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España España · León
Voto de jvalle:
10
Romance. Drama. Aventuras Finales de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Un hombre herido viaja en un convoy sanitario por una carretera italiana, pero su estado es tan grave que tiene que quedarse en un monasterio deshabitado y semiderruido, donde se encarga de cuidarlo Hana, una enfermera canadiense. Aunque su cuerpo está totalmente quemado a consecuencia de un accidente sufrido en África, tiene todavía ánimo para contarle a Hana la trágica historia de su vida. (FILMAFFINITY) [+]
22 de julio de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amor es el sentimiento del que más se han valido escritores, poetas y cineastas a lo largo de la historia como tema para sus obras. Pocas son las novelas y las películas que no lo traten. Y sin embargo, la mayoría de ellos se quedan en lo superficial, pues no hablan del amor en profundidad, del amor en sí, de todo el vendaval de emociones que despierta. Quizá El paciente inglés, la obra maestra del recientemente fallecido Anthony Minghella, director de Cold Mountain y El talento de Mr. Ripley, sea una de las pocas películas que, a partir de una historia de amor, nos invita a reflexionar sobre nuestra propia capacidad de amar, sobre los límites y las metas que estamos dispuestos a alcanzar por otra persona, sobre la naturaleza intrínseca del amor y, ante todo, sobre las consecuencias de una pasión que puede llegar a ser devoradora.

Basada en la novela homónima de Michael Ondaatje, la historia nos traslada a un monasterio italiano abandonado y en ruinas que, ya en el final de la Segunda Guerra Mundial, es ocupado por cuatro personas que a pesar de pertenecer a mundos totalmente distintos entre sí, comparten el sufrimiento y la sentimiento de pérdida derivados de la guerra: Kip, un desactivador de bombas indio (Naveen Andrews); Hana, una bella y amable enfermera que ha visto cómo las balas y las bombas aniquilaban todo su mundo (Juliette Binoche); un mendigo al que le han amputado los pulgares y que busca venganza (Willem Dafoe) y un misterioso hombre que ha sufrido graves quemaduras en un accidente de avioneta en África (Ralph Fiennes). Poco a poco van conociéndose en profundidad, hasta descubrir los motivos y las causas que los han llevado a su situación actual.

Es precisamente este último personaje el eje principal que vertebra la película. Gracias al vagabundo David Caravaggio, que muestra un extraño interés por él, y a las lecturas que Hana le hace de un libro con notas y apuntes que se salvó del accidente -y que es lo único que le queda, pues ha perdido casi la totalidad de sus recuerdos-, descubrimos que el paciente inglés es, en realidad, el conde de Almásy, el líder de una expedición arqueológica y topográfica en Egipto. En las cálidas arenas del desierto egipcio conoce a Katherine (Kristin Scott Thomas), una mujer casada que hace gala de una osadía y una valentía impropias para una mujer de la época. Repleta de amor pasional, odio y venganza, su misteriosa y trágica historia desencadena un tsunami de emociones que termina por tambalear y destruir varias vidas. Su tormentosa relación pone de manifiesto la fuerza destructiva del amor, su cara más demoledora y fatal, aquella que conduce a los celos, la envidia, el dolor, la tristeza y, finalmente, la soledad. Todo a cambio de unos pocos momentos, eso sí, de plena y ardiente felicidad.

Su historia es la de dos personas que se aman y se odian al mismo tiempo, que no pueden estar juntas ni separadas, lo que les provoca una enorme infelicidad que termina por hacerles perder el control y el sentido de sus propias vidas. Pero el amor también es capaz de salvarnos de la vida, alimentando nuestro corazón con sensaciones maravillosas y sentimientos que nunca antes habíamos experimentado. Puede que el amor sea un agente destructivo, pero también lo es de redención. Solo gracias a él Hana, enamorada de “fantasmas” y al borde de ese terrible precipicio llamado soledad, encuentra la esperanza a la que aferrarse para superar las dificultades que la vida le ha puesto en el camino. Y es que su romance con Kip -bellísima la escena en la que ella descubre las pinturas murales del viejo monasterio después de haber seguido en la noche las velas encendidas que él ha colocado- constituye la única luz entra tanta oscuridad y tristeza.

Es inevitable comparar la cinta de Minghella con otra de las obras maestras del drama romántico. Los vuelos fatales en avioneta por el continente africano -acompañados por una música inolvidable-, o la bellísima escena en la que Katherine le lava el pelo a Almásy son algunas de las claras referencias a Memorias de África. Tanto El paciente inglés como la película protagonizada por Streep y Redford nos hace testigos de un deseo arrollador y un debate entre libertad y compromiso cuya solución parece ser siempre el sufrimiento. Entre el “odio la propiedad” que asegura Almásy en uno de sus primeros encuentros con Katherine, y el “eres mía” que le susurra al oído cuando sabe que está a punto de perderla, hay una diferencia abismal: la de una persona que reconoce el profundo cambio que el amor que siente por una mujer ha provocado en él. Un cambio en el que ya no hay vuelta atrás.

Las oscarizadas música y fotografía de Gabriel Yared y John Seale, las interpretaciones –la elegancia de Kristin Scott Thomas, la pasionalidad de Ralph Fiennes, la melancolía de Juliette Binoche, ganadora del Oscar a la mejor actriz de reparto- el guión y la dirección de Minghella, todo en El paciente inglés se puede calificar de excelente. Y terminamos con el espíritu perturbado y lloroso, gracias a ese salvaje final que alcanza y hiere nuestro corazón y destruye, al igual que en los protagonistas, todos nuestros miedos y nuestras ilusiones, todas nuestras convicciones acerca del amor. Pero, puesto que el amor es lo que nos hace más humanos, su visionado nos hace sentir mejores, más completos, pues hemos asistido a una lección magistral de amor y, sobre todo, de vida. El paciente inglés es una de esas pocas películas que, con su lirismo sentimental y su energía e intensidad, dignifican el cine, el arte, la condición humana y, por qué no también, la vida.
jvalle
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