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Críticas de travis braddock
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Críticas 152
Críticas ordenadas por utilidad
7
23 de abril de 2016
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un día le escuché a alguien decir que, pase lo que pase, siempre somos los mismos que éramos en el patio del colegio. Una frase que le he escuchado a otra gente a lo largo de los años y que me produce tanta curiosidad como inquietud, por comprobar cómo a veces es totalmente cierto y por ello perturbador, por lo que implica de que hayamos crecido más física que mentalmente. Al llegar a la edad adulta, los recuerdos del colegio pueden invitar a la nostalgia o al resentimiento, según haya sido nuestra experiencia, pero siempre vistos desde el prisma de que aquello ya quedó atrás y de que ya somos otra gente diferente. Sin embargo, los comportamientos tienen puntos en común: cuando llegamos a un sitio buscamos integrarnos en algún grupo de personas con los que podamos estar a gusto y que nos hagan sentir parte del mundo; los grupos se caracterizan por las relaciones de poder, de modo que alguien es el líder espiritual, muchas veces por simple carisma, y otros acatan sus órdenes y deseos; surgen rencillas y riñas con los extraños, a veces por motivos tan simples como la apariencia externa, un mal gesto o una mala palabra; sintiéndose a salvo en el grupo de los importantes, sus miembros ironizan o se burlan de los más “raritos”, que no se atienen a sus reglas y que desean formar parte de ese grupo más “normal” y también les odian por hacerles objeto de bromas. Todos hemos formado parte de este tipo de relación con nuestros semejantes, en ámbitos laborales o en reuniones sociales y hemos estado en el grupo de los “normales” o nos han metido en el saco de los “raritos”. Todo ello con edades ya alejadas de la época escolar y que nos han hecho sentirnos de nuevo en ese patio de colegio en el que jugábamos a la pelota, tratábamos torpemente de seducir a la persona que nos gustaba y buscábamos nuestro espacio para desarrollarnos mientras otros nos miraban con gesto de superioridad para demostrarnos que no éramos iguales. La vida como una repetición de patrones de conducta, que quizá explique porque siempre entran tan bien las películas sobre las experiencias de los chavales en los institutos, aunque se ambienten en latitudes muy lejanas a la nuestra. Y no muy lejana en lo geográfico, de la vecina Francia, es "El novato".

"El novato" es el debut en el largometraje del galo Rudi Rosenberg, cuyos primeros pasos en el cortometraje ya versaron sobre la vida a los 13 años de edad. El director ha confesado sentir un vivo interés por una etapa de la vida en la que los jóvenes están a medio camino de la infancia y la adolescencia, ese momento terrible en el que en pocos años se experimenta una evolución tremenda del cuerpo y la mente, a veces difícil de soportar. A lo largo de la edad adulta seguimos cambiando de forma gradual, pero ningún momento se parece a esa concentración de metamorfosis corporal y alteración de los sentimientos en tan corto espacio de tiempo. La llamada “edad del pavo” es todo un reto que hay que gestionar adecuadamente para no perder la cabeza y todos conocemos casos de felices niños que se convirtieron en adolescentes torturados y recelosos con su cuerpo y de chavalitos estudiosos que abandonaron los libros y coquetearon con todas las sustancias que se les pusieron al alcance. No obstante, El novato no se inscribe en la categoría de los dramas de instituto y apunta más al terreno de la naturalidad, de la comedia y el drama que tiene la vida misma. Rosenberg se muestra más cercano al estilo de John Hughes ("El club de los cinco", "La chica de rosa", "Todo en un día") en la plasmación de los claroscuros de la adolescencia, pero alejado del sentimentalismo en la que a veces caía Hughes.

Benoit (Réphaël Ghrenassia) es un chico de los “normales”, pues no lleva gafas ni viste de forma extravagante ni tiene una personalidad tímida o excéntrica. Recién llegado a París busca integrarse en el grupo de los “normales”, pero estos no están por la labor de admitirlo y los que se le acaban aproximando son Joshua (emocionalmente sin desarrollar, aficionado a las bromas extravagantes, a vestir siempre con la misma ropa, a hacer listas de la gente que le cae bien y mal y que, seguramente por identificación con lo estrafalario, decora su cuarto con un poster de Torrente), Constantin (un nerd de manual, con sus gafas torcidas, su aparato dental, su gusto por cantar en el coro y su aspiración a ser delegado de clase), Aglaée (la más madura, pero apartada del resto por una discapacidad física) y Johanna, una chica sueca que no tiene amigos al no poder comunicarse correctamente en francés, de la que Benoit se enamorará perdidamente. Y aunque asuma con cierto fastidio las amistades que tiene que tomar, Benoit se dará cuenta de que sus inquietudes están más cercanas a las del grupo de los “raritos”.

