El indicio de que la relación entre William y Juliette es fruto de una mera intención profesional y de debate del libro de éste, empieza a desdibujarse en una conversación tan real como ficticia, cuando ya no sabemos cuál de las tres Juliettes nos gusta más: la italiana triste y resentida por un marido que siempre está de viaje escribiendo novelas; la francesa agresiva y hastiada que trata de educar a su hijo sola; o la inglesa intelectual que parece refutar y alabar a partes iguales la idea de que una buena copia es mejor que un mal original. Binoche nos confunde así, durante casi dos horas, y nos mantiene pegados a la pantalla esperando a que diga algo que nos confirme si son realmente una pareja original o “Coppie” en italiano; o una “copie” francesa (copia, en español). Los diálogos que mantienen Will y ella se convierten en una montaña rusa de emociones, que nacen de ambos de una forma tan natural, que nos deja atónitos y sin saber si llevan 15 años casados o se acaban de encontrar.

Kiarostami nos relata una historia de dos personas, tras ella camina la sombra de ser una buena copia, y no un original, y deja al espectador que decida si lo son o no. Es fiel a las expectativas del título. La idea se argumenta, se representa, somos víctimas de ella, y al final nos abre una puerta a la reflexión entre campanas y pájaros tras una ventana abierta. Puede verse como el drama romántico de la historia que está en la superficie de la trama, o puede verse como obra de ensayo por la magnífica exposición, desarrollo y conclusión del planteamiento de “la Copia”.
Film no comercial de un grupo de pocos con suerte que encuentran distribuidor para las salas de cine, gracias a la fama de su director iraní, que deja patente que una mirada diferente en el cine es necesaria, no sólo para enseñar a los publicistas de hoy cómo vender ideas, sino para acostumbrar a un público impaciente a otra forma de disfrutar del cine, con Juliette y la Toscana.