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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
5
Thriller. Intriga. Drama Terry McCaleb, un veterano investigador del FBI, anda tras la pista de un psicópata apodado por los medios de comunicación como "el asesino del código". Tras el último homicidio, Terry visita la escena del crimen y lo descubre entre la multitud; comienza entonces una persecución que le provocará un infarto y su retirada del servicio activo. (FILMAFFINITY)
8 de junio de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El viejo director californiano, tras sus gloriosos años noventa donde cazaba criminales a punta de armas de gran calibre, quiso seguir con ello en el comienzo de siglo, pero no fue como se esperaba. Deuda de sangre, a pesar de tener todas las papeletas para hacer una película bastante aceptable, se deja llevar por las licencias de este tipo de cine para crear una historia adaptada del libro homónimo de Michael Connelly genérica e inadaptada para el año 2002.

La trama gira en torno a un viejo agente del FBI retirado por problemas de corazón, Terry McCaleb (Clint Eastwood), que vuelve a las andadas con todo en su contra para tratar de capturar al culpable del asesinato de la mujer gracias a la cual vive, pues es suyo el corazón que late en su pecho.

Es un thriller policíaco básico; agente de la ley rudo que lucha implacable contra los malhechores arrojando pistas cada tantos compases al protagonista y al espectador para tratar de desvelar al culpable. Tiene también pequeñas características del buddy film, por la relación entre Terry y James 'Buddy' Noone (Jeff Daniels), así como una ambientación y escenografía oscura en el último tramo de la película siendo un claro guiño a El cabo del miedo (Martin Scorsese, 1991) y a muchas producciones del género de los ochenta y principios de los noventa, como A la caza (William Friedkin, 1980) o En la cuerda floja (Richard Tuggle, 1984) por la estética insalubre que rezuma ese último arco narrativo. También funciona a modo de tributo, la película en general, a la trayectoria de Eastwood en el policíaco.

El guión es uno de los parámetros que más juega en contra, teniendo un bagaje poco interesante para el desempeño de la acción, así como el pecado de ser muy predecible y recurriendo a recursos vistos hasta la saciedad en el género. Los cambios de ritmo son muy bruscos y no compensa esa ruptura por lo poco que ofrece al espectador, que, lejos de sorprender, crea situaciones anticlimáticas que luego se solventan como si nada hubiera pasado, como es la escena de la escopeta y el coche. El culpable se desvela prácticamente desde la mitad de la película, me atrevería a decir que hasta antes, ya que el propio seguimiento de la pista y el rápido descarte de sospechosos potenciales,hace que todas las alarmas se tornen contra un solo personaje, rompiendo cualquier intento de intriga posterior.

Jeff Daniels es el actor que pongo por encima de Eastwood, dándonos una muestra muy convincente de múltiples cambios de registro aún manteniendo uno principal que sustenta al resto. Por el contrario, Eastwood hace, por enésima vez, de hombre serio y tosco en apariencia, seductor y con una bondad que esconde al resto del mundo. Nada nuevo. El resto del elenco cumple con las expectativas, aunque Dylan Walsh, interpretando al detective John Waller, imagino que sería amigo de alguien, porque tiene tres líneas (y me estoy arriesgando), pareciendo un muñeco cada vez que aparece en pantalla.

Un estilo muy residual del director hace aparición muy de vez en cuando y limitándose a pequeños esbozos de iluminación que sumados a una paleta de colores sobria crea una ambientación próxima directa y seca, barajando también uno de los temas que más presencia ha tenido en su extensa filmografía: la justicia, en este caso, compaginada con la deuda. Conserva muchos planos de acción clásicos provenientes de la herencia de Don Siegel y su aprendizaje siendo Harry Callahan, como contrapicados con mucha angulación enfocando el arma y, en segundo plano, el portador (denotando poder e inspirando respeto tanto al apuntado como al espectador, ya que también nos apunta a nosotros metafóricamente) frente al contrapicado de la víctima. En este caso, su pretensión a mezclarlo con otros recursos no funciona como debería, y no sé cómo Joel Cox, encargado del montaje, accedió a utilizar imágenes negativas alternadas con positivas en una secuencia abstracta (que no se entiende muy bien el motivo de su introducción) y los ocasionales pero muy vistosos fallos de continuida.

Tom Stern hace un trabajo de fotografía impecable para ser una película generalmente desarrollada en interiores, recalcando las marítimas, a la que el recientemente fallecido Lennie Niehaus le da un toque noventero perfecto con sus ritmos de saxofón. También trabaja Buddy Van Horn teniendo un resultado cochambroso como coordinador de dobles desde la presentación del personaje de Eastwood, notándose demasiado cuándo se trata de Eastwood y cuándo del especialista por los cambios del ritmo corriendo de uno a otro en la persecución que no salva ni la dirección.

Una película muy llana en todos los sentidos en la que el director no experimenta más allá de lo aprendido en sus trabajos anteriores, remontándose a su famosa época de pistolero moderno y no adaptándose muy bien al cambio de siglo dentro del género. Por suerte para todos, un año después enmendaría este trabajo regalándonos Mystic River.
Tiggy
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