Cinco actores, cinco personas habitando un pequeño universo. Trasmitir la angustia, la sordidez de la época, desde la ropa tendida inundando lo que podría ser un cielo, la decrepitud física de los pequeños pisos donde habitan estos seres, la zona de juegos de los niños... El sentimiento de impotencia y de aceptación de esta miseria en las vidas de estos personajes, nos hace entrar en una obra de embergadura resuelta con una creatividad extraordinaria. La imaginación, en blanco y negro, nos lleva a contemplar una de las mejores peículas del género de la que no puedes huir si no conoces las escaleras de incendios o los espacios laberínticos de los edificios en ruinas.

Desde luego el trío de actores es magnífico.
El hilo conductor de la historia, los pendientes de brillantes, llevan al espectador a escenarios, que combinan una extraordinaria belleza repleta de lujos, cristaleras, candelabros, arañas de cristal, espejos venecianos. Lujo en cada encuadre en cada botón, en los escotes exquisistos del vestuario. Todo contrasta con el minimalismo y la sordidez de espartanos despachos que vienen a ser como la trastiendas de las vidas de los protagonistas.
En cuanto a los trenes, a los viajes siempre son un fundido en negro, una huída de ellos mismos. El desenlace tendrán que verlo, un tanto precipitado tal vez.

¿Qué se puede decir de dos actores que aguantan primeros planos en una comedia sencilla?
TODO. Agradable, sin aspavientos grandilocuentes. Power y Tierney encantadores y bellos. Cumple un cometido fantástico, que disfrute el espectador y sonría ante la travesura romántica de Robert B. Sinclair.