familias que apenas pueden soportar el peso económico necesario para alimentar una boca más. Qué duda cabe de que este tipo de historias pertenecen cada vez más al plano de la realidad española y menos al de la ficción narrativa y, por lo tanto, que el hecho de reivindicarlas y plasmarlas ante los ojos de unos espectadores que pocas veces son conscientes de su existencia resulte un ejercicio del todo admirable. Sin embargo, la película, que goza de un naturalismo desbordante tanto desde la silla del director como en el milagroso trabajo de todos y cada uno sus actores (equiparables todos ellos a la Marian Álvarez de ‘La herida’ (Fernando Franco, 2013)), se acaba perdiendo en su propia historia al regocijarse en el sufrimiento de sus protagonistas y, sobre todo, al maximizar la sordidez de su entorno, como evidencian la presencia de la madre con obesidad mórbida, el hermano que no quiere hacer nada, la paliza al atacante de la estación cuya muerte queda insinuada, etc., lo cual acaba por ensombrecer sus enormes posibilidades y el remarcable acierto de algunas de sus escenas, como la pavorosamente realista secuencia en la que Natalia va a entregar su Currículum, las pinceladas que lanza sobre la frivolización del sexo como prometedora fuente de ingresos (y que en cierto modo también desaprovecha), las fantasías inherentes a la emigración con la convicción de encontrar el ansiado oasis laboral o, por supuesto, las ya mencionadas innovaciones formales.
Pero más allá de su pulso con la verosimilitud, la mayor pérdida a la que la película se ve abocada por culpa de esas decisiones (quién sabe si motivadas por querencias autorales o comerciales) es su enorme limitación para convertirse en el paradigma que ella mismo ha pretendido ser. Para poder dar el salto de una historia a un concepto es necesario poder abarcar con la primera la amplitud y complejidad del segundo, de modo que puedan reconocerse y aplicarse muchas de esas tramas, subtramas, situaciones e imágenes como representaciones gráficas de la diversidad real a la que intenta referirse la idea general, o, lo que es lo mismo, siendo capaces de estimular de nuevo en los receptores el ejercicio inductivo necesario que llevó algún día a transformar la pluralidad de los ejemplos en la unidad de un concepto. Tan estéril es un retrato social que obvia la realidad representada en esta película como aquél que se centrar únicamente en ella.
Así, pues, lo que nos encontramos realmente en ‘Hermosa juventud’ no es más que una actualización del arquetipo, no un retrato fiel de una realidad que ha sido capaz de reinventarlo. Rosales parece no darse cuenta de que los jóvenes que han perdido la esperanza ya no son sólo aquellos que dejaron los estudios demasiado pronto, que salen de botellón a escuchar música electrónica machacona desde el maletero de un coche, que tienen sexo sin precaución, que trabajan en el sector de la construcción o que son capaces de tomarse la justicia por su mano con el fin de acabar con sus problemas económicos sino también aquellos que fueron avanzando en sus estudios, que se sacaron una carrera y uno o dos másteres, que han estudiado algún segundo idioma y que con el paso del tiempo tan sólo aspiran a un trabajo de becario no remunerado en un sector que probablemente diste mucho de aquél para el que se han formado y que ha acabado por demoler buena parte de su ambición para lograr las metas hacia las cuales se orientaba. Lo que termina por convertir a ‘Hermosa juventud’ en un espejo borroso de la realidad es la limitación de su discurso derivado de su deseo por recrear la sordidez de un entorno concreto, mientras que para lograr ese ansiado y necesario retrato generacional al que indudablemente aspira resultaría imprescindible ser capaz de integrar el amplísimo espectro de jóvenes que lo componen, pues sólo así seremos capaces de enfrentarnos frente a frente a la preocupante realidad social y psicológica a la que se enfrenta la juventud del (presente) siglo XXI. El cine español sigue teniendo, por lo tanto, una tarea pendiente.
Diego Rufo
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