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Voto de Jose_Lopez_5:
5
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1.169
Comedia
Un manager musical (Murray) viaja junto a su último cliente hasta Afganistán para una serie de conciertos. Pero una vez allí se quedará tirado, solo, y sin dinero, pasaporte o transporte para volver a casa. No obstante, y cuando peor se le estaban poniendo las cosas, conoce a una joven con una voz portentosa, lo que le animará a viajar hasta Kabul para intentar presentarla a The Afghan Star, la versión local del conocido programa de ... [+]
28 de agosto de 2021
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Empecemos por ubicarnos porque, si no, no hay Cristo que se entere de qué va todo este pifostio.
Año 2015. EE.UU. lleva catorce años en Afganistán por causa de los atentados en las Torres Gemelas del 2001. Hace cuatro que ha liquidado a Ben Laden (en Pakistán, no en Afganistán), pero allí sigue, supuestamente para reconstruir ese país (véase spoiler 1). Durante estos años, EE.UU., junto con otros países aliados, ha ido soltando cantidades obscenas de material militar y billetes de forma descontrolada, perdiéndose la mayor parte en infraestructuras inútiles, sobornos y gastos que no reportaban ningún beneficio sostenible en el tiempo. Aunque los informes recogían esta realidad, conforme estos ascendían en la escala de mando eran obviados o maquillados.
Ese año, Barry Levinson estrena una comedia ubicada en ese país con Bill Murray de protagonista. El ambiente lo propicia, porque lo que ocurre en Afganistán es surrealista, triste y, por qué no decirlo, hasta cierto punto repetitivo a ojos de un historiador.
La cinta relata las miserias de un agente musical estadounidense, Murray, más próximo a un farsante que a un profesional de fiar, que opta por iniciar una gira por Afganistán para animar a sus soldados. Su plan es acudir con una cantante y beneficiarse del dinero estadounidense que corre sin pudor por esas tierras. No obstante, la historia se tuerce, se enreda de múltiples formas, y acaba enfilando unos derroteros delirantes. La película, sin embargo, fracasa. Sus $15 millones de presupuesto solo dan una taquilla mundial de $3.4 millones, y la crítica se la come a mordiscos. Y eso ocurrió por, creo yo, varias razones.
Una. La cinta parece perseguir un cierto tipo de comedia en donde Murray y su cantante, Zooey Deschanel, se plantan en Afganistán. La situación allí imperante contrasta con los planes de los protagonistas, por lo que uno espera ver a estos metidos en toda clase de líos. Sin embargo, la historia no tarda en abandonar esa senda, dejando a Murray solo. En ese punto, el espectador, amén de perdido por el giro, centra toda su atención en un Bill sin escudero.
Dos. Una vez la acción queda en manos de Murray, la película enfila una sucesión de hechos a cual más rocambolesco e inverosímil. Aceptamos que es un relato ficticio, pero su inverosimilitud lo daña. El espectador no se cree que Murray sobreviva tanto tiempo en un país como ese, mientras las anécdotas se encadenan pretendiendo ser coherentes, cuando no lo son.
Tres. A Murray lo rodean de secundarios que entran y salen del relato con torpeza, casi rayando en el "deus ex machina". Así, las relaciones que nacen son tan abruptas que no hay manera de tragárselas. En cuestión de minutos surgen amistades que hay que aceptar con naturalidad forzada, lo que tira por tierra la suspensión de la incredulidad (véase spoiler 2).
Cuatro. Ya en la segunda mitad de la película, los hechos se precipitan de una manera tan desbocada que se tiene la sensación de que faltan páginas del guion. O eso, o alguien no tiene tacto con las elipsis. Como no me creo que Levinson rodase algo con tales carencias, debo asumir que se le dio pasaporte a bastante material durante la edición, dañando así la continuidad del relato.
Cinco. Por el culo te la hinco. Altibajos por doquier. No vamos a pedirle a Levinson que la película sea desternillante cada minuto pero, al menos, sí que juegue con más acierto con los tiempos. No lo hace. Los momentos interesantes están mezclados sin orden ni concierto con bajones en la historia. Y, lo que es peor, aquellas escenas en las que el espectador se prepara para unos diálogos inteligentes y rompedores, acaban resultando vacías y sin chispa. Es como ver ascender en el cielo un fuego artificial y quedarse esperando una palmera de colores que no termina de aparecer.
Seis. Las luces de Murray. O, mejor dicho, la ausencia de ellas. La falta de inteligencia del protagonista, en especial desconectando de la realidad, alcanza cotas de retraso mental. Ya no es solo que sea un vendedor de humo. Es que se deja llevar por terceros en un entorno en donde la vida carece de valor.
