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Críticas de Vivoleyendo
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Críticas 1,746
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
29 de septiembre de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué mueve a esos locos a dejar la relativa pero familiar seguridad de nuestro entorno terrestre, para viajar a la terrible amenaza del espacio?
¿Por qué eligen dejar atrás a sus familias, amigos y la comodidad del hogar, para subirse a una carísima e igualmente frágil nave rumbo a lo desconocido?
Los astronautas de hoy son como aquellos navegantes de antaño, supongo. Que se lanzaban a la ventura sabiendo que las probabilidades de regresar eran casi nulas.
Y sin embargo, lo hacían. Y siguen haciéndolo.
A mí me falta ese tipo de valor, o de temeridad, o de grado de locura.
Pero eso no significa que no sienta cierta admiración hacia ellos. ¿Que lo de la carrera espacial es sobre todo una americanada a la que otros se han apuntado por no quedarse atrás? Puede. En Estados Unidos prácticamente veneran a sus astronautas, mientras que aquí, si alguien oye nombrar a Pedro Duque, le suena sobre todo porque es “ese tío del espacio al que el presidente del gobierno Pedro Sánchez ha elegido para un cargo de ministro.”
No dudo de que la NASA será capaz de enviar misiones tripuladas a Marte dentro de algunas décadas. Puede que un día yo vea la noticia en la tele, como quiera que la tele sea en esa época. O puede que se den circunstancias que retrasen o impidan que las misiones vean la luz a corto plazo. Pero de que la verán, estoy convencida, aunque yo ya no esté aquí para ser testigo.
Lo cierto es que a mí no me preocupa demasiado el dilema de la supervivencia de la humanidad. Carezco de ese espíritu fuertemente patriótico de los estadounidenses y de esa conciencia acérrima de nuestra perpetuación más allá del tiempo que nos corresponde o del que nos forjemos nosotros solitos con nuestra estupidez. No creo que la humanidad sea imprescindible en la vastedad del universo, donde absolutamente todo nace para morir algún día, antes o después: estrellas, planetas, galaxias... Seres vivos. Nada dura eternamente. ¿Tan importantes somos como especie como para creernos el centro del universo? Yo pienso que no, aunque reconozco que tengo un germen de duda, ya que hasta ahora somos la única especie pensante que conocemos, y tal vez el ser criaturas pensantes es lo que marque la diferencia entre dejar que el universo siga su curso natural o rebelarnos contra él y luchar por continuar más allá de lo que nos corresponde. En todo caso, yo no estaré aquí para ver lo que ocurrirá, lo que para mí es un alivio. Porque eso significará que se habrá llegado al punto sin retorno en el que la humanidad ya tendrá ante las narices la certeza de su destrucción. Y yo no quiero estar ahí para verlo.
Otros descartan mis dudas directamente y se aferran sin titubeos a la idea de que somos una especie importante. Están en su derecho, desde luego. Aunque estén un poco locos.
Y tal vez eso es lo que yo admiro en ellos. Que, en contra de todos los obstáculos, quieran ir más allá de lo que nunca se ha llegado, burlar el destino que nos aguarda si no se hace nada para evitarlo.
El espacio profundo, engañosamente bello, es completamente hostil para nosotros, pero probablemente ahí esté nuestro futuro, ya que la Tierra no podrá seguir siendo nuestro hogar después de que nos la hayamos cargado o de que se la cargue de un plumazo algún asteroide asesino o alguna otra amenaza que puede llegar en cualquier momento.
Por eso Mark Watney es uno de esos locos soñadores que se han lanzado a la ventura, buscando nuevas posibilidades. El ser humano se ha adaptado a todos los entornos de la Tierra. El siguiente paso natural es adaptarse a entornos alienígenas. Y nuestro vecino de prácticas más evidente es Marte.
Lo que me gusta mucho de este drama y comedia de ciencia ficción es que habla de un futuro muy cercano que podría ser viable, y la tecnología que aparece no se ve tan descabellada. La NASA habrá experimentado ya con casi todo lo que aparece ahí. Incluso esa nave tan bonita, la Hermes, que homenajea nostálgicamente a la de “2001: Una odisea del espacio”, podría ser una realidad un día.
