Media votos
7,0
Votos
2.208
Críticas
1.745
Listas
37
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Vivoleyendo:
2
6,8
112.170
Fantástico. Thriller. Acción
Cinta basada en el cómic homónimo. La oscura y peligrosa ciudad de Gotham tan sólo se halla protegida por su corrupto cuerpo de policía. A pesar de los esfuerzos del fiscal del distrito Harvey Dent y el comisionado de policía Jim Gordon, la ciudad es cada vez más insegura hasta que aparece Batman, el Señor de la Noche. La reputada periodista Vicky Vale intentará descubrir el secreto que se oculta tras el hombre murciélago. (FILMAFFINITY) [+]
8 de septiembre de 2007
24 de 102 usuarios han encontrado esta crítica útil
Año 1990. Por todas partes empiezan a acribillarnos con esta supuesta maravilla que se convierte en todo un fenómeno mediático. Suena una especie de musiquilla subliminal en nuestras pobres cabezas que repite sin cesar: "si no vas a verla, tendrás siete años de mala suerte, se te caerán los dientes y el pelo y te saldrán granos en el culo".
En los cines de mi ciudad (que entonces eran cines pequeños), todas las salas fueron invadidas por este aluvión. Y cuando digo todas, es que eran TODAS. Batman desplazó de las carteleras a otras películas (ni siquiera recuerdo cuáles eran, serían algunas de las que se estrenaron en 1990) y los carteles con el logotipo del murciélago coparon todos los puestos.
Jo, menuda maravilla debe de ser esto, pensé, desoyendo alguna vocecilla interior que me
avisaba del peligro.
De modo que, cómo no, ante tal invasión, me dejé arrastrar al cine. Allí acudí con mi primo, mi prima y el que por entonces era el novio de ésta.
Compramos las sempiternas chucherías cinéfilas, nos ponemos como benditos a la interminable cola que se prolonga todo a lo largo de la calle y esperamos a que abran las puertas del cine.
La cola es un variopinto ejemplo de las multitudes cinéfilas: familias enteras con niños llorones, pandillas de chavales en la edad del pavo, parejas ilusionadas ante la perspectiva de meterse mano a todo trapo en la penumbra de la sala... Hasta ahí, todo normal, todos en la estela de una promesa emocionante que está a punto de materializarse en la mágica pantalla blanca que observa impasible a los pardillos que han pagado su entrada.
Buscamos nuestros asientos, la sala se va llenando hasta los topes, todos tenemos esa sensación de anticipación que siempre precede al momento en que las luces se apagan.
La sala se sumerge en la oscuridad y los murmullos se acallan. La pantalla se ilumina y deja de ser una pantalla para convertirse en un mundo.
Empieza la película. Pero... Algo falla. Oigo cómo la familia que está sentada en los asientos de mi izquierda engulle sus palomitas, pelan sus pipas con una habilidad adquirida en años de práctica, los niños pequeños parlotean y mastican mientras sus padres les sisean para que se callen. Varias filas atrás (algo debe marchar muy mal para que me dé por mirar atrás...) se me confirma lo que ya se me había revelado en la cola de la entrada: algunas parejas se enroscan en besos tornillo sin demasiado disimulo. En las filas de delante, los chavales de las pandillas meten algo de ruido y lanzan risotadas sofocadas, ante los siseos furiosos de otros espectadores. Y por todas partes nos envuelve el sonido de las bolsas de plástico de las toneladas de chucherías que la gente es capaz de comer por minuto en el cine.
Sigo en el spoiler por falta de espacio.
En los cines de mi ciudad (que entonces eran cines pequeños), todas las salas fueron invadidas por este aluvión. Y cuando digo todas, es que eran TODAS. Batman desplazó de las carteleras a otras películas (ni siquiera recuerdo cuáles eran, serían algunas de las que se estrenaron en 1990) y los carteles con el logotipo del murciélago coparon todos los puestos.
Jo, menuda maravilla debe de ser esto, pensé, desoyendo alguna vocecilla interior que me
avisaba del peligro.
De modo que, cómo no, ante tal invasión, me dejé arrastrar al cine. Allí acudí con mi primo, mi prima y el que por entonces era el novio de ésta.
Compramos las sempiternas chucherías cinéfilas, nos ponemos como benditos a la interminable cola que se prolonga todo a lo largo de la calle y esperamos a que abran las puertas del cine.
