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La gran ilusión

Drama Primera Guerra Mundial (1914-1918). Una obra sobre la camaradería y las relaciones humanas que retrata el día a día de unos prisioneros franceses en un campo de concentración alemán durante la Gran Guerra. Nada más llegar al campo, dos oficiales de la aviación francesa se enteran de que sus compañeros de barracón están excavando un túnel para escapar de allí. (FILMAFFINITY)
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Críticas 73
Críticas ordenadas por utilidad
17 de febrero de 2011
49 de 83 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué bonito es ser prisionero, siempre quise serlo, por favor háganme prisionero, lo necesito..... Y métanme en mi querido campo de concentración, prometo no escaparme nunca...Es más, me quedare a vivir para siempre...Quiero tanto a mis carceleros Alemanes y ellos a mi.....Uff, se me saltan las lágrimas (perdón)
Esta guerra no debería de acabar nunca, se vive tan bien aquí en mi amado campo de concentración qué no se si escaparme o pedirle al comandante del campo qué se case conmigo....

Por cierto..¿Por qué se volverían los alemanes tan malos malísimos años mas tardes en sus campos de concentración?
¿Acaso no sería por los malos tratos qué sufren los Alemanes (gritos,insultos,malos modos,etc) por parte de algunos prisioneros?
Muchas escenas son patéticas y surrealistas, me dieron vergüenza ajena...

Un beso a mis carceleros, les quiero.
loboden
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1 de abril de 2015
21 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algo más que un alegato antibelicista. En la Gran Ilusión, Renoir nos lleva a la primera guerra mundial (la película es tan antigua que la segunda ni siquiera se había producido) para contarnos la historia de un grupo de oficiales aliados, prisioneros en un campo de concentración alemán. Allí la relación entre capturados y captores es más afable de lo que podría suponerse en una contienda bélica, todos ellos se respetan y al ser un campo de concentración sólo para oficiales, las condiciones de vida para los prisioneros, están lejos de parecerse a lo que solemos ver en otras películas, donde hay tiempo para comer bien, divertirse y, como no, para intentar escapar.

El director francés nos deja claro que las fronteras son unas líneas inventadas por los hombres, que las guerras son absurdas por definición y que la humanidad está por encima de todo, incluso por encima de las lenguas o de las clases sociales. Porque es también un tema a tratar por Renoir, la conciencia de clases y la pérdida de privilegios de la antigua aristocracia europea, eso sí, en la película el guión les ofrece a este grupo un descomunal sentido del honor, una mitificación de la honra que los coloca casi en un escalón superior al del resto de oficiales más ‘chabacanos’, buenas personas, pero incapaces de sacrificarse, un mensaje que personalmente no me gustó.

En cualquier caso, al margen de hablarnos de la fraternidad universal, de los elementos comunes que unen a todos los hombres del mundo, incluso en las circunstancias más perversas para la confraternización, en cuanto a los elementos propiamente cinematográficos todavía se nota que el cine como industria aún anda por sus albores y por mucha filosofía que la crítica generalizadamente le quiera extraer al filme del genio francés hay elementos de seria inmadurez a la hora de cuajar la historia.

Se nota por ejemplo a la hora de cercenar el filme en dos partes demasiado diferenciadas que casi parecen dos películas marginadas entre sí, hubiera hecho falta un mejor trabajo de montaje para engranar una historia con la otra y situar al espectador mejor en la historia. Tampoco ayuda demasiado una falta de ritmo constante en toda la historia que en algunas ocasiones explota la tensión y en otras deja pasar escenas costumbristas que valen más para rellenar que para narrar. Aunque el aliciente de la relación entre aliados y enemigos resulta el factor principal de la película, el guión no se preocupa en absoluto de hacerlo creíble, simplemente ocurre y se da y esa complicidad puede resultar falsa en algunos momentos, al menos a ojos de un espectador del siglo XXI. También le falta algo de magia al trabajo interpretativo, todavía poco gestual por lo que la potencia de los personajes deja toda la responsabilidad en los diálogos, y en cuanto a los márgenes técnicos, aunque el director sabe utilizar con buen tino los planos largos con una amplia profundidad de campo, la verdad es que el catálogo de manejo de la cámara se antoja algo corto.

Tal vez una década más de experiencia en eso del cine, hubieran hecho de esta película una obra maestra, pero honestamente a mi no me lo parece aunque muchos lo den por hecho.
Palomitasconchoco
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13 de diciembre de 2013
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los oficiales alemanes cachean a los prisioneros. El aristócrata capitán Boeldieu protesta cuando le registran:
- Lo siento, capitán, debemos cachearlos. ¡Es la guerra!
- De acuerdo, pero se puede hacer cortésmente –replica el capitán francés.

Los soldados abren los paquetes recibidos, uno de ellos, comenta con admiración:
- Me sorprende la honradez de los carceleros que nos entregan las cosas.

Cuando se sientan a la mesa, los prisioneros franceses parecen encantados:
- Nunca he comido mejor en mi vida –exclama uno de ellos mientras se sirve foie gras, sardinas marinadas u otras delicias.

Estas frases resumen bien el ambiente en el campo de prisioneros: ¡parece un campamento de vacaciones! Todos están bien alimentados, sonrientes, de buen humor, bien vestidos, los alemanes les tratan bien. ¿Se puede pedir más?

Todo baña en un ambiente de ingenuidad, camaradería, generosidad, incluso entre enemigos. A Jean Gabin no se le va la sonrisa de los labios, haciendo incluso (como casi siempre) sus observaciones irónicas. Surge además una historia de amor…. Pero ¿cuánto hay de verosimilitud en esto?

