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La Corea

Drama Toni es un joven de diecisiete años que llega a Madrid en busca de trabajo. Un amigo de su mismo pueblo le pone en contacto con Charo, "la Corea", mujer madura que se dedica a facilitar muchachos a los americanos de Torrejón. Charo se enamora de Toni desatando la ira de Sebas, antiguo gigoló de "la Corea". (FILMAFFINITY)
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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
9 de abril de 2013
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pedro Olea realizó una película bastante dura en torno al amor que siente una mujer madura metida en asuntos turbios por un chico que llegó a Madrid para trabajar bajo su sombra. Ese papel lo hace la estupenda actriz valenciana Queta Claver que brilla con luz propia en la película. Igualmente eficaces están Ángel Pardo en un ingenuo personaje que es la antítesis de los que hizo después con Eloy de la Iglesia en "Los placeres ocultos" y "El diputado" y una atrayente Cristina Galbó haciendo gala de un inquietante poder de sugestión en un papel escabroso. El film tiene considerables defectos pero su trama sucia y casi de corte naturalista engancha por el interés que tienen los personajes y por la brillantez de los diálogos que pronuncian. Una obra lograda en cierto modo.
Cromatico
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26 de agosto de 2016
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cineasta vasco Pedro Olea suele abordar en todos sus trabajos, más o menos acertados, dramas humanos y sociales, ya sean de clase social alta (Tormento, 1974), el mundo del espectáculo (Pim, pam, pum.. ¡Fuego!, 1975), o de bajos fondos como es “La Corea” que nos presenta un drama humano que no por conocido deja de conmovernos, pues lo hemos visto reflejado de muchas formas y variantes, se trata de la emigración rural a la ciudad, del pueblo a la gran urbe, una vez más, se trata de la dignidad ante la degradación moral, la ingenuidad y la nobleza contra la mezquindad y la maldad intrínseca de la jungla de asfalto, un mundo subterráneo donde reina, la envidia, los celos y la traición. Una película honesta y narrada con convicción, aunque el resultado queda algo impersonal en su profundización dramática.

Tony es huérfano y vivía con sus tíos, un joven de provincias que llega a Madrid donde le espera su amigo Paco, otro joven con experiencia en el ambiente urbano que se entiende con unos yanquis de Torrejón, el cual le buscará un trabajo fácil y lucrativo, Tony pretende “trabajar y vivir”, según manifiesta a Charo “La Corea” (Queta Claver), una “madame” que se ha encaprichado de él, abandonando a su antiguo amante, ahora despechado, “el Sebas”. Charo le introducirá en el mundo de la prostitución de lujo. Tony se mueve en un mundo de bajos fondos, que ni entiende, ni conoce por lo que corre un serio peligro frente a los tiburones que le rodean, chaperos, carteristas y delincuentes. Todos ellos forman parte del realismo social, un mundo hostil que Pedro Olea pretende mostrar.

La película describe un itinerario moral, sórdido y corrupto, de unos jóvenes embelesados por el lujo, el dinero fácil y la sexualidad promiscua. Los protagonistas masculinos poco conocidos imprimen a sus personajes frescura y naturalidad, Ángel Pardo y Gonzalo Castro eran entonces unos desconocidos que le sirven perfectamente al cineasta para expresar el realismo social desgarrado de unos jóvenes sin rumbo ni destino, sólo buscan la suerte de la vida fácil, que a veces les puede ser esquiva. Una película de los años 70 que refleja perfectamente ese arribismo social que pretenden unos desheredados.
Antonio Morales
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17 de noviembre de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Trabajos de amor perdidos.
El comienzo es muy bueno. Ese guiño, autohomenaje, de Olea a su anterior película, "Tormento", está incorporado con destreza y gracia. Lo que sigue no está mal.
Chico de pueblo es devorado por ciudad de miedo. Zangolotino romo, ardoroso y candoroso es comido vivo por los infiernos capitalinos, por una vida que no perdona ni espera u olvida, nunca, a nadie. A eso apunta al principio por lo menos, a un cruce de "La busca" de Angelino Fons con el "Lacombe Lucien" de Louis Malle.
La película, pese a cierta obviedad un poco mostrenca y algún fallo de garrafón*, tiene algo, un no sé qué, una buena fotografía, una sugerente banda sonora, una estupenda Queta Claver y, tras una aparente, y evidente, sordidez demoledora, late, básicamente, como animal herido y moribundo, una historia de "amor fou", imposible, descompensada, desesperada, terminal, con dolor y sin esperanza, pero todavía, o justo por ello, a pesar de tanta perdición y derrota, luminosa, bella, poderosa, esos ojos verdes turbios y hermosos y esa voz rota de la Queta que levanta todo lo que toca o mira o habla, lo contado y lo dicho y lo mostrado con furia romántica, eternamente repetida pero siempre vibrante.
El transcurrir es previsible, agónico, bastante común y poco novedoso. Pero rescatan ese Torrejón norteamericano tan interesante y jugoso, y recuperan de paso el Madrid más picaresco y derrengado/degenerado, eterno picadero o muladar de bajas pasiones, mercado de la carne y el alma, lumpen, trasfondo y sumidero.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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8 de enero de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace unos días me entretuve en ver esta película de la segunda mitad de los setenta, española para más señas, por recordar parte del cine que entonces se hacía, con problemáticas sociales diferentes a las de hoy, pero sobre todo con carga sexual inopinada en aquellos días. Un film de calidad media.

