El fotógrafo del pánico

El fotógrafo del pánico es una obra maestra en cierto sentido. Toda la película es una clase de cómo acojonar al espectador y de crear situaciones tensas.

No había visto todavía ninguna película del afamado Michael Powell. Tras ver esta, entraré un poco más en su filmografía, pues me ha gustado su enfoque. Sin embargo, cuando deja de crear la situación y se mete de lleno en ella, pierde habilidad. Aún así, su talento sigue siendo enorme para filmar secuencias verdaderamente aterradoras. La fuerte iluminación no es algo habitual en este tipo de películas y, aquí, se demuestra que con inteligencia puede aprovecharse para dar peso a algunas escenas. La tensión es brutal en las escenas importantes, y la película vive de eso. Por otro lado, está lo más flojo: el guión. Excesivamente lento, busca penetrar poco a poco en el espectador para tener más realismo, pero acaba siendo por momentos un poco aburrido.

La actuación de Karlheinz Böhm es legendaria. Solamente utiliza los ojos para expresarse, y con ello consigue atenazarte. Sus palabras parecen tener el eco que buscan en los ojos de Böhm, que hacen que las medidas frases del actor resuenen una y otra vez cuando se producen unos silencios que parecen eternos. Genial Anna Massey, en un personaje bastante desdibujado pero con matices aún visibles, encarando a la perfección el miedo. Moira Shearer, escasa en pantalla pero también potente y protagonista de una de las mejores escenas de la película.

Resumiendo, que es gerundio: película irregular. Descomunal talento para rodar la incomodidad, y poca capacidad para darle rienda suelta. Tiene puntos de obra maestra y queda en una simple película interesante. Podría haber sido muchísimo mejor.

Michael Powell fue uno de los pioneros del género conocido como “slasher”, en el que es habitual el siniestro modus operandi de un asesino en serie que se especializa en matar normalmente a mujeres a las que ataca cuando se encuentran solas y completamente indefensas. En la mayoría de los casos se trata de mujeres jóvenes; chicas que caminan por calles desiertas o que entran en portales oscuros y silenciosos, o tan temerarias como para fiarse de un extraño; prostitutas ante las que simula ser un cliente más; y cualquiera que se quede a solas con él y sin posibilidad de ser auxiliada. Para Mark Lewis, el pánico que les inspira en el instante en que ellas saben que van a morir es el motor que lo excita por encima de cualquier otro sentimiento que pueda experimentar. Está obsesionado con el miedo, con filmarlo y retenerlo. Más que la obsesión por la muerte o por el sufrimiento, lo que lo convierte en un monstruo es esa perentoria fijación por causar el terror supremo en sus víctimas y grabar sus expresiones. Su padre, un eminente científico con instintos sádicos, lo torturó en su infancia para estudiar las reacciones de las personas ante el pánico. Todo aquello marcó y dañó terriblemente al joven Mark.
Su profesión de fotógrafo y operador de cine le permite ganarse la vida pluriempleado, haciendo fotos de chicas ligeras de ropa para revistas eróticas, y trabajando como ayudante de cámara en un estudio cinematográfico. Y en secreto, se dedica por entero a su pasión malsana: matar cuando puede, filmar las macabras escenas y montarlas en su estudio, para visionarlas una y otra vez. Además, le atrae el voyeurismo o escoptofilia, o espiar y grabar a parejas excitadas sexualmente. Y, en general, nunca sale a la calle sin su cámara, pues para él el principal móvil de su tiempo libre es captar cualquier vista que pueda añadir a su tétrica colección.
Quiere realizar la película perfecta sobre el miedo humano.
Helen, una vecina de su inmueble, traba amistad con él y un cambio sutil se operará en la atormentada mente del psicópata…
Powell pretendió reflejar los subterráneos de la parte más perturbada de la psique, y explorar una de las emociones más potentes e incontrolables, así como la atracción que algunas personas maníacas sienten hacia ese pozo al que a nadie le gusta asomarse, precisamente porque tratamos de evitarlo.
Porque tal vez no haya nada más espantoso que el miedo.

Espléndida película sin lugar a dudas, que gira entorno a las obsesiones y desequilibrios de un personaje capaz de atormentarnos con sensaciones similares a la vida real.
La cámara de transforma en muchos momentos en el protagonista, descubierto desde el primer minutos de película. Nuestro personaje, atormentado desde pequeño por su padre científico "del miedo" que experimentaba con su hijo, los diferentes comportamientos que el miedo como tal nos produce. Ya desde pequeño Mark, ve su vida interrumpida y sesgada por el comportamiento de su padre, fascinado al igual que él más tarde, en el uso de la cámara como medio de vida y desarrollo.

Una cosa es bien cierta todos padecemos Escoptofilia, vaya que somos mirones, y nos recreamos en ello. El morbo que produce pasear la mirada y observar las diferentes sensaciones que produce "el miedo" sobre todo "el miedo". ¿Por que nos atrae tanto? El miedo es el vehículo conductor de ésta película, de importancia capital dentro del género de terror.
Mark capta el miedo con su cámara, que son sus ojos, como una flaqueza, como le enseñó su padre, el miedo que atenaza a sus víctimas tiene como objetivo ser eliminado. La multitud de sensaciones que produce ese miedo a Mark, contemplando como tal el orgasmo producido por las imágenes de miedo (que no de muerte) que contempla en su estudio.
La niñez en la que se ve estancado el personaje de Mark, recordemos detalles como el tener leche únicamente como bebida en su casa, o el entusiasmo que demuestra con la idea de los cuentos infantiles y su cámara mágica, definen a un personaje como a un niño, solamente un niño maltratado por su padre, huerfano de madre y torturado con su muerte y imágenes.

La película guarda parecido con clásicos del género de la obsesión, como Repulsion de Polanski, El estrangulador de Boston de Fleisher o alguna de las películas de De Palma de sus inicios como Vestida para matar.

Espléndida ocasión para ver un clásico necesario en el género, y la oportunidad de desmostrar que todos somo unos mirones.

Una de esas películas que los cinéfilos más vanguardistas catalogan de libre, atrevida y arriesgada. Estoy de acuerdo hasta cierto punto. Lo que diferencia a esta interesante propuesta de las posteriores e inferiores "Arrebato" y "Blow-Up", es lo siguiente: un guión coherente que da una explicación sin apenas fisuras de la turbulenta obsesión del protagonista sin renunciar a múltiples referencias hitchcockianas de eficacia más que demostrada (en el manejo del suspense, en la figura perturbadora de la madre, en el voyeurismo, en el asesinato y su investigación, en un sentido del humor sarcástico...); unos actores principales (Carl Boehm y Anna Massey) que hacen un trabajo inmenso, que transmiten una relación de amor delicada, oscura, ambigua, cambiante, impredecible, de desenlace incierto. Los inconvenientes: una estética pasadísima de moda, un par de situaciones irrisorias, una historia que es difícil tomarse en serio tal y como es contada.

Los diálogos y la mayoría de secuencias resultan artificiosas. Es cierto que el guión desarrollado de diferente manera, hubiera podido dar como resultado una magnífica película.

Estoy pensando si con todos sus ingredientes se hiciese un remake, amparados por un buen director y los actores adecuados, hubiésemos conseguido un excelente trabajo, pues material había.

Considero que está sobrevalorada, aún reconociendo su buen argumento... Extraña y constreñida.