Las películas autobiográficas me suelen tener alerta desde el inicio, porque hay altas posibilidades de que lo que podría ser un homenaje merecido y entrañable pase a ser poco más que un espectáculo de autobombo petulante. Siendo sincero desde el inicio, en "Roma" hay poco de egolatría o glorificación. Poco o más bien nada, lo cual es de agradecer. Cuarón ha construido una sólida ofrenda de admiración y respeto a las dos mujeres que él considera que le han llevado a ser lo que es hoy día: su madre y su "cuidadora" (sirvienta, en realidad) de la infancia.

El problema viene de que al margen de la obvia y, por qué no decirlo, loable intención del director mexicano de plasmar en una cinta este agradecimiento, algo que sin duda ha logrado sobradamente, "Roma" encalla en otros aspectos que también son clave. La historia no termina de despegar en ningún momento. "Es que es costumbrismo, es hiperrealismo", dirán muchos de los espectadores. Totalmente cierto. Y, de hecho, es un género que me fascina. Pero precisamente ahí está el quid de la cuestión: no ha habido un solo instante en el que haya conseguido conectar ni con la trama que avanzaba ante mis ojos ni mucho menos con los personajes. Y en este tipo de película esto es algo imprescindible. A falta de giros de guion y sorpresas, a falta de personajes que evolucionen, se necesita otra cosa: alma. No es mi palabra favorita, pero creo que se ajusta a lo que quiero expresar. Si no te llega, si no te alcanza, si no te emociona, ni historia ni protagonistas... entonces el naufragio está asegurado. Tampoco se puede apelar en este caso a su valor documental, porque la realidad es que en "Roma" el contexto sociopolítico de la época tiene importancia durante un par de escenas. Y ya, que nadie se confunda.

Eso sí, visualmente es una auténtica maravilla. Es completamente innegable que Alfonso Cuarón ha firmado un ejercicio de puro cine. No es solo la cuidada fotografía, en un impecable blanco y negro que la dota de un aura diferente desde el inicio. Tampoco son solamente esos planos abiertos o esos planos secuencia que llegan a resultar sobrecogedores en según qué momentos. Por no hablar de las continuas metáforas y detalles que se pueden apreciar en multitud de ocasiones en un segundo plano, como esperando a ser descubiertas por el espectador. En este apartado técnico cada aspecto individual alcanza un nivel altísimo para formar un conjunto trágicamente bello. Un auténtico deleite visual.