Las enfermedades que la humanidad padece, algunas de ellas terribles y devastadoras, la han llevado a investigar incansablemente y buscar remedios que en unos casos han tenido éxito, llegando incluso a erradicar por completo males como la viruela. Pero en otros casos la cura se resiste y muchos siguen condenados a padecer grandes tormentos. El cáncer, el SIDA, el Alzheimer y otras tantas son un azote que desafía obstinadamente a la medicina.
¿Quién no querría evitar que su cerebro se deshaga, perdiendo los recuerdos y la identidad? ¿Quién quiere ver cómo ese familiar tan querido se va transformando en un vegetal? Por ello Will Rodman, cuyo padre se degenera a causa del Alzheimer, no descansa hasta encontrar un fármaco que detenga el proceso... Y en su desesperación, no tiene en cuenta en un principio los efectos adversos. Su revolucionario medicamento, experimentado en chimpancés, les desarrolla una inteligencia fuera de lo común, pero Will no sabe que contiene un virus muy peligroso para los humanos. Una pequeña cría simia, a la que su madre ha transmitido genéticamente los efectos potenciadores de las neuronas, es adoptada por el joven científico. César crece rodeado de cariño, con unas dotes excepcionales, y pronto descubre su posición anómala en el mundo. Como criatura racional, comprende que no es humano, pero tampoco un chimpancé corriente, y esto lo llevará a una angustiosa crisis y a perseguir su lugar, un lugar no hecho para seres como él. Y en su dura caída hacia la realidad, comprenderá que su único camino será la huida de todo cuanto ha conocido, porque sabe que los humanos jamás serán sus iguales.
Los riesgos de la experimentación en animales y de manipular sustancias desconocidas se cobran un alto precio.
Un thriller dramático muy absorbente, que se ve con deleite y en el que los efectos visuales aportan un potente impacto. César es el protagonista indiscutible. Su personalidad atrayente logra que uno se lo tome en serio, algo nada desdeñable tratándose de un mono. En especial sus ojos verdes, que tanto recuerdan a los escalofriantes de Gollum en “El señor de los anillos”, se meriendan la pantalla en un juego de expresividad extraordinariamente desarrollada.
Curiosamente, esta precuela me ha gustado más que la película original. Aquella recreación algo acartonada de Schaffner (comprensible si tenemos presente que en 1968 la tecnología cinematográfica no alcanzaba las cotas actuales) no me conmovió como sí lo ha hecho la de Wyatt.
Buena presentación de los derroteros que tomaría la lucha de poder entre dos especies racionales, cuando los humanos dejan de tener la exclusividad sobre el pensamiento elaborado.