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La noche de los gigantes

Western Arizona, año 1881. Sam Varner (Gregory Peck), un veterano explorador del ejército recién retirado, ayuda a una mujer blanca, Sarah Carver (Eva Marie Saint), y a su hijo mestizo a volver a casa, después de haber sido encontrados en un cuartel del ejército entre los prisioneros indios de un campamento apache. En su viaje, se cruzarán con Salvaje, un apache que busca venganza desatando su ira sobre los habitantes de la región. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 28
Críticas ordenadas por utilidad
1 de marzo de 2011
41 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algún usuario ha comentado que éste es un Western extraño, diferente, y otros lo emparentan, acertadamente, con el thriller. Estoy de acuerdo con las dos observaciones precedentes, y es que si tuviésemos que buscar un argumento, y sobre todo un tratamiento de las emociones y el suspense similar al que aquí se da, deberíamos fijarnos más en el cine negro o el thriller, concretamente en la célebre "Cape Fear" de Lee Thompson, también protagonizada por Gregory Peck.

En efecto, las situaciones -salvando las distancias- son similares; también aquí un hombre se encarga de proteger a una mujer blanca y a su hijo mestizo de una amenaza terrible e inexorable, en este caso un indio apodado "Salvaje", a la postre secuestrador de la mujer y padre del niño. El segundo tramo del filme, ambientado en un rancho rodeado de impresionantes y al tiempo amenazantes montañas, recuerda poderosamente a la parte final de la película ya mencionada, en la que los protagonistas se refugiaban, sitiados, en un barco, a expensas del enemigo mortal. Aquí ocurre lo mismo, pero incluso con mayor acierto, pues el director decide, en un golpe de genio, que al indio no lo vamos a conocer nunca, viéndolo apenas al final. De ese modo se potencia el miedo y la incertidumbre, pues los mayores terrores son, más que los que se ven, los que se presienten; la espera de todos los personajes, la convicción de que una venganza incontenible e inhumana (el indio, en su búsqueda, asesina a todos cuantos encuentra en su camino) se aproxima, es uno de los mayores aciertos argumentales del filme.

Todos estos aspectos son potenciados por una apabullante narración visual en la que los gestos y los rostros dicen mucho más que un escueto guión; así, los diálogos son casi siempre breves, y acompañan más que introducen las imágenes. Véase como ejemplo el plano en el que Peck decide hacerse cargo de la mujer y el hijo, en la estación, cuando los observa solitarios y desvalidos, aguardando a un tren con destino incierto; o como, ya en el rancho, tras la muerte de su amigo, también mestizo, la mujer advierte lo ocurrido en su aspecto cansado y en el rifle de más que porta. Asimismo, cuando el niño recibe la baraja de naipes, también sin que medie una palabra, la emoción que transmite el plano es máxima. La importancia del paisaje es fundamental, sobre todo en el segundo tramo, cuando las montañas que rodean el rancho parecen cernirse sobre él, del mismo modo en que lo hará el implacable indio "Salvaje".

En conclusión, una película estupenda, distinta y maravillosamente filmada, que debe ser firmemente reivindicada como uno de los mejores logros de su realizador, Robert Mulligan, a quien los aficionados siempre estaremos agradecidos por esa maravilla titulada "Matar a un Ruiseñor".
Quatermain80
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21 de noviembre de 2005
37 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Notable y en muchos momentos angustioso western, que en su momento y al igual que otros muchos westerns, (El último atardecer, El póquer de la muerte), mereció más atención por parte de la crítica.
Rodeado de una atmósfera inquietante y de mucho, mucho suspense, la película no deja descansar ni un segundo al espectador hasta su trepidante final.
Gregory Peck cumple, una vez más, con un papel quizá menor en su carrera, pero no por ello menos notable, junto a una discreta Eva Marie Saint, y un desconocido Robert Forster.
Muy recomendable.
Paco
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21 de enero de 2008
22 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de la exitosa "Matar a un ruiseñor" Robert Mulligan de nuevo unos años más tarde reclutó a Gregory Peck, ya maduro pero aun así en forma. Esta vez para realizar este vigoroso western, sobre una mujer y su hijo que son perseguidos por un indio apodado el Salvaje, el padre del niño, cuentan con la protección de Sam Varner (Gregory Peck), pero aun así las cosas no serán tan fáciles.

