127 horas

Lo dije respecto a “Buried” y vuelvo a repetirlo ahora: los que menosprecian o devalúan “127 horas” lo hacen —en la mayoría de los casos— desde una perspectiva eminentemente intelectual. Bressoniana, diría yo. Y eso significa, ni más ni menos, que los detractores de esta peli suelen ser —no siempre, pero sí muchas veces— recalcitrantes gafapastas a quienes les fastidia el barroquismo de Boyle y que, sin lugar a dudas, hubieran valorado mucho mejor su última obra si ésta se hubiera ceñido estrictamente a una serie de cánones, por decirlo así, más sobrios y minimalistas.

La mejor cualidad de “127 horas”, sin embargo, reside —a mi juicio— en el inestimable jugo que el inglés es capaz de extraerle a su propio libreto de estilo. Un libreto de estilo fértil, enfático y vigoroso que, lejos de agravar las propias limitaciones de la trama argumental, le imprime a la peli un nervio y una tensión francamente encomiables. Algo que, unido a la extraordinaria interpretación de Franco y la brutal secuencia en la que nuestro héroe deja a Rambo como una nenaza, convierte a “127 horas” en un producto comercial de alta calidad absolutamente recomendable para todos aquellos que, como un servidor, disfrutamos horrores pasándolo mal en el cine.

Que Boyle sea recordado por la sobrevalorada superventas “Slumdog Millionaire” y no por “Trainspotting”, me parece un atentado contra la ya de por si corta memoria del espectador.

127 horas no pasa de ser un videoclip de 90 minutos, donde deja patente su torpeza como director, su nula capacidad para el uso de la música en el montaje, su nerviosismo con la cámara donde abusa de los primeros planos y su impaciencia al no aguantar ni medio segundo con la misma imagen. A mi me entraron ganas de decirle : PERO TE QUIERES ESTAR QUIETO MUCHACHO. No quieras hacerlo todo tu y deja al espectador participar, aunque sea un poco...

No nacen Kubricks todos los días, pero si aparecen de vez en cuando personas como Ricardo Cortes, que demuestran tener capacidad de captar la tensión dramática sin necesidad de pretensiones meramente estilísticas. Es imposible ver esta película y no pensar en “Buried”. Qué poco se valora lo que tenemos en casa. No hace falta “tanto” para contar una historia, cuando lo realmente importante no es la envoltura si no en contenido.

Que el espectador disfrute de una historia de superación personal meramente visual, y si no espera de ella más que el entretenimiento, entonces no le defraudará. Si, por el contrario le pides más tanto al cine como a Boyle, recordarás “Trainspotting”... y que cualquier tiempo pasado fue mejor.

La vida es aquí vista como una pesada piedra que bloquea un angosto y previo camino recorrido. Si lo cruzas solo tendrás que hacer un sacrificio frente a ese monolito inamovible y circular.
Con una premisa e historia basada en hechos reales el público conoce el clímax de antemano. Pero Boyle en “127 horas” consigue sorprender al rellenar huecos maximizando conflictos, por flashback, ensoñando el círculo onírico, vía alucinación, y explorando el drama familiar con un luminoso sofá. Existe una apología del formato digital, de la vivisección en el montaje y separación y duplicación inicial del personaje.
Mucho más dura que “Slumdog Millonarie” se proyecta la línea entre la MTV y el cine de autor, donde entre el cielo y la caída la única distancia eres tú.

No hay gran cosa que decir. De una noticia de veinte líneas sacan 93 minutos de la película de los cuales hay unos 43 de puro relleno estético. Quizás no habría tanto problema si los recursos modernetes con que Boyle infla la historia no se antojasen tan noventeros, tan pasados de moda. No existe una invitación hacia el espectador: la película no quiere que vivas la historia, sólo quiere que no te duermas con ella. Objetivo no cumplido, a mi juicio, ya que todos los tramos que no ocurren en el interior de la grieta son el puro aburrimiento.

Sólo entresaco dos cosas interesantes acerca de la película: en primer lugar, el empático trabajo de James Franco y en segundo lugar, cómo cambia el concepto de heroísmo a través de las décadas. El héroe ha pasado de ser aquel que salva a los demás a simplemente un hombre que se salva a sí mismo. Individualistas tiempos los que vivimos.

Lo último de Danny Boyle deja un gran sabor de boca. Y lo hace dejándonos gran parte del metraje sedientos como el propio protagonista, sin agua que llevarnos a los labios. Esta historia real aparece tan bien condensada en su metraje que es imposibe desviar la atención.
La personalidad del director es palpable en varios planos de la cinta, que además muestra aquí un gran potencial. La historia es sencilla como pocas, y precisamente ahí reside la dificultad de rodarla. Es entonces cuando entra la sublime interpretación de James Franco, sin duda la mejor de su carrera.
Al igual que ocurrió con Buried, el personaje y las circunstancias en las que se encuentra acaparan la película. Para esto, hace falta una dirección de calidad y una interpretación de calidad. Y tanto Boyle como Franco cumplen con nota. En este caso y al igual que en Buried, al menos yo sufrí, aguanté, lloré y reí con el personaje. Si uno es capaz de todo eso, está ante una obra bastante redonda. Lograr empatizar de esta manera resulta una tarea harto difícil.

La manera de contarnos como sucede todo, las grabaciones en la cámara por parte del protagonista, los flashbacks, el hecho de ver tu vida ante tus ojos cuando crees que ya no queda esperanza....y por si fuera poco incluso hacerte reír (hay una escena particularmente brillante de Franco frente a su cámara) resultan impecables.
Si a todo ésto le sumamos una potente y vigorosa metáfora de la superación personal por la vida, Boyle vuelve a brillar de nuevo. Digo más, es una muestra de cómo hacer buen cine sin grandes fuegos de artificio ni millones de dólares en producción o efectos especiales. Se trata casi, de una cinta artesanal. No hay plano que sobre.

A buen seguro que despúes de ésto a Franco le lloverán buenos guiones, todo llega al final. Y es que en este caso, tanto actor como director merecen un sobresaliente en sendos trabajos.
Chapeau, Boyle, me quito el sombrero, James.