Pero lo que me gusta incluso más que todo eso, es Matt Damon. Lleva un peso considerable en su aplastante soledad marciana, esa soledad infinita del espacio profundo que es uno de los mayores enemigos de cualquier astronauta. Cada nuevo logro que Watney alcanza con los elementos en contra y con los limitados recursos que tiene, se siente como propio. Su sentido del humor es refrescante, y no oculta sus emociones a flor de piel, lo cual es normal cuando estás solo, tan cerca y tan lejos de tu propio planeta donde todo quisqui sabe quién eres. Y, como no podía ser de otro modo, nuestro "pirata Barbarrubia" no se rinde. Por algo fue seleccionado para ir a Marte.
Es de esas películas cuyo final conoces perfectamente de antemano pero son tan entretenidas y están tan bien hechas que te da igual, porque aquí lo importante como espectador no es el destino, sino el viaje.
Tanto las escenas en el Planeta Rojo, como las que se desarrollan en las sedes de la NASA y las otras en la nave Hermes me mantienen atenta a la pantalla.
Este tipo de ciencia ficción casi de andar por casa, pertenece a una nueva generación en la que las exageraciones del siglo pasado sobre viajes espaciales en el siglo veintiuno y el contacto con especies extraterrestres han quedado obsoletas, en aquella imaginación sobrealimentada que se ha atemperado desde que llegó el cacareado nuevo milenio y todavía nadie se monta en naves como quien se monta en el autobús, no conocemos formas de vida alienígenas y no vivimos como cualquier hijo de vecino de Star Wars.
Vivoleyendo
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8
27 de septiembre de 2018
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nací un siglo más tarde que vosotras. Aprendí a creer a ultranza que nadie en este mundo está por encima de los demás, o que así es como debería ser. Fui a la escuela pública junto con un montón de chicos y chicas de clase obrera. Tuve una infancia feliz en la que mi única responsabilidad era estudiar. Nunca, ni en mi entorno familiar ni fuera de él, me sentí tratada como alguien inferior por ser de sexo femenino. Fui animada a perseguir el destino que yo quisiera. Nadie se entrometió en mis decisiones, nadie me dictó cómo tenía que vivir. No me impusieron un marido ni una casa ni unos hijos. Es cierto que todavía, aunque cada vez menos, hay señoras mayores que al ver que sigues viviendo completamente a tu aire cuando estás en plena edad de merecer te preguntan que cómo es que no te has casado. Es normal, ellas crecieron en una época distinta en la que la valía de una mujer se cifraba en el hombre que era el que le confería respetabilidad. Todavía les cuesta entender que una mujer sigue siéndolo de pies a cabeza aunque no se case, ni tenga a nadie que la mantenga, ni sea ama de casa, ni sepa cocinar ni coser ni tejer ni traiga críos al mundo. No es fácil para ellas adaptarse a la idea de que una mujer lo es incluso aunque rara vez lleve faldas, no se maquille con esmero ni se peine como en las revistas de moda.
Cuando cumplí dieciocho años pude votar por primera vez.
No era muy consciente entonces, pero detrás de esa papeleta había miles de mujeres que habían luchado, a muerte en algunos casos, para que yo pudiera acudir a las urnas como una más, sin aguantar la desaprobación de un sector retrógrado.
Ellas fueron a esa urna conmigo. Casi puedo imaginármelas aplaudiendo y, tal vez, descorchando una botella de champán francés que debieron de agenciarse en alguna casa de postín.
Aunque, tal y como se está degenerando la democracia, lo más seguro es que se sientan avergonzadas de que nos estemos convirtiendo en estas generaciones de pasotas incívicos y pícaros.
Pero en fin, por regulera que esté la situación hoy día, para las sufragistas la situación fue mucho peor. No me extraña nada que decidieran rebelarse con esa fiereza que en estos tiempos es tristemente algo digno de risa o, en el mejor de los casos, de indiferencia. Cuando caes tan hondo que ya no puedes hundirte más y lo único que te queda por perder es el latido de tu corazón, te agarras a un clavo ardiendo y si llega alguien que proclama que una vida más digna es posible, una vida donde las mujeres tienen todos los derechos que les corresponden como seres humanos y son libres, entonces te aferras a ese sueño y descubres que estás abrazando una causa inmensamente más grande que tú, que muy probablemente no verás hacerse realidad porque esas causas son como la construcción de una catedral. Te aplicas con fervor a construirla junto con otros cientos de devotos, aún teniendo la certeza de que no verás la obra terminada.
