Es lógico que esta serie soberbia venga avalada con tantos galardones. Bob Odenkirk, el actor principal que lleva todo el peso bruto de cada capítulo, es sin duda el alma de la misma. Una interpretación sin máculas, sin taras, nada que objetar como reproche o recorte de elogios. El personaje de este singular abogado de pródiga verborrea se come cada plano y sin su presencia en el reparto, la serie adolecería tal vez de simpleza, mero entretenimiento sin fuegos artificiales. Pero Odenkirk tiene la capacidad de ocupar la pantalla de manera omnímoda, o sea, una suerte de omnipresencia tan magistral que cualquier traza de insignificancia queda aniquilada. Casos curiosos, abstrusos, heterodoxos, rocambolescos, pergeñados con mucha sagacidad por un hombre de modesta apariencia que no acaba de ver fecundidad en sus denodados esfuerzos por abandonar la lobreguez de un despacho tan deprimente como claustrofóbico