Un narrador en primera persona con una acción protagónica destacada relata una historia con un trato demoledor y consciente de la confrontación entre la clase obrera y la clase corruptora, aquellos que llegan de forma indeseable al éxito de clase. El Bronx posee un discurso propio, su constante efectividad y su puesta en escena acompaña a su construcción narrativa, con unos personajes fieles a la historia de Chazz Palminteri.

El marco histórico se desarrolla con un estilo envolvente que extiende toda la significación que irradia esta ópera prima de DeNiro: una vida de gánsters y en el medio un chaval que media entre lo correcto y el poder, implementado desde la inocencia hasta el total conocimiento de lo que implica madurar y hacerse adulto en un barrio como el Bronx. DeNiro se centra en escenificar hasta el detallismo más violento de la mafia, de esa forma emplea la diferencia entre los rasgos de la honradez y la soberbia, de levantarse cada mañana y ganarse el pan decentemente y de despertarse exigiendo el pan de los demás.

Hay unos primerísimos primeros planos y otros tan dinámicos y al mismo tiempo de corte costumbrista que mantienen por completo los elementos más dramáticos y biográficos de la cinta. Este bonito y conmovedor relato se mantiene con estos adjetivos por su buen montaje y su atractivo guion. Sus créditos finales se quedan abiertos, al igual que esta historia que Robert DeNiro dedica no sólo a la memoria de su padre, sino a la vida misma.

Una sutileza excepcional, el padre prodigio de todos los relatos que abren la veda sobre las vidas más complicadas y tumultuosas de los barrios más problemáticos: la periferia y los privilegios de clase tienen en común el discurso que habla y recalca en todo momento las decisiones y el valor de cada uno.