Pero sueñas con que la gente del futuro pueda llegar a verla en todo su esplendor.
Las sufragistas no hicieron nada de aquello pensando en ellas mismas. Lo hicieron pensando en sus hijas, sus nietas y bisnietas, en todas las futuras mujeres del mundo que un día acudirían a las urnas y que habrían crecido bajo una constitución que, al menos en la teoría, las trataría con toda la dignidad que merecen.
Porque lo que es en la práctica, aún queda mucho camino por recorrer. La discriminación por sexo se sigue practicando aberrantemente en todas las esferas (sentimental, laboral...) en un país supuestamente avanzado como España, por poner un ejemplo. Las sufragistas no estarían my contentas si se dieran una vuelta y vieran lo que hay.
Pero sí, algo se ha avanzado desde que ellas eran sólo posesiones de los hombres sin reconocimiento social alguno, a menos que tuvieran la suerte de que sus maridos fuesen buenos y comprensivos.
Este drama con una portentosa Carey Mulligan refleja esos tiempos sucios de manos agrietadas y cicatrices terribles ocultas bajo el modesto atuendo, trabajando de sol a sol por tres veces menos que el sueldo de un hombre por el mismo trabajo o más, soportando a un patrón depravado que se aprovecha de su impunidad, malviviendo en un cuartucho deprimente donde apenas cabe un alfiler, y sin perspectivas de que las cosas vayan a cambiar. No para una vida más llevadera, al menos. Si cambian, cambiarán para peor.
Sobre todo si decides que estás harta de que te ninguneen en todas partes y las únicas que te comprenden son otras que están igual que tú.
¿Cómo van a querer eso para sus hijos e hijas? ¿Ver cómo sus hijos se convierten en carceleros de la prisión femenina o cómo miran para otro lado, y cómo sus hijas son condenadas a dar con sus huesos en ella a perpetuidad?
Ahora nos puede parecer extremo lo que hicieron. Podemos juzgarlo desde nuestra cómoda perspectiva. Podemos criticarlas nosotros los afortunados desde nuestro cómodo sofá tras verlas en pantalla grande, con nuestra jornada laboral de horario razonable y una constitución que está ahí redactada desde 1978.
Vivoleyendo
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8
26 de septiembre de 2018
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que me encuentro al mirar la ficha de la película es a un desfile de críticos de renombre poniéndola a parir. ¿Se trata de una confabulación a nivel mundial? ¿Se ponen todos de acuerdo para hundir las pelis que, ellos sabrán por qué, no pasan su selecta criba?
En fin, a mí me la repampinfla bastante, la verdad. Simplemente me ha llamado la atención que de doce críticas que he contado, sólo una tiene el punto verde. Y no es la única película con la que me ha pasado, y en otros casos también me sucede al revés, que sólo veo elogios de la crítica especializada y yo me he preguntado si es que mis gafas están mal graduadas o yo tengo muy mal gusto (aunque eso ya lo sé desde siempre y vivo con ello), porque lo que he visto me ha parecido malo de necesidad o aburrido de pantalones. Ya hace mucho tiempo que he aprendido la lección de hacer muy poco caso de la crítica profesional. Y es lo mejor que podéis hacer, colegas. Fiaos de vuestro propio criterio (es lo que más recomiendo, seguid vuestro instinto) o el criterio de la gente de a pie, los anónimos que no cobran un céntimo por dejar sus comentarios desinteresados, y con lo cual no se venden a ninguna ideología, porque lo que hacen es gratis.
Y hablando de venderse, este trepidante thriller de ciencia-ficción con una increíble Noomi Rapace multiplicada por siete (esta chica sabe realmente lo que es actuar) es una sátira muy acertada de este mundo en el que vivimos.
La Tierra no aumenta de tamaño y cada vez somos más gente. Cuando el chiringuito esté a punto de reventar, ¿quién decidirá qué personas tienen derecho a vivir? ¿El Cayman de turno? ¿Los habitantes del planeta permitirán que se salga con la suya? Seguro que sí, al menos por el tiempo suficiente para que los autoproclamados amos del mundo hagan estragos. Porque la humanidad es así de borrega y olvida pronto los errores del pasado. Y porque nos tienen aborregados con esta sociedad del ultraconsumo que nos atonta. De cualquier forma, cuando la gente decida reaccionar, los amos ya habrán cometido un genocidio masivo, qué os apostáis.
