Haz click aquí para copiar la URL

Elegía de una vida: Rostropovich, Vishnevskaya

Documental Documental sobre el legendario violonchelista y director de orquesta Mstislav Rostropovich y su esposa, la soprano Galina Vishnevskaya. (FILMAFFINITY)
Críticas 1
Críticas ordenadas por utilidad
22 de diciembre de 2014
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Retirado Béla Tarr, Aleksander Sokurov es —en mi opinión— el director en activo más interesante del momento; pero también, en un sentido, el más desconcertante. Su ya amplia filmografía incluye obras extremadamente dispares. “La voz solitaria del hombre”, “Voces espirituales”, “Elegía oriental”, “Molloch”, “El arca rusa”, “Fausto”... —por citar algunas— son películas tan diferentes entre sí, tanto a nivel formal como temático, que, de no conocer el dato de antemano, no sería sencillo atribuirlas a un mismo y único autor. No obstante, el conjunto de de sus obras, aunque no siempre fácil de integrar, puede leerse de forma perfectamente coherente como una polifacética y articulada visión de lo real. Pero hay excepciones; y una de ellas es precisamente esta “Elegía de vida: Rostropovich, Vishnevskaya”.

La película le fue encargada a Sokurov por el propio Rostropovich y el cineasta aceptó el encargo. ¿Por qué? Él sabrá... Se puede imaginar que Sokurov admiraba a Rostropovich como violonchelista, pero no parece que tuviera la menor afinidad con él en el plano vital. Quizá pudo sentirse más próximo a su mujer, Galina Vishnevskaya, con quien le puede unir un ambiguo sentimiento aristocrático (no es evidente que Sokurov sea siempre capaz de deslindar con suficiente claridad la “aristocracia espiritual” de la “aristocracia social”) y, por qué no decirlo, también un cierto tono kitsch, hacia el que el director ruso no deja de mostrar en ocasiones una peligrosa inclinación. Pero el caso es que Sokurov aceptó, y todos los aspectos más dudosos u oscuros de este complejo y atormentado creador —y que en otros films permanecen contenidos o de los que solo se perciben atisbos— surgen aquí como intensificados por una lente de aumento.

Supongo que Sokurov en ningún momento fue inconsciente de la distancia infinita que le separaba de Rostropovich, que, al menos en el film, se nos muestra como un tipo más bien frívolo, mundano, graciosillo y con una cierta suficiencia —es decir, la antítesis misma del director ruso—, aparte de tener un gusto más bien hortera que comparte con su señora esposa. Y es que —misterios de la condición humana— ser un artista genial no necesariamente libera de la mediocridad existencial. Solo cuando el chelista habla de los juegos de influencias entre varios compositores, su figura alcanza algunas cotas de interés. Sokurov sin duda percibió todo esto y da la impresión de que hizo su película con desgana y sin el menor entusiasmo.

En efecto, la estructura del film es sensiblemente caótica, y, sobre todo, apela a recursos visuales un tanto cutres (esa pantallita que se desliza repetidas veces de un lado a otro sobre la imagen principal), más propios de aficionados o principiantes que de un veterano cineasta de su talla. Tampoco parece que en el montaje y la posproducción se hayan esmerado especialmente. La película transmite una sensación de desaliño en el lenguaje formal, (curioso contrapunto a los emperifollados ambientes de alta sociedad en que se desarrolla todo el film), que viene a subrayar las pretensiones disparatadas del proyecto: ¿deberemos sentir pena por las desventuras que les hicieron pasar los comunistas a estos pobrecitos multimillonarios que se codean con reyes, príncipes y jefes de estado, y que se hacen servir la cena por unos camareros disfrazados con peluca y librea como si estuviéramos en el siglo XVIII? ¿De verdad será Sokurov tan inocente como para creerse —y tratar de hacernos creer— que tras el pasaporte monegasco de la pareja en cuestión no hay ninguna motivación económica, sino que se trata de un símbolo perfecto de su condición de “desterrados”? ¿Cómo es posible que quien ha rodado ese prodigio de belleza poética y de sobria y esencial espiritualidad que es “Una vida humilde”, nos ofrezca pocos años después este vacío y estéril despropósito que es “Elegía de vida”?

Ramalazos de genio que nos recuerdan al verdadero Sokurov aparecen en ocasiones, es verdad, aquí y allá, pero insuficientes, desde luego, para justificar este glamuroso panegírico de alto copete sobre unos personajes que, méritos musicales aparte —eso no se discute—, parecen más apropiados para un reportaje de la revista “¡Hola!” que para servir de materia fílmica al autor de “Madre e hijo”.
Ludovico
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow