Haz click aquí para copiar la URL

El sabor del té verde con arroz

Drama Takeo, una mujer caprichosa de la alta sociedad de Tokio, se aburre con su marido, un hombre tranquilo, que se ha educado en el campo, aunque ahora es ejecutivo de una empresa. (FILMAFFINITY)
1 2 >>
Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
8 de febrero de 2013
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película no es de las más demostrativas de Ozu: como un koan, mantiene su secreto a costa del riesgo de resultar trivial para un espectador apresurado.

Pero las imágenes destacan por encima de la levedad de la anécdota que van mostrando: podemos descubrir paralelismos insospechados con obras de autores que nunca coincidieron con Ozu y que, por otra parte, no tienen nada que ver: la belleza de algunas de sus composiciones abstractas (torres metálicas, pasillos con estantes, calles con postes y cables de la luz, la ladera de una montaña y unas banderas superpuestas, la copa de un árbol que llena el encuadre) recuerda las imágenes de fotógrafos posteriores, como Robert Adams; los retratos de personajes solitarios pueden traernos ecos de algunos cuadros de Hopper y la presencia misteriosa de los objetos (lámparas, cubos alineados en un pasillo, jarros y cuencos) evoca quizá a Morandi. Muchas de estas imágenes podrían sostenerse como fotografías en una exposición, desgajadas de su contexto narrativo.

Esto puede parecer un elogio perverso para un cineasta, pero se trata de una verdad incompleta, porque la fuerza estática de esas imágenes se acrecienta según progresa la trama, mediante su alternancia con mínimos travellings que acompañan a los personajes o acrecientan la soledad de un pasillo, y por el montaje con los característicos saltos de eje: es sabido que Ozu incumple la convención del cine clásico de no invertir la perspectiva en los planos “objetivos”: es decir, que si vemos a Michiyo Kogure sola en su habitación, sentada de perfil en un plano cercano con una pared al fondo cubierta con papel floreado de estilo occidental, el siguiente plano, algo más distante, puede estar tomado desde aquella misma pared hacia el punto desde el que antes nosotros (espectadores) mirábamos, en un giro de cámara de 180º, y mostrarnos el otro perfil de la actriz, enmarcada entre algunos objetos silenciosos.

El salto de eje puede quizá concebirse como una filosofía vital: ser capaz de mirar las cosas desde puntos de vista enfrentados, sin temor al principio de contradicción. Y ello no con una voluntad direccional y hegeliana, ya que aquí la única conclusión es el sentimiento, tan oriental, de la futilidad de todos los deseos, de todos los pesares. Como dice un personaje, vistos en la calle desde lo alto de un edificio, todos los humanos nos parecemos.

La película supone una dramatización, dentro de unos márgenes de enorme discreción, de lo cotidiano: historias mínimas, pequeños detalles como el sabor (que viene desde la infancia, como en Proust) del arroz con té verde, que al final son lo único que tenemos.

En la penúltima escena de la película, el personaje de Michiyo Kogure le pide a su sobrina que se quede un poco más con ella, y esta le responde: “No, con esto me basta”.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
el pastor de la polvorosa
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
23 de diciembre de 2009
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya aquí se nos arrodilla Chachujiro, como ofreciéndonos cine en formato letanía. No por lento (que para muchos también), sino por su recogimiento meditabundo. Surgen primeros planos que sujetan a los actores como efigies ubicadas en mitad de un flujo temporal de blanco y negro. Las caras, cansadas, hablan de la vida descalzándose en el genkan, en planos en que las estalagmitas de Ozu tienen la fuerza de las estalactitas de Orson Welles.

Las cosas suceden con una musiquilla de como si nada, y si quieren ustedes, a mano derecha, pueden fijarse en esas mujeres japonesas de posguerra mundial, con su modernidad carente de aspavientos pero terca, opuesta a la conformidad de matrimonio impuesto y convencional. Podemos ver también un matrimonio en crisis, que enfrenta lo sencillo, pueden decir tradicional si quieren harina de debate, a las frivolidades burguesas de nuevo cuño occidental.

A la izquierda observamos las consabidas transiciones de planos cotidianos que nos sitúan en escenas —un edificio, una estación vacía, un tren, la cola de un avión—, nostalgia postal de cámara estática que a veces, no obstante y en momentos de máxima intimidad, se mueve sola, corrigiendo. Sola, nada indica que la mueva Ozu.

Una posguerra de cambios sociales. Siglo XX en Japón. Personas y familias. Fideos y sake.