Pero bueno, también quiero ser un poquito optimista y creer que esto no se irá a tomar viento por completo. Que queda alguna esperanza.
Si la humanidad reacciona antes de que sea demasiado tarde.
Por otro lado, si todo se va a la porra, mal de muchos, consuelo de tontos. Soy una simple mezcla entre realista y soñadora que se aferra a la idea de que, o nos vamos todos, o nos quedamos todos. E impedir que ciertas élites elijan quién se va y quién se queda.
Estas siete hermanas han aprendido bajo amenaza que sólo pueden sobrevivir si permanecen unidas.
Que en el momento en que un eslabón se suelta, la cadena se debilita y termina por destruirse.
Karen Settman presenta siempre la misma fachada. Nadie sabe que en realidad es siete mujeres distintas, con los nombres de los días de la semana. Un truco escasamente original pero bastante práctico que se le ocurrió a su sacrificado abuelo materno (un más que decente Willem Dafoe). A la siniestra sombra de la política del hijo único llevada al extremo (que no es nada nuevo bajo el sol) de la congresista Cayman, estas siete hermanas han crecido bajo un estricto secretismo, aprendiendo todo lo que su abuelo les inculca sobre la supervivencia en ese sistema que persigue a las familias numerosas. Dentro de casa, pueden ser ellas mismas. Fuera, sólo pueden ser Karen Settman, el nombre de su madre muerta en el parto múltiple.
Lo que le pasa a una, les pasa a todas. Es una dura lección que han aprendido.
De este modo han logrado hacerse adultas. La que lleva el nombre del día de la semana que toca, es la que sale a hacer el papel de Karen y después tiene que compartir con las demás toda la información de ese día para que la que salga al día siguiente no meta la pata en detalles importantes. Su anómala situación (seis días encerradas en casa y uno fuera con la máscara de Karen puesta) crea un aire viciado de tensiones, dudas, frustración y cansancio existencial. Se pirran por ser personas normales aunque sólo fuera por un puñetero día. Todo lo normales que se puede ser en esa civilización que controla mucho más que la natalidad.
Con sus más y sus menos, van saliendo adelante con la identidad de Karen, hasta que Lunes desaparece... Y empieza la acción de la buena. Vaya con Noomi. Su preparación física para este thriller debió de ser intensiva. La adrenalina se dispara y, lo digo con toda sinceridad, pocas veces se desahoga uno tanto mientras ve mamporros como panes. Pero aquí la violencia no es light, ni perdona a nadie, y si sois de estómago sensible, mejor que apartéis la vista en algunas escenas y os tapeís los oídos. Yo lo hice, con el corazón a mil por hora. Será que soy hipersensible para estas cosas, ya que la brutalidad sigue sin dejarme indiferente. Y yo me impacto y me emociono con nada, qué le voy a hacer. Sea como sea, he padecido ese malsano sufrimiento catártico de los perseguidos a muerte que luchan por sus vidas con la ferocidad de quien no tiene nada que perder (o mucho que perder). Y a mucha honra. Me he quedado más a gusto que un arbusto.
¿Para qué miráis tanto con lupa el guión si tenéis a una estupenda Noomi en un papel múltiple que roba el aliento y no por belleza, si no por una actuación soberbia? Esta chica sí que merece muchos premios. ¿Para qué buscarle cinco pies al gato cuando la historia de ciencia-ficción que desarrolla se puede llegar a disfrutar bastante?
Lo dicho, fiaos de vuestro instinto. Ni siquiera hagáis mucho caso de esta crítica. Si la peli os gusta o no, que lo decida vuestro criterio si así os apetece.
Vivoleyendo
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7
25 de septiembre de 2018
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay que pedirle peras al olmo. Esto no es un cuento para niños, pero no por ello deja de ser un cuento. Con lo cual la solidez del guión no es su punto fuerte. Vamos a darle margen para la fantasía y el absurdo. Una vez hecha esa concesión, la película tiene algunos puntos realmente buenos, rozando lo sobresaliente.
