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Voto de Alonsoquijano:
9
Drama Cleo (Yalitza Aparicio) es la joven sirvienta de una familia que vive en la Colonia Roma, barrio de clase media-alta de Ciudad de México. En esta carta de amor a las mujeres que lo criaron, Cuarón se inspira en su propia infancia para pintar un retrato realista y emotivo de los conflictos domésticos y las jerarquías sociales durante la agitación política de la década de los 70. (FILMAFFINITY)
9 de diciembre de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
EXTRAORDINARIO trabajo de Alfonso Cuarón. Lástima que sólo sea posible disfrutarla cinco días en los cines.
Alfonso Cuarón, director cinematográfico de variados géneros (serlo hoy se critica), aunque con muy poca obra y difícil esta de encasillar, es sin duda un “autor” en la mejor extensión e intensidad del término. Sus títulos van desde Sólo con tu pareja, Y tu mamá también, Hijos de los hombres (film de factura magistral, que plantea una distopía inquietante sobre la Natividad) o la tercera entrega de la saga de Harry Potter (una de las más interesantes de la multitudinaria saga), hasta Gravity (de una fisicidad, abstracción y complejidad extraordinarias, en un formato de apariencia hollywoodiense que queda ampliamente superado) y esta su última obra: Roma.
Roma es un título, para los no locales, confuso, ya que refiere a la Colonia Roma, en el centro de la Ciudad de México, un asentamiento de la clase alta de la ciudad que data de comienzos del siglo XX, formado por el desplazamiento de las comunidades autóctonas, en un proceso de gentrificación. Escucharemos mixteco hablado en la intimidad.
Ya desde el primer plano-secuencia –largo, de maestría–, Cuarón nos anuncia desde qué perspectiva narrativa va a trazar el conjunto del filme. No da lugar a confusión. Planos largos, en los que la cámara apenas se desliza, salvo para mostrar, poco a poco, un entorno mayor, un retrato más amplio o algún detalle de un paisaje urbano y social, desde las losetas del suelo a las terrazas y los tejados. Nada escapa a esa realidad sino un lejano avión con un destino incierto. Quien espere otra cosa se equivocará. Quien busque trepidar se aburrirá.
Cuarón trabaja con la memoria personal en una obra que requiere una mirada desprejuiciada. Será muy rápida la adjudicación de una determinada ideología a este retrato íntimo y familiar, con la Ciudad de México y su historia de fondo, en un tiempo de desarrollo de poco más de nueve meses. Y no es casual. Hay una importante razón.
Conviene no enjuiciar para poder ver. Porque lo que hay es el intento de presentar unos seres humanos tiernos, doloridos, quebrados o deshumanizados. Pero así somos. Los hombres son figuras esquivas, no por olvido, sino porque el enfoque que Cuarón elige es ése, con su pleno derecho de autor y con la memoria que vertebra su trabajo; no porque los hombres estén faltos de justificación, o porque no merezcan otro relato; pero apenas son visibles, aunque sí responsables de generar mucho dolor y abandono. Ésa es la memoria del autor. Lo que permanece en su recuerdo es la huidiza figura del hombre, del padre. Los protagonistas son, sin duda, mujeres “reales”, concretas, ya que son ellas las que permanecen en el recuerdo más intenso del autor, con su continua presencia en el hogar, en el pequeño y emotivo espacio de lo familiar y cotidiano, porque sin duda eran las protagonistas del hogar en aquel tiempo. Era un espacio femenino.
La hermana Trinquete de Cardona, Atrapados en el espacio de Sturges y La Grande Vadrouille de Gérard Oury serán referencias cinematográficas que irán apareciendo en una vida de la que el cine es también una parte. Y, frente a la comedia-ficción del cine, veremos la espalda de un drama. La simplicidad en el uso de la cámara inmóvil, o que apenas gira y que repara en los pequeños detalles del quehacer, de súbito se rompe, en dos momentos en los que, por fin, la cámara se pone en marcha, en paralelo a la protagonista, y se acelera como la vida en ocasiones despiadadas de angustia, para sentir como ella, y rendirnos emocionados ante su callado dolor. Verdadero magisterio de cine.
Alfonso Cuarón se apoya en la tradición cinematográfica del neorrealismo italiano (el Visconti de La terra trema, el De Sica de El ladrón de bicicletas o el Rossellini de Stromboli). Nada que ver con una estética barroca ligada al cine de Fellini, salvo en su homónima Roma, o en Los inútiles, lo que no facilita la planificación de la película, sino que, por el contrario, hace que resulte de una complejidad milimétrica. Y Cuarón crea, desde sus recuerdos, una figura femenina inolvidable: Cleo, en recuerdo de Libo, la mujer indígena que lo crió de pequeño, no ya interpretada, sino encarnada por Yalitza Aparicio (bellísima), que ni siquiera es actriz ni falta que le hace.
Alonsoquijano
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