Siete. Esto es específico de España. Los horribles doblajes al castellano del personaje del taxista y de la cantante afgana. Pero malos de verdad. Tanto por voz como por sincronía. No soy ningún talibán de las versiones originales, pero aquí no queda otra que escuchar a esos personajes con su voz real si no quiere sentirse incómodo con cada intervención.
En general, estamos ante una historia tan involuntariamente fantasiosa que, por momentos, casi pareciera un sueño. Porque nada tiene mucha lógica ni credibilidad. Eso no quita, sin embargo, que la cinta tenga algunos aciertos. Por ejemplo, se pincelan muy torpemente algunos detalles menores sobre los afganos, su cultura y su organización tribal. Pero na de na. Un visto y no visto. Y se ofrece una visión liviana de un país devastado y de cómo se encaran allí los problemas. Además, Murray parece tomarse un poco en serio su papel y, por una vez, aparca su cara de "me la suda todo" y actúa. Ya era hora, caballero.
En resumen, una película rara que, dados los acontecimientos actuales, quizás pueda ser interesante de ver, aunque más por su trasfondo y las pobres ideas entre líneas que por la historia principal. Pero eso no evitará que se lleve una gran desilusión, quedándole la sensación de que se ha desaprovechado un material con posibilidades.
Año 2015. EE.UU. lleva catorce años en Afganistán por causa de los atentados en las Torres Gemelas del 2001. Hace cuatro que ha liquidado a Ben Laden (en Pakistán, no en Afganistán), pero allí sigue, supuestamente para reconstruir ese país (véase spoiler 1). Durante estos años, EE.UU., junto con otros países aliados, ha ido soltando cantidades obscenas de material militar y billetes de forma descontrolada, perdiéndose la mayor parte en infraestructuras inútiles, sobornos y gastos que no reportaban ningún beneficio sostenible en el tiempo. Aunque los informes recogían esta realidad, conforme estos ascendían en la escala de mando eran obviados o maquillados.
Ese año, Barry Levinson estrena una comedia ubicada en ese país con Bill Murray de protagonista. El ambiente lo propicia, porque lo que ocurre en Afganistán es surrealista, triste y, por qué no decirlo, hasta cierto punto repetitivo a ojos de un historiador.
La cinta relata las miserias de un agente musical estadounidense, Murray, más próximo a un farsante que a un profesional de fiar, que opta por iniciar una gira por Afganistán para animar a sus soldados. Su plan es acudir con una cantante y beneficiarse del dinero estadounidense que corre sin pudor por esas tierras. No obstante, la historia se tuerce, se enreda de múltiples formas, y acaba enfilando unos derroteros delirantes. La película, sin embargo, fracasa. Sus $15 millones de presupuesto solo dan una taquilla mundial de $3.4 millones, y la crítica se la come a mordiscos. Y eso ocurrió por, creo yo, varias razones.
Una. La cinta parece perseguir un cierto tipo de comedia en donde Murray y su cantante, Zooey Deschanel, se plantan en Afganistán. La situación allí imperante contrasta con los planes de los protagonistas, por lo que uno espera ver a estos metidos en toda clase de líos. Sin embargo, la historia no tarda en abandonar esa senda, dejando a Murray solo. En ese punto, el espectador, amén de perdido por el giro, centra toda su atención en un Bill sin escudero.
Dos. Una vez la acción queda en manos de Murray, la película enfila una sucesión de hechos a cual más rocambolesco e inverosímil. Aceptamos que es un relato ficticio, pero su inverosimilitud lo daña. El espectador no se cree que Murray sobreviva tanto tiempo en un país como ese, mientras las anécdotas se encadenan pretendiendo ser coherentes, cuando no lo son.
Tres. A Murray lo rodean de secundarios que entran y salen del relato con torpeza, casi rayando en el "deus ex machina". Así, las relaciones que nacen son tan abruptas que no hay manera de tragárselas. En cuestión de minutos surgen amistades que hay que aceptar con naturalidad forzada, lo que tira por tierra la suspensión de la incredulidad (véase spoiler 2).
Cuatro. Ya en la segunda mitad de la película, los hechos se precipitan de una manera tan desbocada que se tiene la sensación de que faltan páginas del guion. O eso, o alguien no tiene tacto con las elipsis. Como no me creo que Levinson rodase algo con tales carencias, debo asumir que se le dio pasaporte a bastante material durante la edición, dañando así la continuidad del relato.
