"MH370: El avión que desapareció" es un intento fallido de documental sobre uno de los misterios más desconcertantes de nuestra era. A pesar de la extensión del metraje, el documental se queda en la superficie, ofreciendo poco o nada de valor para aquellos que buscan respuestas sobre la desaparición del vuelo MH370 de Malaysia Airlines.

El documental no se centra en detalles clave como la identidad de algunos pasajeros, información que podría haber ayudado a arrojar algo de luz sobre el incidente. En cambio, se limita a mostrar imágenes de archivo y a ofrecer testimonios vacíos de expertos en aviación y autoridades.

El resultado es un documental aburrido y poco informativo que deja a los espectadores con más preguntas que respuestas. Los realizadores parecen haber optado por la cantidad en lugar de la calidad, inundando al espectador con información superficial y detalles irrelevantes en lugar de abordar los problemas fundamentales que rodean a la desaparición del avión.

En definitiva, esto es un documental insuficiente e insatisfactorio que no vale la pena ver. Los espectadores que buscan respuestas deberían hacerlo en otra parte, ya que este documental ofrece poco o nada de valor. "MH370: El avión que desapareció" se estrella en su intento de documentar uno de los misterios más desconcertantes de la historia.

La persecución de O.J. Simpson en el Ford Bronco de su excompañero A.C. Cowlings es uno de esos momentos que todos recordamos y que marca una década, como el 11-S o Fukushima. Es un hecho tan de la década de los 90 como la música Eurodance, el traje de Monica Lewinsky o los Bulls de Michael Jordan. El juicio que determinaba la culpabilidad de O.J. Simpson sobre el asesinato de su exmujer y un amigo de ésta fue explotado por documentales, libros y un género nuevo que se creó a raíz de este caso, los shows jurídicos.

En este escenario donde creíamos saberlo todo, FX crea una serie espectacular centrándose en la defensa y la fiscalía donde destaca el grandísimo trabajo de Sarah Paulson, mimetizando hasta el más mínimo detalle a Sarah Clark, y Courtney B. Vance, transmitiendo la exuberante personalidad de Johnnie Cochran, todo ello sin desmerecer a las interpretaciones que se hacen de todos los grandes secundarios de este juicio.

Cuba Gooding Jr., un actor que me encanta, es capaz de plasmar la idiotez e ingenuidad de O.J., pero desgraciadamente su parecido físico con él es muy lejano. Poco o nada tiene que ver con la imponente figura del exjugador de fútbol americano y el carisma que irradiaba con sus gestos y mirada. Pero este pequeño fallo es lo de menos, se compensa con la trama centrada con los entresijos del resto de actores que nos muestran el circo mediático y situaciones surrealistas de este juicio que, por muy rocambolescas que parezcan, sucedieron tal y como son reflejadas según testigos de primera mano.

‘American Crime Story: The People vs. O.J. Simpson’ es una serie sencillamente magistral que nos deja bien claro que O.J. Simpson, lejos de ser un ejemplo para la comunidad negra, llevaba una vida llena de lujos con las elites blancas californianas sin ningún tipo de compromiso con sus orígenes, que se aprovecha de los disturbios raciales por el linchamiento de Rodney King y de la incompetencia de la defensa en general, especialmente en la selección de sus testigos y por no sacar partido alguno al mayor número de evidencias que haya dejado nunca un criminal.

Espeluznante. Este documental es uno de los mayores manifiestos anti-nucleares que se hayan hecho. Todos tenemos la imagen de las bombas atómicas como una enorme montaña de humo con forma de hongo vista desde un avión, sin tener una idea concisa de lo que ocurría en la zona del impacto. Steven Okazaki se centra en varios supervivientes de la tragedia que relatan cómo fueron los momentos previos, durante y después del mayor genocidio que ha vivido nunca la humanidad.

Las historias no sólo están llenas de quemaduras y cicatrices, sino de un peso psicológico insoportable durante casi setenta años que está marcado a fuego en cada uno de los que vivieron el infierno en la tierra. Son relatos de superación ante la adversidad que, sorprendentemente, están libres de rencor y odio hacia los americanos, que fueron quienes les mutilaron, asesinaron a sus familias de una manera atroz y les utilizaron de conejillos de indias para ver los efectos de radiación. Son personas que han dado su testimonio para que el mundo sepa los límites de destrucción a los que la humanidad llegó y que, para el porvenir del planeta, no debe aproximarse de nuevo.

“White Light/Black Rain: The Destruction of Hiroshima and Nagasaki” hay que verla con las defensas a tope por el contenido que tiene. Es muy dura, pero te hace ser consciente de lo que supuso el lanzamiento de esas dos malditas bombas.

