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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
3
Terror Una joven pareja, Aki (la estrella del cine para adultos Tsugumi Nagasawa) y Kazuo (Kawatsure Hiroaki), son secuestrados cuando pasean por la calle por un sádico demente (Osako Shigeo) que los encierra en un sótano y los somete a degradantes torturas, degradación y toda clase de mutilaciones... (FILMAFFINITY)
7 de mayo de 2020
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Película de gore extremo japonés de bajo presupuesto en las que el director, Kôji Shiraishi, se las ingenia para tratar de ofrecer algo más profundo agregando simbolismo barato a una trama ya conocida y explotada por todos los fanáticos del género, siendo muy similar a Saw (James Wan, 2004) dando hasta el mismo mensaje empleado por John Kramer en la película. Reduciendo casi la totalidad del metraje en un festival de casquería poco impactante y vejaciones turbias sin sentido, lo que más destaca es la cámara actoral compuesta en exclusiva por tres actores: Shigeo Ōsako como el doctor demente, Tsugumi Nagasawa como Aki y Hiroaki Kawatsure como Kazuo, haciendo los tres un recital de expresividad imprescindible para manejar el torbellino de emociones que produce una tortura brutal en una persona: agonía, angustia, frustración, tristeza y, lo más importante, desesperanza. Usando una cantidad limitada de escenografía y atrezzo, es lógica la poca relevancia que adquieren aspectos como el espacio o el tiempo para el tipo de narración que es. Algo no destacado, pero sí digno de mención es el cambio radical de estética para mostrar los extremos de la esperanza y la desesperanza, empleando una muy sucia (obvio) con mucho contraste de oscuros y gran predominancia de colores anaranjados y carmesíes (representando la hostilidad y la carencia de humanidad, la vida que se apaga) frente al decorado que ofrece un giro argumental bastante predecible, llenando el fondo de blancos con ligeros toques verdes. Los planos que acostumbra a emplear este tipo de cine, sin ser esta la excepción, son primeros primerísimos planos y planos detalle con una gran afluencia de escorzos para centrar la atención en la víctima sin perder de vista la amenaza, reforzando esa sensación de incomodidad en el espectador. Esta última técnica se emplea hasta la saciedad en toda clase de películas de terror. La banda sonora no podía ser literalmente más tópica, empleando música clásica de forma incidental con nulos retoques de sonido para recrear el leit-motiv de inestabilidad emocional, control sobre el prójimo e incluso sensibilidad en la figura del antagonista (recurso muy popularizado a raíz de El silencio de los corderos de Jonathan Demme, 1991). En resumidas cuentas, a pesar de poseer conceptos interesantes, se estanca en el factor del morbo para dar sangre por sangre sin ningún tipo de razonamiento más allá del de una mente depravada, una lástima por los grandes actores que trabajan.
Tiggy
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