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Voto de Vivoleyendo:
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Drama
Amsterdam, julio de 1942. Con objeto de escapar de la Gestapo, la familia Frank se esconde en la buhardilla del señor Krater. Allí convivirán con otro grupo de judíos: la familia Van Daan. Todo quedará reflejado en el diario de la pequeña hija de los Frank. (FILMAFFINITY)
28 de noviembre de 2007
48 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 12 de junio de 1942, Annelise (Ana) Frank cumplió trece años y recibió el regalo que ella convertiría en uno de los testimonios más desgarradores sobre la tragedia del holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial.
Aquella chica de despierta inteligencia, de espíritu alegre e inquieto, dotada de un carácter fuerte y de una desarrollada capacidad para analizarse a sí misma y su entorno con aguda precisión, no sabía que ya era una escritora más que consumada y que habría de pagar el precio más cruel y elevado para obtener una fama póstuma y universal que ella nunca había deseado, y mucho menos aún a semejante precio.
Imaginaos a una chica de trece años, plena de sueños y de ansias por empaparse de la vida que palpitaba ante sus ojos, obligada a privarse de su libertad física (ya que no espiritual) y confinada en el reducido espacio de una casa oculta, forzada a convivir las veinticuatro horas del día con otras siete personas.
Imaginaos a esa chica que día a día experimentaba el terror de que los descubrieran, que tenía que pasarse horas y horas de absoluta quietud para evitar cualquier ruido delator, que cotidianamente soportaba las rencillas, las discusiones, los roces que lógicamente surgían entre tantas personas que sólo se tenían las unas a las otras. Pero su carácter optimista y activo no le permitía deprimirse seriamente, y además contaba con varias vías de escape: su imaginación poderosa, las abundantes lecturas y su diario. Aquella Ana inquieta, charlatana y rebelde poseía una profundidad psicológica y un alma inmensamente fértil que, como vía de desahogo y búsqueda de la Amiga, se estaban desnudando prodigiosamente y honestamente en aquellas páginas que no fueron escritas con intención de pasar a la posteridad.
Su diario fue su gran refugio, el consuelo de las horas muertas que ella veía desgranarse con la esperanza de que toda aquella pesadilla terminaría para encontrar la libertad anhelada.
Durante dos años de impenitente encierro, veinticinco meses de enclaustramiento, Ana se fue convirtiendo en la mujer que habría podido llegar a ser. Frescura y madurez, una fascinante personalidad que quedó de manifiesto y plasmada brillantemente, para mi asombro y admiración, en una de las obras literarias que sitúo en la cumbre de la literatura de todos los tiempos. Precisamente por su sencilla maestría, por su absoluta honestidad, por el alma imperecedera de su autora y porque ella nunca la habría considerado una obra digna de pasar a la historia.
Ana Frank me sacude el corazón como ningún otro escritor consigue hacerlo, y es para mí esa Amiga que ella siempre quiso tener; esa Amiga que todos desearíamos tener.
Cuando este verano tuve ocasión de visitar Amsterdam, lo primero que hice fue plantarme en la larga cola y esperar pacientemente para entrar a impregnarme del aura de aquella casa.
Aquella chica de despierta inteligencia, de espíritu alegre e inquieto, dotada de un carácter fuerte y de una desarrollada capacidad para analizarse a sí misma y su entorno con aguda precisión, no sabía que ya era una escritora más que consumada y que habría de pagar el precio más cruel y elevado para obtener una fama póstuma y universal que ella nunca había deseado, y mucho menos aún a semejante precio.
Imaginaos a una chica de trece años, plena de sueños y de ansias por empaparse de la vida que palpitaba ante sus ojos, obligada a privarse de su libertad física (ya que no espiritual) y confinada en el reducido espacio de una casa oculta, forzada a convivir las veinticuatro horas del día con otras siete personas.
Imaginaos a esa chica que día a día experimentaba el terror de que los descubrieran, que tenía que pasarse horas y horas de absoluta quietud para evitar cualquier ruido delator, que cotidianamente soportaba las rencillas, las discusiones, los roces que lógicamente surgían entre tantas personas que sólo se tenían las unas a las otras. Pero su carácter optimista y activo no le permitía deprimirse seriamente, y además contaba con varias vías de escape: su imaginación poderosa, las abundantes lecturas y su diario. Aquella Ana inquieta, charlatana y rebelde poseía una profundidad psicológica y un alma inmensamente fértil que, como vía de desahogo y búsqueda de la Amiga, se estaban desnudando prodigiosamente y honestamente en aquellas páginas que no fueron escritas con intención de pasar a la posteridad.
Su diario fue su gran refugio, el consuelo de las horas muertas que ella veía desgranarse con la esperanza de que toda aquella pesadilla terminaría para encontrar la libertad anhelada.
Durante dos años de impenitente encierro, veinticinco meses de enclaustramiento, Ana se fue convirtiendo en la mujer que habría podido llegar a ser. Frescura y madurez, una fascinante personalidad que quedó de manifiesto y plasmada brillantemente, para mi asombro y admiración, en una de las obras literarias que sitúo en la cumbre de la literatura de todos los tiempos. Precisamente por su sencilla maestría, por su absoluta honestidad, por el alma imperecedera de su autora y porque ella nunca la habría considerado una obra digna de pasar a la historia.