Este documental se centra en la última temporada triunfal de una de las mejores dinastías de la historia del deporte, los Chicago Bulls, y su líder Michael Jordan.

Su narración hace continuos saltos en el tiempo para ir relatando los distintos pasos que da Michael Jordan desde la universidad de Carolina del Norte hasta su última temporada en Illinois. En esta serie documental de diez capítulos también tienen su sitio figuras claves de los éxitos de esta franquicia (Scottie Pippen, Denis Rodman, Horance Grant, Phil Jackson, Toni Kukoc o Steve Kerr), y se le da voz a sus rivales (Isiah Thomas, Magic Johnson, Larry Bird, Clyde Drexler, Charles Barkley, Patrick Ewing, Reggie Miller o John Stockton).

Es una historia que gira alrededor de una figura estelar, inigualable, en el firmamento de las estrellas. Todas las figuras del mundo del baloncesto quedan en un segundísimo plano bajo la infinita sombra de Michael Jordan, el primer icono deportivo mundial. Dotado de un físico privilegiado (sólo tenía un 3% de grasa corporal) pero de una altura muy inferior a lo que se estilaba para ser un jugador franquicia, Michael Jordan se convirtió en el jugador perfecto. Ha sido uno de los defensores más insaciables de la historia con unos promedios de robos de balón que rozan lo absurdo, y con unos recursos ofensivos literalmente infinitos combinados con una plasticidad única en la historia del deporte. Su superioridad es tal que se sobrepuso totalmente de acontecimientos que habitualmente lastran carreras para siempre, como una grave lesión o una retirada de 18 meses.

Su naturaleza competitiva digna de estudio le llevó a cruzar la frontera del acoso con compañeros para que éstos diesen lo mejor de sí, y se buscaba continuos motivos para automotivarse y machacar a sus rivales. En los momentos de los hombres de verdad, cuando quema el balón en los últimos momentos de los partidos se veía el auténtico Jordan, el que asumía la responsabilidad para ser un despiadado asesino cuando el reloj jugaba en su contra.

Y, como no, este The Last Dance será recordado por ofrecer la otra cara de la superestrella: coqueteos con la ludopatía, el dolor por la muerte de su padre, el acoso que sufría con la prensa, su estrecha relación con su séquito de seguridad. Y ahí también está parte de su encanto, su altiva figura bebiendo bourbon y fumando puros.

Michael Jordan no fue un santo y nadie que ha logrado lo que él podría haberlo sido. Su imperfección como individuo equilibra a un atleta cuya superioridad física, técnica, mental y competitiva no ha tenido ni tendrá parangón.

Ha sido un privilegio de haber disfrutado de esta magnífica obra que pone los puntos sobre las íes de un equipo tan sumamente mítico como los Bulls de Michael Jordan.

Cámara en mano y dominando todos los recursos cinematográficos, Lars nos trae una película que, para bien o para mal, no deja indiferente a nadie. Particularmente no veo nada de sórdido, desagradable o vomitivo en las escenas supuestamente truculentas. Este director nunca se ha caracterizado por los rodeos, y la sangre es sangre, el sexo es sexo, la mutilación es la mutilación. Y no aparece para crear polémica o dar una aureola de escándalo a este film, sino como una necesidad de cara a que el mensaje quede como se desea. Un toma y daca entre el hombre y la mujer; un quiero y no puedo entre sexo y violencia; una naturaleza salvaje tan imperfecta, deforme y malévola como la humana.

Ambos actores rayan un notable papel interpretativo, uno siendo un frío psicólogo que resuleve los problemas de forma calculadora, y otra es una madre cuyo complejo de culpa le machaca y atormenta hasta llevarla a la locura.

La ambientación me encanta. No porque se hayan lucido en este aspecto, sino porque la desmesurada vegetación y el clima húmedo de los países nórdicos siempre me han causado fascinación, y aquí se aprecian detenidamente, como solía hacer el director al que esta película está dedicada, Andrei Tarkovski.

La temática es un tanto ambigua y abierta a las interpretaciones que le queramos dar. Se puede sacar en conclusión la malda de la mujer por su sufrimiento contenido durante siglos, o la naturaleza cáotica y diabólica, por ejemplo. Sea como sea, tenemos tiempo de reflexionar en muchos de los largos y bellos planos bajo una tene neblina.

Estamos, en definitiva, con otra película alejada de Hollywood donde Lars Von Trier sigue firme y sin retroceder ni un solo paso a sus postulados creativos. Quien ha pagado seis euros y después se ha dado golpes contra la pared por ver "una basura paranoica con sexo y violencia que no vienen a cuento", pues allá él porque este danés y sus colegas llevan haciendo de las suyas desde hace bastante tiempo y nadie deberia ser cogido de sorpresa. Yo os la recomiendo.