Y cómo aguanta la imagen ese avión que se va entre nubes apenas salpicadas. Y cómo retrata Ozu esa casa vacía, de variopinta decoración, con su cañería de silencio sólido en el pasillo atravesada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Bloomsday
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
13 de octubre de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La voz de los árboles crea un eco ininteligible pero cuya vigorosa fuerza se acumula entre los muros de los hogares, que guardan secretamente y entre incómodos silencios hostilidades, conflictos y sentimientos perdidos en el tiempo.
¿Qué es verdadero y qué no en este ambiente claustrofóbico?

"El Sabor del Té Verde con Arroz" tiene su origen en un guión que el nipón había escrito a finales de los '30, llamado previamente "El Hombre que fue a Nanjing" y cambiándole el título por el que ya sabemos, pero los censores instaron a Ozu para que reescribiera la historia, así que, disgustado por todas esas exigencias decidió posponer este proyecto, que hasta ya entrados los '50, época de posguerra mundial que había cambiado mucho el panorama en el país del Sol Naciente, no vio la luz. Ésta es una de sus menos requeridas películas, cosa que me parece fatal por otra parte, y en ella él continúa con su cine, hablando de lo que le interesa, de su punto de vista plasmado en pantalla con respecto a la sociedad en la que habita, aunque recurra a temas cotidianos, familiares e íntimos que ya había abordado previamente.
Él es él, y se siente a gusto así. En esta ocasión nos propone entrar en el seno de un matrimonio de mediana edad que no vive precisamente días felices, Mokichi y Taeko, que fueron dos personas unidas por conveniencia pero no por amor verdadero. El hombre, tradicional, volcado hacia la sencillez y el hogar, no es comprendido por su obstinada y terca esposa, a quien el ambiente hogareño, tan aburrido y apagado, la oprime, la ahoga, tragándose sus sentimientos con una expresión de enfado y marchándose a su cuarto o teniendo que mentirle a él para poder salir, lo que provoca el inevitable distanciamiento del esposo y el crecimiento de su deseo de libertad.

A veces el film, que es en toda regla un drama puro y duro, se muestra con cierto humor sutil, muy perceptible en las escenas que protagoniza el grupo de mujeres, pero lo cierto es que es melancólico, la atmósfera que se respira en la casa es opresiva, los personajes miran al suelo reprimiendo sus palabras y hacen sentir al espectador esa sensación de angustia, de pesadumbre. El problema central tarda en llegar, como en toda obra de Ozu, y mientras tanto nos acomodamos en su territorio con la subtrama de esa muchacha llamada Setsuko (al igual que la actriz fetiche del director), que no desea casarse si no es por amor; con este discurso siempre presente en sus miras, vuelve a comparar las dos caras que en ese momento vive la sociedad.
Son las de la tradición y el modernismo, la de la dignidad y la decadencia, siendo muy significativa el modo de enfocarlo: los hombres, cabizbajos y obedientes, recuerdan sus momentos vividos en la guerra, prefieren refugiarse en la soledad que su cambiante mundo social les ofrece, se habitúan al hogar (la cocina acaba por ser el lugar de reconciliación de los cónyuges, donde se prepara ese té con arroz) y sin rechistar hacen lo posible para seguir arraigados a sus monótonas y buenas costumbres.

Las mujeres, por otra parte, se muestran más influenciadas por un pensamiento progresista de posguerra, no parecen respetar correctamente la vida marital, son testarudas, se burlan de sus maridos a sus espaldas, y a regañadientes aceptan el compromiso. El problema de Setsuko, que su tía recibe de muy mala gana, sin embargo es el desencadenante de la crisis del matrimonio, provocado por esa frase demoledora de Mokichi a Taeko: "no la obligues a casarse, porque acabará como nosotros".
Siguiendo la técnica habitual adoptada desde los '40 y muy heredada de su coetáneo Naruse, el director sigue enfocando desde lejos, manteniendo ese aspecto teatral en las escenas de interior, dejando su cámara al margen, quizás se aproxima ligeramente con ella a dos actores que están abandonando una habitación o saliendo del pasillo, pero nunca termina de seguirles, como si ésta fuese un espectador que no quiere entrometerse, sólo observar. Los planos de las conversaciones son muy elaborados; a veces los personajes, cuando se hablan entre ellos, están enfocados de frente, como si nos contaran sus cosas "a nosotros", poniéndonos en cierto modo en la piel del receptor, de la persona que escucha.

Y por supuesto detalles, todo son detalles. Yasujiro Ozu nos cuenta una historia a base de ellos, un tren que no deja de avanzar, la copa de un árbol ocupando todo el encuadre, una torre de hierro, las camisas y las corbatas colgadas en el pasillo, un avión que se pierde entre las nubes. Los personajes hablan y se mueven, pero los objetos y el paisaje también, también nos dan una rica información...es la esencia del inimitable y personalísimo estilo del cineasta, que siempre impregna sus obras.
Lidian la trama unos maravillosos Shin Saburi y Michiyo Kogure como el matrimonio Satake, y Keiko Tsushima, en la piel de Setsuko, aporta un tono de comedia inusual entre tanto drama, además de protagonizar, junto a Koji Tsuruta, una de las escenas más importantes y reveladoras de la película: la final, siendo ésta perseguida por su supuesto novio y próxima pareja, tras él sermonearla con las mismas palabras de su tía.

