Giros de ironía, encanto y enredo a cargo de un incontestable como fue Wilder. El dúo Lemmon-MacLaine derrocha química de nuevo, tras su sobresaliente labor conjunta en “El apartamento”, para conformar una de las parejas más carismáticas y compenetradas de la historia del cine cómico.
El guión pasea por la tragicomedia y el absurdo y, si bien no configura una película que me deje impresión de esplendidez, lo agradable de pasar dos horas y pico pendiente de los líos de Irma, la desvalida prostituta, y de Néstor, el honrado enamorado metido a chulo por seguir la corriente a su chica, compensa con creces.
Llena la vista la fotografía en Technicolor y Panavision, con colores muy definidos y ricos, y la pintoresca calle Casanova, repleta de bullicio y de la esencia de París, se graba en las pupilas. MacLaine preciosa y genial intérprete, Lemmon tan enérgico y hechicero como acostumbra, y un secundario de los dignos de mención y de recuerdo, Lou Jacobi, como el polifacético dueño del bar, centro de reunión y cuartel general de la flor y nata del chulerío y el mujerío del barrio.
Chicas sexys aguardando a sus clientes en las aceras, resignadas a ser explotadas y suspirando por una situación mejor en la que alguien las trate como a princesas, petimetres de traje y sombrero mantenidos por las chicas, vehículos transportando la carga del gran mercado cercano, y el bar regentado por el misterioso “Moustache”. La corrupción policial aceptada por todas las partes interesadas como algo necesario e imprescindible para la buena marcha de los negocios y de los placeres, el estado de cosas injusto y deshonesto pero conveniente para casi todos. Un sexista sistema en el que las mujeres son la principal fuente de prosperidad y placer, pero en el que ellas son las que están más abajo en la escala.
Hasta que llega Néstor, quien secretamente se desvivirá por su Irma.
Una lúcida sentencia pronunciada por el sabio “Moustache”: Es lícito y aceptable odiar a cualquiera en todas partes, pero para amar hay que esconderse en rincones oscuros.
Pero esa es otra historia...