Rosenberg (ganador del premio Nuevos Directores en el último Festival de San Sebastián por este trabajo) plantea un mundo en que los adultos apenas tienen protagonismo, a excepción del tío de Benoit, un pobre diablo sin oficio ni beneficio que presume de su pasado como DJ y que mentalmente no está muy lejos del grupo de chavales. En busca de un mayor realismo, se sirve de un estupendo elenco de jóvenes intérpretes sin experiencia en el cine (a excepción de Géraldine Martineau como la sensible Aglaée), que se mueven en pantalla con una sorprendente naturalidad. Con El novato, su realizador habla con honestidad y sin manipulaciones ni golpes de efecto de esos años en los que uno está empezando a construirse una personalidad y una imagen de cara al mundo y empieza a encontrarse con las primeras contradicciones entre los deseos y la realidad. Una realidad que por lo visto está destinada a repetirse.
travis braddock
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7
18 de marzo de 2015
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘Under the Skin’ recuerda por su trama a ‘Species’, aquella película noventera en la que una extraterrestre adoptaba las atractivas formas de Natasha Henstridge para seducir a los hombres y devorarlos, pero ahí acaban las similitudes, pues Glazer tiene intereses lejanos a los de la serie B. La extraterrestre de esta cinta tiene la piel de Scarlett Johansson, que conduce una furgoneta por las calles de Glasgow y alrededores mientras va entablando relación con hombres solitarios, a los que nadie va a echar en falta. Ellos caen en los encantos de la extraterrestre, que los conducirá a una casa abandonada en la que serán devorados por una sustancia oscura tras una breve ceremonia de seducción.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
travis braddock
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8
11 de diciembre de 2014
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘Nunca es demasiado tarde’ viene firmada por Uberto Pasolini, italiano afincado en Gran Bretaña, que a pesar de su apellido no tiene ningún parentesco con el ilustre director de ‘Saló o los 120 días de Sodoma‘ y ‘El Evangelio según San Mateo‘, pero sin embargo sí que lo tiene con otro clásico del cine transalpino, Luchino Visconti (‘El Gatopardo‘), del que es sobrino-nieto. Tras unos años dedicado al mundo de las finanzas, Pasolini empezó en el cine como asistente hasta que se pasó a la labores de producción, donde llegó a apadrinar un gran éxito como ‘Full Monty‘, que mostró que el cine social británico también podía tener un punto de diversión. En 2008 debutó en la dirección con la inédita ‘Machan‘, una historia rodada en Sri Lanka, que mezclaba deporte y política y ahora ha llegado a los cines españoles su segunda película como director, premiada en la sección Horizontes del Festival de Venecia 2013. ‘Nunca es demasiado tarde’ habla sobre la vida y la muerte pero sin necesidad de caer en grandes cuestiones filosóficas y dramatismos.

Uberto Pasolini deja claro desde el principio que nos va a ofrecer una historia sencilla, narrada con concisión, al estilo de su protagonista, un hombre que se dedica a organizar el mejor entierro posible a aquellas personas que mueren sin compañía y que no son reclamadas por nadie. John May es un tipo solitario, de aspecto gris, muy metódico, al que le gusta hacer siempre las cosas de la misma manera, ya sea organizando los expedientes de aquellos muertos de los que debe ocuparse o sus propias rutinas personales. Enseguida entendemos que John es un hombre que está tan solo como las personas de las que se encarga y que quizá por saber lo que se siente en esa situación, quiere hacer lo mejor posible con ellos, dándoles un digno último adiós.