¿Huye la mujer para, de algún modo, seguir libre de las ataduras que la estoica tradición de su país le impone?
Hay muchas lecturas en "El Sabor del Té Verde con Arroz", pero finalmente quedan entre el sr. Yasujiro y su sigilosa cámara, con la cual escudriña todo lo que le rodea.
Chris Jiménez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
20 de abril de 2019
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cámara se mueve más de una vez, en cuidados y lentos travellings, cuestión que no debe resultar anecdótica para los seguidores del cine de Yasujiro Ozu. Si contásemos todas las veces que el maestro japonés decidió mover la cámara no creo la suma diera para muchos minutos. Algunos pensamos que es una lástima, porque cuando lo hace transmite la misma delicadeza, la misma calma y la misma sencillez que sus tomas fijas.

Diez años después de "El sabor del té verde con arroz" lamentablemente Ozu firmó su último título, aunque por suerte para todos, cada una de las películas que quedan por delante, como las que quedan por detrás, conforman un tipo de cine único al que debería acceder todo cinéfilo tarde o temprano. En este caso atendemos a los problemas de un matrimonio que parece estancado, mientras ella muestra cierto desprecio por él, por el otro lado la despreocupación por la presunta crisis matrimonial de él parece empujarlos de forma inevitable al final.

Ozu se impregna de una calma maravillosa, transforma lo complejo en sencillo y consigue como en tantas otras ocasiones ofrecer una historia de su Japón contemporáneo. En este caso nos encontramos con una familia de clase media alta, viven con servicio doméstico y no hay problema para escaparse al balneario. Pero todo queda reducido a lo mismo, todo conduce al mismo lugar sea cual sea la condición y Ozu bien lo sabe: el mismo título de su película es un exquisito spoiler sobre la vida misma que él retrata, algo tan sencillo como el sabor del té verde con arroz, en una cocina en la que los dos protagonistas coinciden y por fin queda todo dicho y hecho para ellos.
Luisito
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
27 de marzo de 2011
10 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
91/34(23/03/11) Yasuhiro Ozu se nos expone en este trabajo en todo su esplendor, es un pintor que le encanta realizar cuadros que encumbren lo cotidiano. Sus historias rezuman minimalismo, intimismo y sobre todo cariño. En este caso el argumento es tan nimio, como escaso, es la pequeña historia de un matrimonio japonés en Tokio, Taeko ( Michiyo Kogure ) y Mokichi Satake ( Shin Saburi ), sin hijos, el tiene buen trabajo y ella es ama de casa, está cansada de su marido, lo ve como a un tipo sin iniciativa que ya no le despierta entusiasmo, se junta con amigas, también casadas, con las mismas ideas sobre sus cónyuges, de hecho los llaman coloquialmente <alcornoques>. Es un fresco amargo de un país que acaba de salir de una guerra y se adentra en el futuro, un futuro bueno en lo económico pero con una moral en decadencia, las mujeres se emancipan y piensan por su cuenta, ya no aceptan matrimonios concertados, opinan sobre lo que les gusta comer, engañan a sus maridos y estos son unos pobres tipos que lo aguantan todo estoicamente, es una radiografía muy deprimente de la burguesía. Esta es una obra que le veo muchos tintes de misoginia, la encuentro manipuladora pues los hombres son pintados de un modo que de tan buenazos rozan la idiotez, es una obra a la que el tiempo ha maltratado. Esta realizada con una delicadeza sublime, unos encuadres brillantes que muestran lo que sienten los personajes, pero esto está al servicio de un guión bastante retrógrado que nos viene a decir que el progreso no es bueno para la familia, la mujer debe ser servicial y atenta con el esposo. Ojo, no es que sea mala, es tendenciosa, pero es un tipo de cine distinto, detallista, brillante en su composición de escenas, con una cámara estática casi teatral, colocada a baja altura, para obtener el punto de vista de alguien arrodillado en un tatami, asimismo son múltiples los planos de pasillos, supongo que una metáfora de por donde pasa la vida. Ozu es un cronista de una época, pero tal y como él la ve, disfruta mostrándonos los pequeños placeres de la vida, estA es la moraleja de este film, deja a un lado tus ansias de aventura y conténtate comiendo té con arroz con tú marido, aunque no te guste. Fuerza y honor!!!
TOM REGAN
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
1 2 >>
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow