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Voto de Antonio Morales:
6
Comedia. Drama Medio-oeste americano, 1967. Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg) es un profesor de física que ve cómo de la noche a la mañana su vida se derrumba. Es un hombre bueno, un marido fiel y afectuoso, un buen padre y un profesor serio, pero, de repente, todo en su vida empieza a ir mal. Su mujer lo abandona sin explicaciones, y el amante de ella lo convence para que deje su casa y se mude a un motel por el bien de los niños. Además, su carrera ... [+]
27 de febrero de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras el Oscar ganado con “No es país para viejos” y la aparente comedia ligera de “Quemar después de leer”, los hermanos Coen han optado en esta ocasión por rodar una película pequeña, sin estrellas en el reparto. Aún así, tras su apariencia de simple comedia negra, “Un tipo serio” oculta, además de una cierta carga autobiográfica, una notable dosis de reflexión filosófica a partir del personaje bíblico de Job. Un acercamiento teñido de humor negro, al tipo de suburbio del Medio Oeste americano en el que se criaron, y en el que se ríen de forma abierta de algunas de las costumbres más arraigadas en la comunidad judía. Su narrativa siempre es vigorosa y audaz impregnada de ese característico humor que ellos practican.

El film alude a la lectura del libro de Job como prueba del grado de intervención de Dios en los asuntos humanos. Es decir, que la progresiva desintegración del entorno familiar y profesional del protagonista, Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), aparte de una prueba de mala leche de los Coen, puede verse también como una actualización de las numerosas desgracias que Satán hizo pasar al mencionado santo para probar su confianza y su devoción hacia Dios. En ese sentido, la (inventada) leyenda yiddish que abre la película resulta fundamental para comprender la auténtica intención de los Coen: la discusión que mantiene el matrimonio judío que la protagoniza, en relación a si su anciano invitado es o no un dybbuk – es decir, un espíritu errante que ha adquirido forma corpórea -, plantea un problema filosófico sobre la aprehensión de la realidad que nos rodea, a pesar de nuestras limitaciones físicas e intelectuales, que está muy relacionado con la obra de dos teóricos muy admirados por los Coen, Ludwig Wittgenstein y Werner Heisenberg.

Unas ideas sobre lo incomprensible de la vida que tiñen la reinterpretación que los autores realizan sobre las penitencias que tuvo que sufrir Job, pues su protagonista, se dedica a pasar por la vida de puntillas, si hacer demasiado ruido, hasta que todo a su alrededor comienza a desmoronarse. En sus esfuerzos por encontrarle un sentido a lo que está ocurriendo, para lo que le resulta igual de inútil la racionalidad que le proporciona su preparación matemática como la guía espiritual y religiosa que busca en los rabinos de su comunidad – tres, como tres eran los amigos de Job, Elifaz de Temán, Bildad de Suaj y Sofar de Naamat, que le planteaban que sus problemas debían estar causados por sus pecados -, no es difícil intuir también la sombra de Albert Camus y su filosofía del absurdo.

De ahí que Gopnik represente, en la ficción de los Coen, al judío convencional de la época en la que se ambienta e film, finales de los sesenta, cuya eterna pretensión de ser un “mensch” – un hombre serio, según los estándares hebreos, como indica el título del film y como afirma ser el amante de su mujer – le empuja a dejarse llevar más por su sentimiento de culpabilidad y su carácter reprimido que por sus auténticos deseos de romper con todo y que sólo es capaz de abrazar abiertamente en sus agitados sueños.
Antonio Morales
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