En primer lugar debo aclarar que soy fan de The New Raemon, musicalmente, y de Ramón Rodríguez, personalmente. Pocas personas tendrían la valentía de llamar a sus hijas Jazz y Leia (las cuales, por cierto, están teniendo bastante éxito con su propio grupo, Mourn, mientras aún van al instituto). Y en lo musical, qué decir: letras afiladas, emocionalmente duras, melodías vocales poderosas e instrumentación que va del folk más poppy y franco (en sus primeros discos) a la desnudez más cortante y enérgica (más reciente), siendo siempre sencilla pero penetrante. Dicho todo esto: no me gusta la película.
Empecemos por un problema básico: la elección de los encuadres. Quizás Sergi Minguell tiene alguna intención que se me escapa al hacer primerísimos primeros planos incluso durante algunas de las entrevistas (y desde luego en buena parte de las imágenes en conciertos), pero yo no veo el efecto dramático o revelador. Sencillamente, me canso de que la cámara esté moviéndose constantemente, incluso cuando está claro que no existe necesidad, y de que se me muestren porciones del rostro de Ramón sin una intención ulterior, solo porque queda guay o, sospecho, porque son los planos que han salido. En muchas ocasiones, especialmente en los conciertos, los planos parecen ser los únicos que se pudieron sacar. No tengo nada en contra de lo improvisado, siempre y cuando se pueda encajar en un concepto general o envolvente que le dé cohesión a la película. Me parece que no es el caso: no veo un hilo conductor visual.
Lo cual me lleva al segundo problema: tampoco veo un hilo conductor en lo "narrativo". Y entrecomillo la palabra porque, en sentido estricto, no sucede nada en toda la película. No es que tenga que "suceder" algo en concreto, pero un buen documental debería generar la sensación de que algo avanza, de que algo cambia. Por tomar otro ejemplo muy cercano: "10 Años y una Zanahoria", documental sobre los diez primeros años de Standstill (dos de cuyos miembros, Ricky Falkner y Ricky Lavado, aparecen aquí como bajista y batería, respectivamente, de The New Raemon), consigue un efecto mucho más claro de progreso, de desarrollo, principalmente porque quienes montan la película son los propios miembros del grupo que han vivido la aventura, y así consigue ser mucho más seductora. Aquí, francamente, da la sensación de que a alguien le gustaba Ramón y decidió hacer una peli, pero se dio cuenta al final de que no tenía nada coherente que montar, y puso imágenes una detrás de otra sin más, con un predominio totalmente absurdo de imágenes de conciertos y de Ramón tocando para la cámara, que no aportan nada al aspecto cinematográfico del film.

Quede claro desde el principio: para mí esta película no es un éxito cinematográfico. En mi opinión, la idea germinal que da origen al film y su puesta en escena es excelente (ver sección spoiler), pero sólo alcanza para realizar un mediometraje. Sesenta minutos habrían sido redondos: los primeros cuarenta y cinco minutos, la presentación del personaje principal, podrían haberse resumido en veinte. Por otro lado, el desarrollo del punto central de la película (el encuentro en la cafetería) es magistral; construye la tensión mediante la alternancia de planos y esta acaba estallando con un gran juego de miradas que precede a una escena brutal, por su contenido y por la forma en que se plantea. El cierre de la película mantiene una calma tensa que abre más interrogantes de los que resuelve, algo que beneficia al planteamiento inicial. Dicho así, parece que estamos hablando de una obra maestra. Pero el problema es sencillo: la película aburre atrozmente.

Comprendo a los que no aprecian esta película. Dicen que se trata de una película lenta, complicada, pretenciosa; no es cierto, y eso es lo que quiero explicar. No es que la película sea demasiado complicada, es que el nivel de exigencia del espectador es demasiado bajo. Nos hemos acostumbrado al cine simplón, en el que todo se explica con palabras en lugar de con imágenes, en el que se cuentan historias concretas, hechos. Pues bien, he aquí una película que reflexiona acerca de la vida, de Dios, de la infancia y del mundo moderno; y lo hace con profundidad, delicadeza, ternura. Cada imagen tiene un significado, y el espectador debe estar centrado en la película para captarlo. Pero lo importante de esta película son las emociones. Yo la he visto en dos ocasiones. La primera vez, comprendí algunas cosas, aunque acabé exhausto. Sin embargo, conforme pasaban las horas tras su visionado, notaba cada vez más una sensación de admiración por la extrema belleza de las imágenes que nos regala Terrence Malick. Decidí volver a verla. Esta vez, con lo que sabía del anterior visionado, comprendí mejor el significado y fui capaz de dejarme llevar por las sensaciones. Y entonces se produjo la magia.

Ridley Scott dijo en cierta ocasión que había rodado y montado Gladiator con planos muy cortos, con un ritmo trepidante, porque era moderno e innovador. Al oír esto, Alexander Payne, director de películas como "Entre Copas" y "A propósito de Schmidt", exclamó: "¿Quién ha podido decir eso? Fuera quien fuese, era estúpido. ¿Qué hay de los directores soviéticos?" Viendo está película, nos damos cuenta de cuánta razón tiene.
Ciertamente, la sensación de modernidad que transmite esta antiquísma película (tiene más de ochenta años) resulta tremendamente sorprendente. Recomiendo especialmente el visionado acompañado por la excelente banda sonora de jazz fusión compuesta expresamente para la película por The Cinematic Orchestra, que refuerza esa sensación. Dziga Vertov inventa el lenguaje documental, o al menos lo implementa muchísimo, de manera similar a como D.W. Griffith creó el lenguaje de ficción o Leni Riefenstahl la propaganda. Su revolucionaria plasmación del trabajo de montaje, expresando ideas de una manera que hoy día no resulta anacrónica, sino más bien vanguardista, es una de las muchas cualidades que convierten a esta película en una obra maestra.
El retrato de las ciudades soviéticas resulta no sólo creíble, sino comprensible pese a las diferencias culturales, sociales, políticas... que nos separan de la época en que se rodó. Quizás ayude un afán de autenticismo que le lleva a filmar al propio operador de cámara continuamente.
Queda claro que, si alguien pretende resultar moderno, o aparentar modernidad, o simplemente hablar de modernidad en una película, más le vale haber visto este documental. De lo contrario, sus palabras serán completamente vacías.

Excelente drama, con un Gregory Peck inmenso: cuanto más calla, más habla su personaje. Frankenheimer está soberbio y convierte un guión bueno, sin florituras, en una película que desborda emociones, casi todas ellas trágicas. También a destacar el trabajo de Ralph Meeker como el patriarca de los McCain, como siempre un secundario muy solvente.
Y qué decir de la banda sonora de Johnny Cash: por favor, vean la película con subtítulos para entender la letra de las canciones, pues Cash y Peck parecen ser una sola persona.