Una bonita banda sonora, un buen reparto, muy completa, muy respetable y algo olvidada... desde mi punto de vista la recomiendo.
Dusty Rivers
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6 de junio de 2011
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un guía federal (Peck) ayuda a una mujer (Saint) y su hijo a huir de los apaches, con los que ha convivido durante diez años la mujer. El jefe apache, sin embargo, los persigue pues es el padre de la criatura...
Un western autoral que se sale de esquemas clásicos, lo que le hacen particularmente estimulante, descollando en una película tan sobria como soberbia. Mulligan plantea el film como una lucha del hombre contra el hombre; una lucha titánica, limpia y salvaje entre el guía que ha visto en esta mujer y el chaval un atisbo de luz en el solitario túnel que ha sido su vida, y entre el apache, el cual lucha por su dignidad y honor, por lo que es suyo. Todo despojado de cualquier manierismo, narrado de forma sobresaliente y calculada con un permanente tono claustrofóbico, trágico y poético. Muy buena fotografía de Charles Lang, adecuada música y espléndidas interpretaciones de un maduro y convincente Peck y una hermosa y zarandeada Saint. Para mí, una de las obras maestras que jalonan la filmografía de Mulligan y una obra especialmente infravalorada y casi olvidada.
kafka
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10 de diciembre de 2017
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si tuviese que rescatar una película del olvido y subestima por parte de la crítica, sería este western atípico filmado por Mulligan en un momento en el que este género había ya periclitado, y que solo sobrevivía loablemente debido al genio de un inspirado Leone,( quien lo rescató con la encomiable vis cómica de El bueno, el feo y el malo o La muerte tenía un precio y alcanzaría su obra cumbre con Hasta que llegó su hora, de inolvidable puesta en escena y sobrecogedor lirismo en secuencias ya antológicas), Un año después , 1969 , Peckinpah filmaría un poema épico y crepuscular, obra desgarradora y uno de las mejores reflexiones sobre perdedores y sobre la amistad que conocemos, Grupo salvaje, sepultando un género que en las siguientes décadas no alcanzó cotas similares hasta el Sin perdón de Eastwood.
Uno de los posibles motivos del poco prestigio de esta cinta quizás sea un incomprendido y acertado tono un tanto aséptico (desde un punto de vista sentimental) y elíptico (en cuanto a la narración), un tempo pausado y contemplativo, virtudes que en su momento pasaron por defectos, y que han trascendido la más obtusa ortodoxia de críticos miopes.
Salvaje, el indio que había secuestrado una mujer blanca que tiene un hijo suyo, tratará de recuperarla, ahora protegida por Peck,, explorador jubilado del ejército que terminará enamorándose de ella.
La escena en la estación, con ella y su hijo esperando la llegada del tren y Peck, a cierta distancia, indeciso, deliberando consigo mismo la posibilidad de dejarlos marchar o de protegerlos, es un prodigio de planificación espacial y de interpretaciones admirablemente comedidas.
Película de elocuentes miradas y sobrecogedores silencios, con la colisión de dos modos de vida dispares.. Una historia, la que vemos y otra, elíptica, la que inferimos (la anterior vida patética de Eva Marie Saint sometida al régimen tiránico y machista de Salvaje). Una escena lo plasma a la perfección, aquel momento en el que se sientan a comer Peck, ella y el niño. Estos dos últimos, incapaces no solo de articular palabra alguna, sino de empezar a comer, tienen que ser instados por un estupefacto Peck para tal acción.
No hay besos apasionados ni innecesarios subrayados de la banda sonora, pero sí tiernos abrazos y miradas de agradecimiento, con una contención asombrosa, que sin llegar a los extremos de lo que bastantes años después apreciaremos en un James Ivory, sí deja una insólita y loable seña de identidad.
Si hay algo que siempre he admirado en el cine es la capacidad de narrar sin palabras. Miradas, gestos y silencios hablan en este caso con mayor elocuencia, dando lugar a una puesta en escena de sugestivo y contenido lirismo, un tanto fordiano. Y precisamente por eso, por la contención, cuando afloran los sentimientos reprimidos, inspiran una inefable ternura que pocas veces he visto en un western.
Cinta de poco prestigio, decía , pero que hay que reivindicar urgentemente, sobre todo en estos tiempos en que se estila un cine estridente y pirotécnico que parece ser más un espectáculo circense que arte verdadero.
Hermosa película sobre personajes amputados en lo más intimo de su ser , pero redimidos por muestras de gratitud y de amor, las dos más eficaces medicinas que existen.
pakos
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