Ana Frank me sacude el corazón como ningún otro escritor consigue hacerlo, y es para mí esa Amiga que ella siempre quiso tener; esa Amiga que todos desearíamos tener.
Cuando este verano tuve ocasión de visitar Amsterdam, lo primero que hice fue plantarme en la larga cola y esperar pacientemente para entrar a impregnarme del aura de aquella casa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Pude contemplar la iglesia protestante contigua y escuchar la bella melodía que el carillón del reloj desgrana cada hora, la misma que Ana escuchaba durante su encierro; observé el canal que discurre junto al edificio, y las construcciones colindantes...
Nada ha cambiado demasiado desde aquellos tiempos. Sesenta años han pasado, y el aura de Ana Frank sigue tan vívida que uno puede sentirla nada más pisar el lugar.
Caminé por aquellas estancias en las que han respetado escrupulosamente el escaso mobiliario que los nazis dejaron tras su paso; pisé aquel suelo que ella había pisado, subí y bajé por aquellas escaleras de madera angostas y empinadas que son tan típicas en esas casas holandesas; me empapé de la visión de aquellos aposentos de extrema sencillez, me recreé mirando las fotos de estrellas de cine que Ana había pegado en las paredes de su habitación, paseé por el comedor-cocina-sala de estar con su estufa, su fregadero, su hornilla y los pocos muebles y enseres conservados; vi el lavabo y el retrete, me detuve a mirar las fotos de los habitantes de la casa, los documentos, los carteles publicitarios de la empresa de especias Opekta; seguí con atención los documentales que se retransmitían en unas pantallas situadas en alguna de las estancias principales, las que habían pertenecido a las oficinas y los talleres... Y, pese a tantos años, a las restauraciones, a tanto turismo, a tanta publicidad, Ana sigue muy viva entre aquellas paredes, yo podía sentirla, era como si ella me hubiera llamado para mostrarme su alegría de vivir y su tragedia y animarme a ser mejor persona de lo que soy.
Una película nunca puede hacer honor suficiente a semejante historia, ni esta película en cuestión lo pretende; pero es espléndida por su sencillo y emotivo despliegue, por la labor de los actores que aceptaron tan delicado cometido (sobre todo el que interpreta a Otto Frank y, por supuesto, Shelley Winters) su magnífica fotografía, su banda sonora, su fidelidad a la esencia del diario y su intento por reconstruir un episodio que habría de tener gran impacto en el mundo entero.
"Me da mucho miedo pensar en todas las personas con quienes me he sentido siempre tan íntimamente ligada y que ahora están en manos de los más crueles verdugos que hayan existido jamás.
Y todo por ser judíos." (Fragmento del jueves 19 de noviembre de 1942, de un ejemplar traducido al español, editorial DeBolsillo, edición de diciembre de 2005)
Nada ha cambiado demasiado desde aquellos tiempos. Sesenta años han pasado, y el aura de Ana Frank sigue tan vívida que uno puede sentirla nada más pisar el lugar.
Caminé por aquellas estancias en las que han respetado escrupulosamente el escaso mobiliario que los nazis dejaron tras su paso; pisé aquel suelo que ella había pisado, subí y bajé por aquellas escaleras de madera angostas y empinadas que son tan típicas en esas casas holandesas; me empapé de la visión de aquellos aposentos de extrema sencillez, me recreé mirando las fotos de estrellas de cine que Ana había pegado en las paredes de su habitación, paseé por el comedor-cocina-sala de estar con su estufa, su fregadero, su hornilla y los pocos muebles y enseres conservados; vi el lavabo y el retrete, me detuve a mirar las fotos de los habitantes de la casa, los documentos, los carteles publicitarios de la empresa de especias Opekta; seguí con atención los documentales que se retransmitían en unas pantallas situadas en alguna de las estancias principales, las que habían pertenecido a las oficinas y los talleres... Y, pese a tantos años, a las restauraciones, a tanto turismo, a tanta publicidad, Ana sigue muy viva entre aquellas paredes, yo podía sentirla, era como si ella me hubiera llamado para mostrarme su alegría de vivir y su tragedia y animarme a ser mejor persona de lo que soy.
Una película nunca puede hacer honor suficiente a semejante historia, ni esta película en cuestión lo pretende; pero es espléndida por su sencillo y emotivo despliegue, por la labor de los actores que aceptaron tan delicado cometido (sobre todo el que interpreta a Otto Frank y, por supuesto, Shelley Winters) su magnífica fotografía, su banda sonora, su fidelidad a la esencia del diario y su intento por reconstruir un episodio que habría de tener gran impacto en el mundo entero.
"Me da mucho miedo pensar en todas las personas con quienes me he sentido siempre tan íntimamente ligada y que ahora están en manos de los más crueles verdugos que hayan existido jamás.
Y todo por ser judíos." (Fragmento del jueves 19 de noviembre de 1942, de un ejemplar traducido al español, editorial DeBolsillo, edición de diciembre de 2005)