Cinco. Por el culo te la hinco. Altibajos por doquier. No vamos a pedirle a Levinson que la película sea desternillante cada minuto pero, al menos, sí que juegue con más acierto con los tiempos. No lo hace. Los momentos interesantes están mezclados sin orden ni concierto con bajones en la historia. Y, lo que es peor, aquellas escenas en las que el espectador se prepara para unos diálogos inteligentes y rompedores, acaban resultando vacías y sin chispa. Es como ver ascender en el cielo un fuego artificial y quedarse esperando una palmera de colores que no termina de aparecer.
Seis. Las luces de Murray. O, mejor dicho, la ausencia de ellas. La falta de inteligencia del protagonista, en especial desconectando de la realidad, alcanza cotas de retraso mental. Ya no es solo que sea un vendedor de humo. Es que se deja llevar por terceros en un entorno en donde la vida carece de valor.
Siete. Esto es específico de España. Los horribles doblajes al castellano del personaje del taxista y de la cantante afgana. Pero malos de verdad. Tanto por voz como por sincronía. No soy ningún talibán de las versiones originales, pero aquí no queda otra que escuchar a esos personajes con su voz real si no quiere sentirse incómodo con cada intervención.
En general, estamos ante una historia tan involuntariamente fantasiosa que, por momentos, casi pareciera un sueño. Porque nada tiene mucha lógica ni credibilidad. Eso no quita, sin embargo, que la cinta tenga algunos aciertos. Por ejemplo, se pincelan muy torpemente algunos detalles menores sobre los afganos, su cultura y su organización tribal. Pero na de na. Un visto y no visto. Y se ofrece una visión liviana de un país devastado y de cómo se encaran allí los problemas. Además, Murray parece tomarse un poco en serio su papel y, por una vez, aparca su cara de "me la suda todo" y actúa. Ya era hora, caballero.
En resumen, una película rara que, dados los acontecimientos actuales, quizás pueda ser interesante de ver, aunque más por su trasfondo y las pobres ideas entre líneas que por la historia principal. Pero eso no evitará que se lleve una gran desilusión, quedándole la sensación de que se ha desaprovechado un material con posibilidades.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
1º) Aunque a día de hoy, en plena retirada atropellada no exenta de muertes, lo niega y dice que ese nunca fue su objetivo. Pos fale. Ya estamos acostumbrados a tantas mentiras que una más no se nota.
2º) Murray está perdido, sin dinero, sin pasaporte y sin saber qué hacer. De repente aparece un taxista que, no solo habla inglés, sino que es un gran aficionado a la música disco. A partir de ese momento, y casi al instante, se convierte en su traductor, amigo, confidente y socio de aventuras peligrosísimas. Porque sí, porque el caballero no tiene nada mejor que hacer que tragarse todas las trolas que Murray le cuenta y acompañarlo. Al parecer, no tiene vida propia.
Un problema similar ocurre con la prostituta interpretada por una macizorra Kate Hudson. En un visto y no visto, le ofrece un polvazo de escándalo y se convierte en su aliada y socia allí donde haga falta. ¿A cuento de qué?
Algo parecido ocurre con los traficantes de armas, quienes entran en la vida de Bill (y este los acepta) con total inmediatez para, después, desaparecer sin más de la historia.
Y, ¿qué decir del mercenario de Bruce Willis, que pasa de querer matarlo a jugarse la vida por él con toda facilidad? Un personaje que, además, solo parece existir como instrumento para permitir a Murray desplazarse por el desierto.
Es como si los personajes secundarios carecieran de personalidad propia, cambiando del blanco al negro con solo pulsar un interruptor.
2º) Murray está perdido, sin dinero, sin pasaporte y sin saber qué hacer. De repente aparece un taxista que, no solo habla inglés, sino que es un gran aficionado a la música disco. A partir de ese momento, y casi al instante, se convierte en su traductor, amigo, confidente y socio de aventuras peligrosísimas. Porque sí, porque el caballero no tiene nada mejor que hacer que tragarse todas las trolas que Murray le cuenta y acompañarlo. Al parecer, no tiene vida propia.
Un problema similar ocurre con la prostituta interpretada por una macizorra Kate Hudson. En un visto y no visto, le ofrece un polvazo de escándalo y se convierte en su aliada y socia allí donde haga falta. ¿A cuento de qué?
Algo parecido ocurre con los traficantes de armas, quienes entran en la vida de Bill (y este los acepta) con total inmediatez para, después, desaparecer sin más de la historia.
Y, ¿qué decir del mercenario de Bruce Willis, que pasa de querer matarlo a jugarse la vida por él con toda facilidad? Un personaje que, además, solo parece existir como instrumento para permitir a Murray desplazarse por el desierto.
Es como si los personajes secundarios carecieran de personalidad propia, cambiando del blanco al negro con solo pulsar un interruptor.