Para encarnar a uno de estos personajes de personalidad adusta es clave tener a un buen actor que sepa transmitir su vida interior de forma convincente y eso lo consigue con creces Eddie Marsan. Y es que Marsan es uno de esos intérpretes británicos especializados en papeles secundarios que siempre cumplen a la perfección. A muchos les sonará su cara de haberle visto haciéndoselas pasar canutas a Will Smith en ‘Hancock‘ o de alguna de las muchas películas en las que ha participado, como ‘Happy: un cuento sobre la felicidad‘, los Sherlock Holmes protagonizados por Robert Downey Jr., ‘War Horse‘ o ‘Bienvenidos al fin del mundo‘, entre muchas otras. Marsan se ha especializado en su carrera en sujetos poco amigables, pero aquí consigue rayar a gran altura con su John May, un tipo tan curioso como entrañable, que mantiene su ética de trabajo y sus convicciones en todas las circunstancias.

Uberto Pasolini es sabedor de que resulta mucho más poderoso insinuar y contener el llanto que caer en la pornografía emocional y el melodrama. Y eso es algo que está presente en el tono suavemente dramático de toda la película, que nos impregna desde el primer momento hasta emocionarnos profundamente en un final cargado de lirismo. A ello contribuye también la ocasional presencia de la música de Rachel Portman, pareja sentimental del director y veterana compositora de casi un centenar de bandas sonoras, entre las que se encuentran ‘Emma‘ (por la que ganó un Oscar) y otras como ‘Las normas de la casa de la sidra‘ o ‘Chocolat‘. Una película sencilla y disfrutable que hace bueno aquel dicho que afirma que las mejores esencias se guardan en frascos pequeños. Una película que nos habla de esas cosas de las que hablaba “Eleanor Rigby”, aquella canción de los Beatles que se preguntaba de dónde venía tanta gente solitaria.
travis braddock
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7
22 de mayo de 2014
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay un viejo dicho que afirma que del roce nace el cariño y ese sería el resumen más acertado de “10.000 km”, el debut en el largometraje de Carlos Marqués-Marcet, crónica del distanciamiento de una pareja al no ser capaces de afrontar su nueva vida, con varios miles de kilómetros de distancia entre ellos. Las nuevas tecnologías permiten mantener el contacto entre ambos y al principio acogen este nuevo orden con ilusión, hablando durante largos ratos durante todos los días e incluso compartiendo momentos íntimos en la medida de lo posible. Pero el paso del tiempo hará su natural erosión y les irá distanciando, ya que su día a día depende mucho menos del otro y ambos empiezan a aceptar que la otra persona está lejos y que no forma parte de su rutina cotidiana. Cada uno, especialmente en el caso de ella, acaba por organizar su vida en su nuevo entorno y eso supone otra construcción de su espacio vital, otro modo de pasar el tiempo y otras personas en el entorno más cercano.

El director ha hablado de una analogía de su película con la “Odisea” de Homero que es bastante acertada. Para Sergi, Alex supone el final de un largo camino, un largo camino con final feliz. Alex, en cambio, necesita un compañero de viaje en el continuo navegar de su vida, una vida que nunca se detiene. De este modo, Alex sería Ulises y se repite a sí misma que necesita una Ítaca, pero lo que realmente le interesa es el viaje. Por su parte, Sergi sería Penélope, esperando pacientemente que Alex se canse de aventuras y quiera volver a disfrutar de su reino, sin darse cuenta de que lo que le enamora de ella es precisamente lo que les impide estar juntos. Es curioso también el cambio de roles que se hace, siendo el chico el que tiene comportamientos tradicionalmente asociados a la mujer y viceversa, pues mientras ella es la que se aleja de casa y busca su destino por ahí es él el que espera y el primero que empieza a tener dudas de que aquello vaya a salir bien.

