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Eva Van End

Comedia. Drama Los miembros de una familia holandesa disfuncional comienzan a rehacer sus vidas gracias a Veit, un estudiante de intercambio alemán que se instala en su casa. (FILMAFFINITY)
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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
30 de junio de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entretenida comedia al estilo de películas como Pequeña Miss Sunshine o Juno. Una familia burguesa aparentemente feliz pero carente de comunicación y empatía recibe de imprevisto un estudiante de intercambio amable, atento, perfecto, que hará que cada uno de los miembros de la familia se replantee su lugar e ilusiones en la vida. Sin aportar nada nuevo pero con un estilo fresco, colorido y un humor inteligente tanto en lo narrativo como en lo visual esta película, desde una cierta crítica, nos hará pasar un rato agradable en nuestra butaca, sillón o sofá.
Guillem
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31 de enero de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquel retrete no estaba diseñado para que los estudiantes y profesores hicieran sus necesidades. Estaba ahí para que los alumnos de la universidad de la vida aprendieran un poco más acerca de los personajes extraños con los que les había tocado convivir. Por supuesto, estaban permitidas las micciones y/o excreciones de rigor, pero siempre y cuando éstas fueran acompañadas de los pertinentes estudios de campo en los muy respetables dominios de la antropología. Había que aprovechar el aurea de intimidad creada no por el diseño de aquellos lavabos, sino por aquella convención social tan asentada, consistente en que cuando expulsamos fluidos corporales, nos ampara el sagrado derecho de mostrarnos tal y como somos, sin que nadie nos juzgue. Y así, como si no le importara a nadie, el profesor entró al escusado, se lavó las manos y después (y sólo después) orinó a gusto.

Como lo haría nuestro querido José Luis Torrente. Pero ojo, no porque fuera un casposísimo detective privado; tampoco porque su materia fuera ''Decisión Y Competencia Estratégica'' (Dios...), sino seguramente porque provenía de un sitio todavía más raro que esa asignatura. Holanda, que es el equivalente europeo de Japón. Hagan la prueba, fuera o dentro del retrete que más les plazca. Fuercen al individuo o, simplemente estén atentos a sus movimientos, puesto que tarde o temprano liberará al raro (en mayúsculas, negrita y triple subrayado) que lleva dentro. Pongamos ahora que alguien tiene la amabilidad de facilitarnos la tarea y presentarnos ese tan ansiado trabajo de campo. Pongamos que ha conseguido infiltrarse en el seno de una familia holandesa, de holandeses muy holandeses... y que éstos son aún más extraños de lo que nuestros sueños más húmedos nos habían llegado a insinuar.

El estreno de 'Eva Van End' en España es una excelente noticia, no sólo por la recuperación (o directamente descubrimiento) de una de estas muchas pequeñas joyas con las que el cine nos premia cada temporada (en serio, sólo hace falta buscar un poco), sino también por la reivindicación que, de paso, podemos hacer de esa distribución minoritaria (sobran los nombres) que puede compensar su irrisoria envergadura (no se me ofendan, por favor) con la reivindicación de, precisamente, esas gemas que normalmente caerían en el más cruel e injusto de los olvidos. El debut en el largometraje de Michiel Ten Horn nos presenta, como hayan hecho anteriormente otras muchas otras, un factor externo (y para más inri, extranjero) ''teorémico'' que va a perturbar el siempre frágil orden de la familia clásicamente nuclear... y disfuncional. Abróchense los cinturones...

... Porque no hay nada más explosivamente inestable que la -falsa- calma de la vida suburbial. Esto es cierto en Estados Unidos, España y, por supuesto, Holanda. Como si se tratara de una respuesta a la imprescindible 'Bienvenidos a la casa de muñecas', de Todd Solondz (película de la que 'Eva Van End' bebe mucho), los distintos frentes con los que trata la historia orbitan alrededor de una niña (a las puertas de la adolescencia) invisible a ojos de cualquier miembro de su comunidad (familia, instituto...). El estado emocional de ésta (peligro) va a marcar la pauta y, obviamente, el tono de todo lo que está por llegar. Con un aire indie muy bien calibrado, Michiel Ten Horn nos mete de lleno en un mundo que si bien no es del todo propio (se intuye también, por ejemplo, la influencia de autores como Jared Hess), no por ello carece de personalidad, ni mucho menos de encanto o interés.

Como exige la revolución hormonal, todo lo que nos rodea parece transformarse en una serie de potentísimos estímulos, tan bellos como hostiles; tan atractivos como... extraños (estaba cantado). A Ten Horn le mueve algo más que un muy estimulante gusto por lo simplemente raro. Al fin y al cabo, detrás de esta estimable ópera prima subyace parte de la esencia de esa tormenta vital en que los cambios se suceden para quitarnos algo ya nunca volverá. Hay quien en ello le ve la gracia, por el contrario, los hay quienes no captan nada más allá de la peor de las tragedias. En cualquier caso (porque ambas opciones son igualmente válidas), el filme tiene la principal virtud de navegar constantemente entre ambas sensaciones (ídem), sorprendiendo casi siempre (a pesar de que en el nudo argumental pierda algo de fuelle) con unos golpes de humor tan marcianos (aunque también cercanos), como incisivos y, a la postre despiadadamente melancólicos. Lo mejor es que el resultado no sólo se queda en la retina, sino que además llega (y de paso remueve) algo más intangible y, quizás por ello, más importante. ¿Un recuerdo? ¿Un anhelo? ¿O una parte de nosotros mismos que enterramos en el patio trasero?
reporter
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1 de febrero de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué sucede si un actor nuevo interrumpe una escena ya consolidada? Extraño, extraño, tampoco se trata de un extraño: todo lo extraño que pueda parecer un alemán en Holanda, si bien estos países guardan aún el rencor de viejas guerras, como dice la canción de Jarcha, tan viejas como la paz de Westfalia, tan viejas como las guerras antiluteranas. Pero a lo que vamos: ¿qué sucede cuando un personaje diferente irrumpe en el panorama de una familia perfectamente desestructurada?