Empecemos por la fotografía y la ambientación. De Guillermo del Toro sólo he visto “El laberinto del fauno” si no recuerdo mal, y por eso me resulta familiar esta mimada imaginería de época, bella en sus toques clásicos. La estética de los años sesenta está brillantemente recreada en los interiores de los apartamentos, en la ropa y en los vehículos. Pero la película no se queda en una colección de postales típicas. El protagonista principal de la imagen es el agua, presente en gran parte de los escenarios. Bañeras y tanques llenos hasta arriba, suelos constantemente húmedos, habitaciones inundadas y lluvia. Eliza siente una atracción especial hacia el líquido elemento y sus momentos de mayor placer suceden cuando está sumergida en él. La melancólica banda sonora de Desplat (uno de los grandes compositores de hoy) acompaña bien.
Sigamos por el desarrollo de los personajes, que es lo mejor. En apenas dos horas llegamos a conocer muy detalladamente a casi todos los importantes en la trama. Sus personalidades, sus deseos más ocultos, qué los hace felices o desgraciados, sus rasgos de maldad o de bondad. Estamos ante un cuento, y como tal es maniqueo. Hay buenos y malos, con poco espacio para el término medio. Eso puede ser un rasgo negativo y me podría molestar mucho más, pero no me molesta tanto como esperaba, porque todos los personajes principales son interesantes, tanto sin son de un bando como si son del otro. En especial Zelda y Giles me han robado el corazón. Zelda como esa extraordinaria ama de casa que lleva todo adelante (la casa con un marido que no la valora, el trabajo en el que se desloma limpiando) y que llega a extremos a los que cualquier persona no llegaría para proteger a su mejor amiga. Giles como ese romántico soñador solitario que se da cuenta frente al ingrato espejo (que refleja su cabeza calva y la piel que conoció mejores tiempos) de que lo único que tiene en el mundo es una extraña muchacha muda que adora los musicales. Del Toro nos transmite sin sutilezas el mensaje de la discriminación de las minorías en unos años de fuertes prejuicios y segregación en Estados Unidos (contra Eliza por ser muda, contra Zelda por ser negra y contra Giles por ser gay). Tienen que tragar con comentarios vejatorios, desprecios, desaires y hasta acoso sexual en su ambiente de trabajo y en lugares de uso público como bares.
Por su parte, Michael Shannon está soberbio como ese malnacido de Stickland. Es un malvado muy bien perfilado, que no se queda en una simple caricatura. Es un capullo integral y orgulloso de serlo. Digno representante de los dogmas del hombre blanco estadounidense “decente”: cabeza de la típica familia escaparate, con esposa e hijos florero; machista redomado de la doble moral de “la mujercita en casita pero yo moviendo la colita”, que acosa sexualmente a mujeres de posición muy baja en el escalafón porque está amparado por el respaldo de la impunidad; racista y xenófobo hasta la médula; que habría refrendado de manera entusiasta el Ku Klux Klan y la caza de brujas de McCarthy; tan obsesionado con el sueño americano que si no vive en una ciudad de prestigioso nombre (Baltimore es demasiado vulgar para ser incluido en esa categoría), ni tiene un flamante Cadillac, ni triunfa en su profesión de matón a sueldo disfrazado de jefe de seguridad, cree que por lo visto su virilidad se verá reducida figuradamente a la de los eunucos o algo parecido. Él que es tan macho que nunca se lava las manos después de orinar.
No olvidemos al científico cuyo apellido ficticio no consigo recordar ni me apetece ahora ponerlo aquí. No nos confundamos, no es verdadera bondad lo que lo mueve, sino el interés científico. Para la ciencia es una profanación que se destruya un descubrimiento en los engranajes políticos que sólo miran por sus propios intereses. Este hombre es un genuino creyente en su profesión dedicada a la ciencia, lo cual lo coloca en una peligrosa encrucijada, pues por un lado lo presiona el gobierno que lo envía, y por otro tiene que evitar ser destapado por el gobierno en el que se ha infiltrado. No digo que el hombre sea un monstruo, pero tampoco es un ángel.