La cola es un variopinto ejemplo de las multitudes cinéfilas: familias enteras con niños llorones, pandillas de chavales en la edad del pavo, parejas ilusionadas ante la perspectiva de meterse mano a todo trapo en la penumbra de la sala... Hasta ahí, todo normal, todos en la estela de una promesa emocionante que está a punto de materializarse en la mágica pantalla blanca que observa impasible a los pardillos que han pagado su entrada.
Buscamos nuestros asientos, la sala se va llenando hasta los topes, todos tenemos esa sensación de anticipación que siempre precede al momento en que las luces se apagan.
La sala se sumerge en la oscuridad y los murmullos se acallan. La pantalla se ilumina y deja de ser una pantalla para convertirse en un mundo.
Empieza la película. Pero... Algo falla. Oigo cómo la familia que está sentada en los asientos de mi izquierda engulle sus palomitas, pelan sus pipas con una habilidad adquirida en años de práctica, los niños pequeños parlotean y mastican mientras sus padres les sisean para que se callen. Varias filas atrás (algo debe marchar muy mal para que me dé por mirar atrás...) se me confirma lo que ya se me había revelado en la cola de la entrada: algunas parejas se enroscan en besos tornillo sin demasiado disimulo. En las filas de delante, los chavales de las pandillas meten algo de ruido y lanzan risotadas sofocadas, ante los siseos furiosos de otros espectadores. Y por todas partes nos envuelve el sonido de las bolsas de plástico de las toneladas de chucherías que la gente es capaz de comer por minuto en el cine.
Sigo en el spoiler por falta de espacio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
¡Ah, Dios mío, pero si estaban poniendo una película! ¿De qué iba? Intento fijar mis ojos en la pantalla y alguna escena me hace evocar un recuerdo. ¿Qué comí ayer al mediodía? ¿Albóndigas con patatas? ¿Cómo puede ser que ya se me haya olvidado lo que comí ayer? Debo tener un problema grave de memoria... Y qué bonito ese libro que me terminé de leer, cómo me gustó, era el libro "Rebeldes" de S. E. Hinton, es increíble que una chica de 16 años escribiera un libro como ése...
Unos ronquidos suaves me sacan de mis ensoñaciones. Mi primo se ha quedado sobado a mi derecha y, más allá, también mi prima y su novio. La imagen es enternecedora.
Y la familia de al lado continúa devorando sus inacabables chucherías y la madre se levanta para salir con los niños fuera, probablemente para que éstos alivien sus urgencias en los servicios tras semejante atracón de refrescos.
Y, ahhhh, mi mente sigue divagando por algún limbo desconocido hasta que las luces de la sala me sorprenden sumida en otra de mis placenteras ensoñaciones. Mis acompañantes pegan un salto y miran a su alrededor con ojos hinchados, mientras yo me echo a reír no sé si por no llorar y mi primo me pregunta: "¿tú te has enterado de algo?"
Salimos de la sala riéndonos a carcajada limpia, no por el dinero que hemos tirado al pagar la entrada, sino por lo pringaos que hemos sido y por los caretos de sueño. Menos mal que siempre nos queda tomarnos esas cosas con pitorreo.
Ya he dicho en otras ocasiones que hay películas de Burton que admiro, pero obviamente ésta no se cuenta entre ellas.
Unos ronquidos suaves me sacan de mis ensoñaciones. Mi primo se ha quedado sobado a mi derecha y, más allá, también mi prima y su novio. La imagen es enternecedora.
Y la familia de al lado continúa devorando sus inacabables chucherías y la madre se levanta para salir con los niños fuera, probablemente para que éstos alivien sus urgencias en los servicios tras semejante atracón de refrescos.
Y, ahhhh, mi mente sigue divagando por algún limbo desconocido hasta que las luces de la sala me sorprenden sumida en otra de mis placenteras ensoñaciones. Mis acompañantes pegan un salto y miran a su alrededor con ojos hinchados, mientras yo me echo a reír no sé si por no llorar y mi primo me pregunta: "¿tú te has enterado de algo?"
Salimos de la sala riéndonos a carcajada limpia, no por el dinero que hemos tirado al pagar la entrada, sino por lo pringaos que hemos sido y por los caretos de sueño. Menos mal que siempre nos queda tomarnos esas cosas con pitorreo.
Ya he dicho en otras ocasiones que hay películas de Burton que admiro, pero obviamente ésta no se cuenta entre ellas.