Una obra de la cinematografia patria que triunfó como Los Morancos en su momento y que ahora es vista como un subproducto para frikis y bebes adictos al ácido y a los nepes de negro. Y todo por una polémica de que no dejaban desarrollar la inteligencia a los culturetas habituales que pueblan el festival de Sitges cada año. Habrase visto tal aberración pseudocientífica. Este filme es un caleidoscopio de sensaciones y de brillantes arcos argumentales bien construido y coherente, solo comparable con inyectarse verdadera mierda en las venas (y en el centro exacto del venaco, no lo olvidemos). Ahora solo queda el espectro del éxito que obtuvo y el resquemor de los raros, oscuros y enigmáticos personajes de capacidades mentales cuestionables que poblaban ese extraño bareto sintético que, de hecho, se parece mucho a la que está justo debajo de mi casa. Una producción de auténtico culto aunque no se entienda ni un mojón.