Y ahora viene aquél de quien tal vez debí hablar en primer lugar pero se ha quedado para el último. Y es, por supuesto, el anfibio humanoide. Es el menos desarrollado de todo el elenco (y siendo precisamente el prota, resulta un poco decepcionante) y no se le advierte el magnetismo que debería tener para que nos creamos de verdad que Eliza se enamore de él y que otros arriesguen sus vidas por él. Que sea mudo como Eliza no significa que no pueda transmitir mucho más. Que sí, que hasta cierto punto lo hace, dejándonos entrever que es un ser muy inteligente y sensible y que tiene ciertos poderes. Pero se queda un poco corto. Es Eliza la que lleva prácticamente adelante casi todo el peso, de una forma paralela a como lo hace Zelda en su casa. No quiero decir que la criatura acuática sea ni mucho menos comparable a un marido paleto y negligente, sino que ahí las que verdaderamente valen son ellas.
Tal vez esa era una intención de Del Toro, además de atacar la homofobia y el racismo. Reivindicar a esas mujeres fuertes que lo tienen tan difícil en un mundo donde el peso de casi todo recae en ellas mientras los laureles se los llevan los hombres. Por algo en la película son los años sesenta.
Vivoleyendo
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10
23 de septiembre de 2018
5 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Historias de amor como esta se han contado miles de veces, así que supongo que uno de los motivos por los que insistimos en verlas es porque en cada una esperamos que nos sorprendan con algo. Contemplar formas distintas de desarrollarlas. O simplemente porque nos gustan las buenas historias de amor y tenemos la esperanza de encontrarlas en esas películas que tenemos ahí pendientes. O las vemos porque cualquiera que alimente los sueños de Mia y Sebastian podría ser ellos y nos pica el gusanillo de ver si se hacen realidad. O da igual que nuestros sueños sean distintos a los suyos. Yo nunca he querido ser actriz y no sé tocar ni el tambor, pero me he metido en ese Los Ángeles luminoso en el que no he estado jamás, he cantado y bailado con ellos, he sentido su miedo al fracaso y he vivido los pasos de su relación.
Lo bonito es vivir cada historia como algo nuevo. Y aunque en todas haya lugares comunes, también hay detalles que las hacen únicas.
Aquí no se ha inventado nada en cuanto a actuación, fotografía, tipo de música, guión... Pero esta película me parece preciosa de principio a fin. Equilibra maravillosamente los números musicales, los pequeños toques de fantasía y la vida corriente. Para mí, dos actores que interpretan con tanta naturalidad como Stone y Gosling (sobre todo ella) a dos personas de gran talento no reconocido que se tropiezan con las miserias de cada día en la gran ciudad, pero que luchan por superarlas a través de ese amor que empieza con mal pie (como empiezan tantas relaciones), me demuestran que son grandes actores, muy grandes. Emma en especial es increíble. Te das cuenta de que no es una belleza, ni tiene un físico portentoso, pero esos ojos enormes, demasiado enormes en esa carita, esa boca sensible y esos movimientos gráciles transmiten... Todo. Observas sus expresiones y sabes cómo Mia se siente en cada momento. Atisbas el instante exacto en que empieza a gustarle el jazz que antes odiaba. Captas esa frustración casi asesina de sus audiciones en las que su talento se desperdicia delante de una panda de idiotas que no hacen más que chatear por el móvil o interrumpir entrando y saliendo de la sala. Te aburres con ella soberanamente en esas lujosas fiestas donde sus amigas la arrastran con la esperanza de llamar la atención de algún cazatalentos. Notas esa sensación de ahogo cuando una está atrapada en un sitio en el que no desea estar. La alegría y la libertad de estar donde sí se quiere estar.
La tristeza de lo que nunca se tendrá.
Nadie se detiene a leer la letra pequeña. Ningún cartel te avisa de que muchos sueños, aunque no cuesta nada tenerlos, cobran peaje cuando llegas a la autopista, y una vez que has pagado y se abre la barrera, ésta se cerrará detrás de ti para siempre y ya no podrás volver. Seguirás adelante y un día, cuando mires atrás, se desplegará ante ti lo que probablemente podrías haber sido. Eso ya nunca lo sabrás.
A pesar de todo, seguiremos soñando. No importa cuáles sean nuestros sueños. Lo importante es tener alguno. Aunque nos cobren un ojo de la cara en el peaje.
Ese es el mensaje de “La La Land”.
Vivoleyendo
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