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Voto de Doctor Zaius:
9
Drama Historia sobre un conductor de autobús y poeta aficionado sobre las pequeñas cosas llamado Paterson, que vive en Paterson, New Jersey. (FILMAFFINITY)
11 de diciembre de 2016
12 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que me vino a la cabeza viendo esta película fueron estas líneas de la canción de Rafa Berrio “las pequeñas cosas”:

"No encuentro la felicidad en las pequeñas cosas.
Las pequeñas cosas de la vida no me bastan.
No me basta con el que dicen su encanto inefable,
aquel que tanta poesía en nombre suyo causa."

Las pequeñas cosas, ésto es, la vida cotidiana y sus servidumbres.

Una característica notable de nuestro tiempo es lo que podríamos denominar el repliegue colectivo da cada uno de nosotros de forma más o menos consciente a la esfera de lo doméstico. Si uno ha conseguido cierta estabilidad laboral y sentimental parece inevitable entrar en una especie de dinámica similar a esta:
- desactivarse social y políticamente;
- rodearse de objetos agradables a los sentidos y hacer ver vía redes sociales cuanto se disfruta de ellos;
- centrarse en la autopreservación a través del consumo y el cuidado obsesivo del cuerpo y la alimentación;
- buscarse amigos que nos acompañen en salidas nocturnas, eventos gastronómicos y fiestas de guardar y con los que no puedan tener lugar discusiones sobre temas “serios” o la búsqueda de proyectos comunes.

Algunos, para sobrevivir a la banalidad de este tipo de existencia, deciden, incluso, tener hijos (tema que, en la película, es tratado como una fantasía alucinatoria). Esta clase de vida, centrada en estos aspectos de la existencia -importantes, por otra parte, pero insuficientes por sí mismos para llevar una vida plena-, constituyen el contexto necesario para el culto a las “pequeñas cosas” de las que habla Rafa Berrio en su canción.

Paterson, película aparentemente centrada en el universo doméstico-afectivo-laboral de un conductor de buses que escribe poemas todo el tiempo, es el reverso inteligente y sentido de esta perspectiva vital. Es la descripción de algo que podríamos llamar una felicidad no-estúpida, o, cuando menos, de un estar en el mundo en el cual la aceptación de la propia circunstancia no significa la inmersión en la banalidad absoluta. Lejos de las felicidades preformateadas que nos ofrecen la publicidad y los manuales de autoayuda, esta última obra de Jarmusch apunta a la aceptación de la complejidad que supone toda vida y a la elaboración de rituales para enfrentar la tarea de vivir.

La película se estructura en siete capítulos, uno por cada día de la semana, más un epílogo -un octavo día que anuncia la repetición de la serie completa. Cada uno de ellos es una variación sobre los anteriores, de forma que podríamos verlos en cualquier otro orden sin que la historia global sufriera cambios sustanciales. Cada día en la vida de Paterson es, al mismo tiempo, igual a los demás en su estructura general pero sutilmente diferente en los detalles particulares. Jarmusch rueda esta repetición de la que nacen pequeñas alteraciones con un pulso extraordinario, como si fuera un metrónomo que sostuviera un ritmo lento pero implacable, sin estridencias, sin acelerones, pero también sin desfallecimientos o tiempos muertos inútiles. Cada minuto del metraje tiene un sentido por sí mismo y otro en el conjunto de la película.

Paterson es el título del poemario de William Carlos Williams que actúa a modo de telón de fondo durante todo el metraje. También, a la vez, el nombre del protagonista y el nombre de la ciudad en la que este vive junto a su pareja. En ambos habita un mundo que semeja ser infinito. El primero se va revelando en forma de versos que impresionan la pantalla ante nuestros ojos. La segunda va desplegando un elenco de secundarios que se entremezclan con personajes históricos -poetas como Ginsberg o el citado William Carlos Williams, boxeadores como “huracán Carter”- para configurar un tapiz humano diverso, complejo, pródigo en ecos y reverberaciones. Los versos y la vida se enredan, se revuelven, se entregan afectos de ida y vuelta. Sobre Paterson la ciudad se desarrolla la experiencia de Paterson el protagonista con Paterson, el poemario, como magma referencial. Fruto de esta interacción crece, ante nuestros ojos, un universo de relaciones, sensaciones, afectos y pensamientos que nos atañen, que nos hablan directamente. Así, por esta vía, el localismo absoluto en el que está sumergida la película adquiere una universalidad a la que es imposible sentirse ajeno.

Muchos elementos merecen ser destacados: ese Adam Driver que va creciendo de película en película, la actriz iraní Golshifteh Farahani que da vida a la extravagante pareja del protagonista, el perro de ambos -tercer y asombroso protagonista principal-, el tratamiento de la imagen -esa marca de fábrica jarmuschiana consistente en una hiperestilización naturalista que esquiva los peligros del naturalismo y del esteticismo simultáneamente-, todo el catálogo de secundarios que acompañan a Paterson durante el metraje, la banda sonora que actúa soterradamente en un discreto segundo plano, los poemas que Ron Padgett ha escrito expresamente para dar voz poética a Paterson, los homenajes al poeta William Carlos Williams y la celebración de la propia urbe, los largos planos acompañando al protagonista por las calles casi siempre vacías de una ciudad que aparenta estar permanentemente a la espera, adormilada, contenida, las conversaciones en el bus o en la barra del bar que frecuenta el protagonista cada noche, los diseños obsesivos y elegantes que la novia de Paterson desarrolla cada mañana, los planos que recogen el amanecer de la pareja diariamente … Todo transmite una idea de complejidad presentada con sencillez, una especie de antimanual audiovisual que explora los recovecos de lo cotidiano y la profundidad que puede atesorar si se observa desde el ángulo adecuado, en este caso desde la experiencia de un conductor de autobús entregado a la complicada tarea de vivir y escribir poesía a toda costa.
Doctor Zaius
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