Metro Manila

Mientras la veía, estuve reflexionando, sobre la cantidad de cosas buenas que nos rodean y a las que damos tan poca importancia.

El escaso valor que concedemos a la amistad, al compromiso... siempre rodeados de artículos innecesarios, que no aportan esa felicidad a la cual deseamos acceder, considerando que llega a través de lo material, cuando solo la podemos hallar en el lugar donde jamás buscaríamos: Dentro de nosotros mismos.

Metro Manila, relata la falta de oportunidades, la supervivencia, el engaño; habla sobre la familia, la búsqueda de un empleo en situación límite; y lo hace con autenticidad, de una manera que llega al espectador sin utilizar la trampa emocional.

A través de una sencilla trama, va narrando una historia muy bien ideada, donde la mentira es moneda de cambio de quienes desean crecer, y así destruyen la inocencia de una joven familia de campesinos, que solo buscan una pequeña salida a su miseria.

Producción británica de 2.013, dirigida por Sean Ellis, director que cuenta con algún premio, pero cuyo mayor éxito fue METRO MANILA, de la que hago comentario.

No está nada mal esta historia de la familia filipina que se va de los arrozales a buscarse la vida a la ciudad. A pesar de ser algo cien veces visto, pero la realidad es así de persistente. Nada más llegar todo son dificultades. Impresiona ese recorrido por Manila, casi documental, donde se ven todas las miserias humanas sin tener que recurrir a discurso alguno, por la mera fuerza de las imágenes. La gente se pelea por descargar cajas de sol a sol por un plato de comida. Los empleadores eligen a los más fuertes, o a los menos conflictivos, de entre un montón, como hacían los encargados del señorito en los cortijos. Nada lejos de la realidad actual, por desgracia. En este sentido, la película es un documento de denuncia social. Pero lo mismo que Rocco se hace boxeador en la película de Visconti, aquí el chico se busca una profesión también de riesgo. Y ahí empieza la otra parte, la parte de género negro. Todo va poco a poco hasta virar a la intriga y la violencia, que desembocará en algo bastante sorprendente. Quizás la parte social-documental dure demasiado, descompensando un tanto el conjunto, pero el producto merece la pena. Buenas interpretaciones y situaciones verosímiles. Entretiene y hace pensar.

Sean Ellis nos ofrece una película honesta, cargada de lírica y de drama, con una fotografía inmensa y con un guion que, pese a flojear en algunos tramos, consigue resultar convincente y decidido. Porque el drama de Óscar es el drama de tantos, ya no solo en Filipinas, sino en otras partes del mundo. Y a Óscar, que viaja con su familia a Manila para huir del campesinado que sólo le da necesidades, lo trampean, lo defraudan, lo infravaloran, se ríen de él... El amor de su familia es el que le hace soportar la degradación de no tener dónde vivir o de aguantar que su mujer trabaje en un prostíbulo. La necesidad se hace imperiosa por el hambre, por la carencia de un techo o por el dolor de muelas de su hija mayor.

Por eso, creo que 'Metro Manila' nos retrata una Filipinas real, sin artificios, quedando como resultado más una epopeya que un thriller. Las vistas de esa ciudad gigante, que bien podría ser cualquier otra, nos lleva a visitar los suburbios, el centro, el tráfico, la decadencia, el contraste.

Todo sueño empieza con cerrar los ojos. Los sueños de Óscar empiezan destapando una vieja lata de Nescafé en donde guardaba lo poco que tenía. Luego, el traslado y las penurias. ¿La recompensa? Tal vez vivir para siempre con su familia allí donde nadie pudiese hacerle daño de nuevo.

Óscar Ramírez, cultivador de arroz en el municipio de Banaue, Filipinas (sus arrozales son Patrimonio de la Humanidad), al verse en la miseria por la bajada del precio del cereal, decide trasladarse, junto a su mujer y sus dos pequeñas hijas, a la superpoblada Manila donde, como es lógico, le habrá de costar mucho salir a adelante, si bien un rápido golpe de fortuna le hará encontrar trabajo como conductor de camiones blindados.

El director, Sean Ellis, encargado también de la fotografía y de la escritura del guion, nos presenta de modo eficaz, y a la vez casi poético (trabajando muy bien la luz), el caos de la superpoblada capital de Filipinas. A través de un firme guion, sin dejar ningún cabo suelto, y con una brillante dirección (aprovechando muy bien la impresión que produce en el espectador el primer plano) muestra todo el suspense y acción del thriller al tiempo que nos sumerge en el problema que supone la supervivencia de la familia protagonista.

Manila, la enorme metrópoli, el gigante formado por carreteras, suburbios, pobreza, atascos, riqueza y suciedad. Con una muy buena narración de cámara, sin casi necesidad de diálogos, el ritmo marcado por el metraje nos trae el esfuerzo, el trabajo, la humildad de la vida en el campo, nos muestra también la cara viva, abrumadora, fascinante y llena de posibilidades que ofrece la gran ciudad para los foráneos.

Acierta el film en el tono a tratar, en la escasez de oportunidades, en la injusticia del sistema que sustenta. Pero al entrar en el terreno del thriller y sobretodo con el final, pierde el sentido de crónica veritable de los desposeidos, los parias de la tierra, aquellos que abandonaron el campo y son tragados por la maquinaria de la ciudad, saturno devorando a sus hijos.
La película los abandona al elegir otro camino, ya no su historia, que continua inexorablemente en las metrópolis que se alimentan de los más débiles, son la sangre que hace funcionar la rueda que levanta los nuevos rascacielos.