Carlos Marqués-Marcet dirige con interés una historia a la se le pueden reprochar algunos tics de director debutante, empeñado en demostrar lo bueno que es a través de diversas virguerías, como el plano secuencia del inicio en el que se nos muestra la intimidad de la pareja y el planteamiento de la historia de una manera un poco forzada o el final, que tiene un buscado aire cíclico para la historia que se ve venir desde minutos antes. Tampoco me convenció una Natalia Tena (británica de origen español que ha aparecido en películas de Harry Potter y en la serie “Juego de Tronos”) a la que no se le ve cómoda hablando en español y que solo transmite a ratos ese aire misterioso, entre fuerte y frágil, que requiere su personaje. Bastante mejor está su compañero de reparto, el desconocido David Verdaguer, como ese hombre imperfecto, de buen corazón aunque algo egoísta, que está dividido entre no cortar las alas a las aspiraciones de su novia y el miedo a perderla cuando se aleja de él. Ambos son los únicos actores de una historia ambientada en interiores, algo claustrofóbica, con los dos encerrados en sus hogares, apartados del resto del mundo, con la pantalla de un ordenador como ventana al exterior. Muestra de una sociedad que usa de las nuevas tecnologías para creerse más conectada, olvidando lo indescifrable del factor humano y que un día cara a cara pesa mucho más en el ánimo de quienes lo viven que meses de charlas por Skype.
travis braddock
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7
5 de febrero de 2014
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
El franco-polaco Roman Polanski a sus 80 años continúa haciendo cine, habiendo dejado tras de sí una carrera que ya supera los 50 años y una vida que ha tenido sucesos para convertirse en varias películas (infancia en un guetto judío, pérdida de su madre en un campo de concentración, asesinato de su primera mujer por la banda de Charles Manson, huida tras ser acusado de violar a una menor y meses de reclusión en su propia casa por ese delito). Una vida que sin duda ha influido en su cine, que siempre ha tenido presente la sensación de peligro que acecha a la aparente normalidad, con películas como "Repulsión", "La semilla del diablo", "Chinatown", "Tess" o "El pianista", entre muchas otras. En los últimos tiempos, Polanski parece sentirse atraído por las pequeñas piezas de cámara y tras haber hecho "Un Dios salvaje" en un decorado con un pequeño grupo de actores ha vuelto a emplear el mismo método en "La venus de las pieles", adaptación de la obra de teatro de David Ives que se desarrolla casi en su totalidad en un único escenario y con solo dos intérpretes.

"La venus de las pieles" hace un juego metaliterario, pues la obra que quiere representarse en la película es la novela del mismo nombre que escribiera en el siglo XIX el escritor austríaco Leopold von Sacher-Masoch y que dio nombre al masoquismo, pues la novela proponía juegos de poder y sumisión entre sus protagonistas. Los mismos juegos de poder y sumisión en los que acabarán envueltos Thomas y Vanda, no en vano llamada igual que el personaje de la novela de Sacher-Masoch. Ambos empiezan a representar la obra y lo que en principio es un juego actoral en el que ellos hacen las cosas que les exigen sus personajes no tardará en volverse una confusión entre persona y personaje.

La mezcla entre cine y teatro no es algo nuevo y ha sido puesto en práctica en varias ocasiones, con resultados a veces muy satisfactorios, como "La soga" de Alfred Hitchcock o "La huella" de Joseph L. Mankiewicz. Precisamente, es inevitable pensar en "La huella" cuando se está viendo "La venus de las pieles", por el juego de representación y poder que hacen sus protagonistas y las confusiones de identidad entre ambos, donde el que parece llevar el mando acaba siendo superado por el otro y viceversa.

No obstante, este tipo de películas son las que gustan más a un público más entendido que al resto y eso ha ocurrido con esta última propuesta de Polanski, aplaudida por la crítica pero que a buen seguro no será ningún éxito de taquilla. A la sesión a la que yo acudí había poca gente y tampoco parecía muy satisfecha al terminar la película, quizá decepcionados por el giro final, que da para varias interpretaciones y que deja la duda de que si lo que hemos visto no ha sido más que una ensoñación del protagonista, un creador engreído y que cree saberlo todo que acaba fascinado por una mujer que no es tan ingenua como parece. Y es que la película es todo un guiño en sí misma, con un Mathieu Amalric que aparece caracterizado como un trasunto del propio Polanski de hace unos años y que tiene como rival dialéctico a la mujer del propio Polanski, la atractiva Emmanuelle Seigner, que aquí cuaja una gran interpretación como esa mujer adorable y diabólica al mismo tiempo.

Sea como fuere, "La venus de las pieles" me ha dejado una sensación parecida a la de "Un Dios salvaje", de ser una película interesante pero a la que le falta algo, que se queda un poco corta en su opción de (buen) teatro filmado. Esperemos que la salud le respete a Polanski y pueda seguir regalándonos muestras de su cine durante algunos años más.
travis braddock
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