Básicamente, según mi modo de ver las cosas, cuando alguien de fuera aparece de ese modo, o bien se convierte en espectador asombrado, según acontece en las Cartas marruecas, de José Cadalso, que continúa una tradición de viajeros exóticos en latitudes europeas bastante común en la literatura francesa del siglo XVIII; o bien ese actor nuevo se convierte en protagonista, según acaece en Nuevas amistades, de Juan García Hortelano, por continuar con los símiles novelescos.

Y eso es en esencia el tema central de Eva van End (2012), de Michiel ten Horn, una avanzadilla del cine holandés en nuestro país, que ha tardado más de dos años en llegar a las pantallas españolas, aunque ha formado parte de la selección oficial de importantes festivales internacionales de cine, como es el de Toronto.

De repente un alemán, un joven alemán estudiante de Secundaria, para mayor detalle, de nombre Veit, en el seno de una familia holandesa, cuyo principal problema consiste en decidir entre dos flores idénticas para decorar el jardín donde se celebrarán las Bodas de Plata, cuya principal inquietud parece ser un concurso de comedores de salchichas.

Pero no se trata de una familia feliz, ni así nos la quiere presentar ten Horn, puesto que el vértice de la misma lo ocupa Eva, interpretada por la adolescente Vivian Dierickx, cuya expresividad consiste precisamente en la falta de expresividad, siendo así que Eva, a través de la cual llega Veit al hogar, es una chica anodina, prácticamente inexistente para el resto de sus familiares, compañeros de trabajo y profesores. Algo así como una muda invisible.

Oficialmente Eva van End es una comedia negra, y no me parece desatinada la etiqueta, aunque sin víctimas humanas, no al menos víctimas desde el mero punto de vista físico. Se trata más bien de la comicidad de la pena, porque el papel que Veit cumple en esta familia es el de desbaratar el statu quo de convenciones, salvo en el caso de Eva, cuyo desamparo no cambia, sino que se potencia.

Autoestima, pues, en caída libre, que en la joven ya existía y era consciente de ello, pero no así los demás miembros de la familia, cuyas ficciones de felicidad se desmoronan a la misma velocidad que la posición de Veit se afianza.

Lo que sucede es que todo el mundo es bueno. Podemos aceptar, no sin vencer antes ciertos escrúpulos, ese rousseuano paradigma, pero no todo el mundo es totalmente bueno. Las cosas como son. Y lo mismo le sucede a Veit, cuya perfección de bucle rubio se desvanece en un mar de candores crueles. Digamos que su principal función en el entramado familiar es la de enfrentar a cada uno de los miembros al espejo de sus más oscuras realidades.

En cuanto a la técnica de rodaje en sí, ten Horn, el jovencísimo ten Horn, se vale de un procedimiento bastante inusual como es el de hacer girar la cámara, o al menos el montaje de las escenas, sobre prácticamente todos los ejes que el espacio permite y de esa manera acentuar las respectivas inestabilidades de cada personaje. Lo dijimos con respecto a Xavier Dolan, también jovencísimo director, y su película Mommy en cuanto al rodaje en 1:1, es decir, en formato cuadrado, y ahora observamos en otro cineasta de su generación la necesidad de incorporar innovaciones fílmicas. Bienvenidas sean esas alternativas, porque nos permiten augurar para el cine unas posibilidades mucho más allá de los simples efectos especiales: un simple giro de la cámara, como hace ten Horn, es mucho más creativo que dos horas de electrizantes batallas de luces y sonidos.

En definitiva, Eva van End se trata de una crónica de los traumas en clave de humor, y además un análisis del mundo adolescente con mucha mayor madurez de lo que habitualmente llega a las salas comerciales.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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3 de enero de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El tema del que trata es sobre la familia disfuncional y de su despertar cuando alguien aparece y cambia las cosas.

Excelente interpretación de sus protagonistas, totalmente creíbles. Mantiene un ritmo normal y logra interesar todo el tiempo.Montaje original y fotografía muy personal en algunas secuencias.

La recomiendo
Solidad
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6 de febrero de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Curiosa película de corte minimalista que retrata el particular y nada agradable ambiente familiar en el que se encuentra atrapada una adolescente holandesa, en la cual, en un principio, predomina la falta de afecto y cariño.

La madre aparenta en todo momento estar atareada pero siempre acompañada de un halo de tristeza, el marido intenta siempre complacerla fracasando una y otra vez en el intento. El hijo mayor parece ser el que ha llevado un camino más recto, tiene un trabajo de responsabilidad y una bonita novia con la que tiene intención de independizarse. El otro hijo está siempre enfadado con el mundo e intenta siempre no cumplir las normas. Y luego está nuestra protagonista que dentro de este universo no abre la boca, por que cuando lo hace es siempre ignorada tanto por su familia como por sus compañeros de clase.

La llegada de un intrigante muchacho alemán de intercambio hace trastocar la anodina vida de esta peculiar familia y hace que empiecen todos y cada uno de ellos a replantearse las cosas por lo que se mueven en esta vida y a cuestionarse nuevas preguntas y retos que no sabían que tenían o que estaban muy escondidos en las profundidades más oscuras de sus almas.

En definitiva una entretenida película que con su tono de colores pastel y trazado simple de planos centrados, emulando al siempre interesante Wes Anderson, te hará arrancar alguna que otra carcajada a pesar de la triste realidad que refleja.
Cangurito
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