Aunque quizás esa es la cuestión: abogar por el buen trato, la civilidad y el respeto, incluso entre contrincantes. Esa es la gran ilusión, supongo; “ilusión”, en el sentido de algo que nos llenar regocijo y, a la vez, ilusión en el sentido de que es una fantasía. Como contrapartida, La noche más oscura (Kathryn Bigelow, 2012), por curiosidad, para mostrar en el cine una visión diferente de cómo es estar en el campo contrario (los islamistas a mano de los americanos). ¿Qué es más real?

Es cierto que la Primera Guerra mundial comenzó con entusiasmo (los soldados marchaban con una flor en el fusil). La percepción cambió completamente a partir de la batalla de Verdún, que en dos años produjo medio millón de víctimas entre alemanes y franceses.

En definitiva para cintas bélicas, más creíbles por ejemplo, Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957), Platoon (Oliver Stone, 1986), incluso Operación Birmania (Raoul Walsh, 1945), etc.

Pero quizás, para contundencia (¿e ingenuidad?), la afirmación de Kant: “La razón (…) enuncia su veto inapelable: no debe haber ninguna guerra; ni entre tú y yo en el estado de naturaleza, ni entre nosotros en cuanto Estados”.

Escenas curiosas:
- Los soldados franceses han preparado una representación teatral (con ropa traída ex profeso); asisten también los oficiales alemanes en un ambiente jovial. De repente, se interrumpe la representación con un anuncio: las tropas francesas han tomando Douamont. Gran alboroto; los franceses entonan La Marsellesa y los oficiales alemanes abandonan la sala con dignidad y en silencio.
Francesca
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9 de febrero de 2009
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
La aparición de Jean Renoir en el panorama del cine francés fue un gran acontecimiento. Llevaba los ojos cargados de hermosas imágenes y la cabeza de profundas ideas, y de ese bagaje son exponentes algunas películas anteriores a “La gran ilusión”, sin duda una de sus obras maestras y que obtuvo, entre otros, el premio a la mejor dirección artística en el Festival de Venecia.

Aquí su trabajo se sostiene en gran medida en la ajustada interpretación de Jean Gabin, Dita Parlo, Pierre Fresnay y Eric Von Stroheim, director austríaco, autor de ”Avaricia” (1923), que por aquel entonces estaba más dedicado al trabajo actoral, pero también en un excelente guión y en una precisión técnica fuera de toda duda. Hay una pericia evidente y una inteligencia cinematográfica en el manejo de la cámara y en la selección de los encuadres, que mantienen siempre un punto de calidad indiscutibles. Todo ello al servicio de lo que se nos cuenta: una historia conmovedora en donde se hace una reflexión sobre la naturaleza de la guerra, las clases sociales y, en general, la política que condujo a la primera guerra mundial, sembrando de cadáveres inútiles el corazón de la vieja Europa.

Hay momentos de gran intensidad emotiva: el amor surge de la necesidad y del peligro, de las circunstancias adversas y de la precariedad. Pero también los hay de enorme profundidad y sutileza intelectual. Renoir pone en boca de uno de los personajes eso de que “las fronteras no se ven, son inventos de los hombres. A la naturaleza le da igual las fronteras”. Desde ese punto de vista tiene lógica el comportamiento refinado y la relación cordial que mantienen el oficial alemán y el francés, este último prisionero del primero. Son más cosas las que les unen que las que les separan, así como en uno de los ejércitos puede haber más diferencias culturales y sociales.

Película optimista, con un trasfondo filosófico humanista y profundamente crítico, y un sentido del humor que, en algunos momentos sobra, visto desde nuestra perspectiva. No cabe duda de que, situada en su contexto, esta mezcla de registros trágicos y cómicos significó una gran novedad y una manera original de vehicular ese otro tipo de contenidos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Paco Ortega
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4 de febrero de 2018
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Grandiosa película enmarcada dentro del género bélico pero indudablemente más profundizada en su gran valor humano que se desarrolla durante la I Guerra Mundial, en el choque frontal de dos potencias emergentes como eran el Imperio Alemán y Francia en su contienda por los dominios de territorios, entre otros, de Alsacia y Lorena.

Dos oficiales franceses, el capitán Boeldieu (Pierre Fresnay) y el teniente Maréchal (Jean Gabin) son hechos prisioneros por los soldados del capitán von Rauffenstein (Erich von Stroheim) que los recibe de manera muy hospitalaria antes de confinarlos a un campo de prisioneros junto con otros oficiales como el teniente Rosenthal (Marcel Dalio). Tras un intento de fuga son deportados a un viejo castillo en lo alto de un monte y bajo el mando del mismísimo Rauffenstein que con la misma diplomacia y hospitalidad les sugiere que no cometan la locura de escapar.

Se considera “Le Grande Illusion” la mejor película de Jean Renoir por ser la más comprensible y entendedora de sus obras ante el gran público y el éxito que se expandió fuera de sus fronteras (fue el primer largometraje extranjero en estar nominado a los Oscar en categoria de mejor película, estatuilla que le arrebató “Vive como quieras” (You Can’ t Take it With You, 1938) de Frank Capra) pero que dejo una estela de esperanza y positivismo al mostrar la camaradería entre enemigos y una diferencia de clases no cuestionada. La rivalidad entre Rauffenstein y Boeldieu queda confundida por un sentido de la diplomacia exquisito y propio de caballeros unque tienen asimilado que esos tiempos de nobleza están ya pasados y es lo único que les queda de una guerra cruel e inútil, pues son servidores fieles a sus respectivos países.

Por otra parte esa situación de respeto mutuo se insinua entre los prisioneros y sus carceleros alemanes. Maréchal y Rosenthal, de rango militar inferior y condición social más baja, ganan protagonismo en la hermosa parte final de éste gran clásico que entona un grito a la inutilidad de las guerras.
Natxo Borràs
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