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Voto de Antonio Morales:
8
Drama Con sólo catorce años, Antoine Doinel se ve obligado no sólo a ser testigo de los problemas conyugales de sus padres, sino también a soportar las exigencias de un severo profesor. Un día, asustado porque no ha cumplido un castigo impuesto por el maestro, decide hacer novillos con su amigo René. Inesperadamente, ve a su madre en compañía de otro hombre; la culpa y el miedo lo arrastran a una serie de mentiras que poco a poco van calando ... [+]
10 de abril de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
François Truffaut con esta película se convirtió en abanderado de este movimiento de renovación del cine francés. El cineasta dedicó la película a André Bazin, fundador de la revista “Cahiers du cinema”, su maestro en teoría cinematográfica, y protector (fue el padre que nunca tuvo, un hijo de madre soltera) que murió cuando se iniciaba el rodaje. En “Los cuatrocientos golpes” Truffaut eligió un relato con un nítido fondo autobiográfico, y construyó la narración alrededor de las vivencias de Antoine Doinel. Este adolescente no es particularmente conflictivo, ni su comportamiento es capaz nunca de escandalizar, pero está destinado a equivocarse, la inocencia de su mirada delata su desamparo.

Impregnada de una sugerente capacidad emotiva, Truffaut nos muestra las anécdotas de la vida de este chico de trece años; poco a poco iremos conociendo las inquietudes de Antoine, reservado, esquivo y doliente, sus temores y preocupaciones, entenderemos porqué nunca quiere estar en casa, y porqué encuentra mayor felicidad vagando por las frías calle de París. Desde los planos en los que el chico escucha las discusiones entre sus padres hasta la confesión con la psicóloga, cada secuencia añade algún aspecto al inolvidable retrato del muchacho. Más brillante que el resto de las primeras obras de sus coetáneos (Chabrol, Godard o Resnais), “Los cuatrocientos golpes” es la que mejor ha envejecido de todas ellas. Parece una paradoja que aquel cine denominado “nuevo” parezca hoy “tan viejo”, posiblemente estuviera demasiado atado a su tiempo y a sus fundamentos. La clave de esta película, igual que sucediera más tarde con “Adiós, muchachos” de Louis Malle, es la mirada reflexiva sobre el mundo adolescente que se vuelve imperecedera.

La fuerza emocional del film y su lograda identificación con el protagonista son dos de sus mayores virtudes, cuando es abofeteado y castigado, sentimos que alguien golpea nuestra infancia, y sentimos como algo nuestro el desamor de sus padres por Antoine, nos aborda un desamparo insostenible. ¿Acaso es delito? reclamar el amor y el calor familiar, la pasión por el cine, Balzac, los libros, la cultura y ver el mar mientras caminas por la orilla de una playa, disfrutando de la brisa salada y soñar con amores a los veinte años con los besos robados en domicilios conyugales. ¿Es pecado ser romántico y rebelde? quizás Antoine Doinel (“alter ego” de Truffaut) no encajaba en una sociedad pequeño burguesa materialista y deshumanizada. Truffaut que sintió la soledad y la tristeza, como Antoine, expresa con esta obra un mundo afectivo y propio por lo que discurriría el moderno cine de autor.

El cineasta reinventa las nociones clásicas del cine y reflexiona, utiliza la horizontalidad del “scope”, por primera vez de manera consciente, sobre las premisas esenciales del lenguaje cinematográfico. Truffaut realiza un film sorprendentemente maduro, con el crudo sentimiento melancólico de una vida a medias soñada. Una clara influencia del cine de Jean Vigo y Rossellini. Enorme cinéfilo y teórico, acérrimo defensor del cine de Hitchcock, escribió grandes diatribas apasionadas desde la crítica de cine y varios libros, entre los que yo recomendaría, “Las películas de mi vida” y “El cine según Hictchcock”, dos libros que no pueden faltar en la biblioteca de cualquier amante del cine. Como es de sobra conocida la frase tantas veces apuntada que parece ser era el lema de este gran cinéfilo: “Quien ama el cine, ama la vida”.
Antonio Morales
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