El director Pedro Olea, un director irregular que despuntó con su film “El maestro de esgrima” de 1992 logra una obra testimonial de calidad media-baja, con toques sociales en la cual delata los peligros que acechaban a los jóvenes rurales de los setenta en la jungla urbana madrileña. Al principio puede parecer un relato presuntamente distanciado de la realidad, pero poco se va haciendo por momentos más convincente. No obsta para que su voluntad testimonial acabe diluyéndose dentro de las convenciones del género melodramático más o menos escabroso.

En el reparto destaca Queta Claver que brilla con luz propia en la película con una meritoria y dramática actuación. Igualmente resultan eficaces y están en un nivel aceptable Ángel Pardo como ingenuo personaje y una atrayente Cristina Galbó que hace gala de un inquietante poder de sugestión en un papel con toques de sensualidad.

Se trata de una película de tono duro en torno al amor que siente una mujer madura metida en asuntos turbios por un joven recién llegado a Madrid para trabajar bajo su amparo. El film tiene considerables defectos, pero su trama sucia y de corte naturalista atrapa por el interés que tienen los personajes y por el interés también de los diálogos que se cruzan los personajes en ocasiones, como decía antes; es, pues, una obra sólo en cierto modo lograda.

Esta película forma parte de tres filmes que componen la trilogía firmada por Pedro Olea como director por encargo del productor José Frade, trilogía que completan Tormento (1974) y Pim, pam, pum… ¡Fuego! (1975) que se inscriben en el denominado cine social que Olea pretendió hacer en aquellos comienzos de los años setenta.

Las últimas escenas son realmente dramáticas, con gran tensión emocional y un final trágico que no deja impávido al espectador. Mi experiencia con esta película es que va de menos a más, que al inicio resulta algo tediosa, pero acaba con un ritmo in crescendo que sube de voltaje sobre todo en las escenas últimas, rodadas en los túneles de metro madrileño.
Kikivall
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24 de agosto de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé por qué tenía la idea de que esta película era la primera filmada por Pedro Olea, y me ha sorprendido mucho comprobar que no solo no es así, sino que su realización es posterior a una de mis películas preferidas como es "Pim, pam, pum, fuego", amén de "Tormento", una buena adaptación de Galdós. La película que acabo de ver parece a todos los efectos la obra de un principiante. De unos principiantes, más bien, si tenemos en cuanta las más que discretas interpretaciones de Angel Pardo y el resto de los jóvenes actores, sosos e inexpresivos como ellos solos, incluida la aparición fugaz de un Imanol Arias asomado a una ventana. La historia en sí es moralista y llena de tópicos. Parece un folleto parroquial advirtiendo a los jóvenes pueblerinos de los peligros de la vida en la gran urbe. Las escenas se alargan innecesariamente y la música resulta machacona y fuera de lugar. Debe de ser que a Olea se le dan mejor las películas de época, donde destaca por su afán perfeccionista en la recreación de personajes y ambientes. Porque cuando se pone en plan realismo social, como es el caso, la cosa no funciona. Como mucho, la película tiene el valor documental de ver las calles de Madrid llenas de Minis y Seat 1500, y a Cristina Galbó ejerciendo de escueta musa erótica.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Fuman2
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